En el año 1236 el rey Jaime I de Aragón tomó la decisión de iniciar una ofensiva encaminada a la conquista de la ciudad de Valencia. En las cortes reunidas en Monzón en octubre el rey convocó a sus súbditos catalanes y aragoneses para participar en la nueva campaña. Las tropas se concentrarían en Teruel en primavera del año siguiente. Además, se pretendía que contingente
s ultrapirenaicos participaran también. Para ello el papa Gregorio IX promulgó en febrero de 1237 una bula de cruzada para animar a todos los cristianos a participar en la campaña.
El objetivo inmediato de la campaña de aquel año era establecer una nueva base de operaciones más próxima a la ciudad de Valencia que Borriana, localidad conquistada en 1233 y que era en esos momentos la avanzadilla catalano-aragonesa en territorio valenciano. El rey Jaime decidió que el castillo del Puig de Cebolla (o de Anisa), situado 15 km. al norte de la ciudad de Valencia, era el lugar más adecuado. El plan era sitiar y tomar dicho castillo, e instalar en él una guarnición de 100 caballeros al mando de Bernat Guillem d’Entença, tío del monarca. Dicha guarnición debería resistir durante el invierno en espera de que el rey retornase al mando de un nuevo ejército. “En verano yo volvería y talaríamos Valencia: haciendo cabalgatas y talándola la maduraríamos como una fruta que se quiere comer, hasta que veamos llegada la hora de asediarla” –dice Jaime I en su crónica.
En Pascua (19 de abril) el ejército reunido en Teruel incluía la mesnada real, los contingentes de los nobles aragoneses Eiximén de Urrea y Pedro Fernández de Azagra, y las milicias de Daroca y Teruel. Se decidió no esperar a los rezagados y confiar en que se fueran incorporando sobre la marcha. Camino a Valencia arrasaron los cultivos (talaron) de los términos de Jérica y Torres Torres. Llegados a la llanura litoral valenciana las tropas de Zayyan, rey de Valencia, no se atrevieron a presentar combate en campo abierto, por lo que el ejército aragonés pudo llegar hasta el Puig sin ser molestado. Se encontraron con que los moros habían destruido el castillo y se habían replegado hasta Valencia. El rey decidió reconstruir el castillo del Puig, labor que le entretuvo dos meses. Pasado ese tiempo arribó d’Entença al frente de 140 caballeros. Resultó que el noble había preferido gastar los fondos que le había asignado el monarca incrementando el número de caballeros de su mesnada, pero no le había alcanzado para adquirir las vituallas necesarias para mantenerlos durante el invierno. Don Jaime quedó muy contrariado y tuvo que partir a toda prisa hacia sus dominios en busca de provisiones para la guarnición del Puig. Desde Borriana, Tortosa y Salou envió por vía marítima alimentos que permitirían a los hombres de Don Bernat Guillem d’Entença mantenerse durante varios meses.
La guarnición del Puig quedaba constituida por 140 caballeros más un número indeterminado de infantes (escuderos, sirvientes). En algún lugar he visto mencionada la cantidad de 2.000 peones, pero desconozco que fundamento pueda tener esa cifra.
Zayyan vio claro que Jaime estaba firmemente decidido y no cejaría hasta tomar su ciudad. El ejército cristiano había regresado al norte con su rey, dejando atrás tan solo la guarnición del Puig, mientras que Zayyan tenía congregado todo su ejército desde primavera. Los moros valencianos no volverían a tener una oportunidad como esa: Zayyan se puso al frente de su ejército y marchó contra el Puig.
Era mediados de agosto de 1237 (tal vez el día 15) cuando el ejército valenciano se presentó frente al castillo del Puig a primera hora de la mañana. El Llibre del Fets cifra los moros en 600 jinetes y 11.000 infantes, números que parecen bastante plausibles ya que Zayyan se presentaba con “todo el poder de Xátiva a Onda”. La caballería andalusí de la segunda mitad del s.XIII se dividía en una caballería pesada que imitaba modelos cristianos y una caballería ligera de inspiración norteafricana. Por la narración de acciones de torna-fuye durante el asedio de Valencia podemos suponer que la caballería valenciana sería del tipo ligero en su mayor parte. Si los jinetes eran soldados profesionales (agnad) los peones en cambio eran simples miembros de las aljamas: artesanos y campesinos con poca o nula preparación militar. Estos infantes estaban armados con ballesta o lanza y escudo. La ballesta parece ser el arma favorita de los moros valencianos como demuestra la gran cantidad de nueces de ballesta encontradas en las excavaciones arqueológicas en castillos islámicos de la zona.
Zayyan desplegó en primera línea a su mejores peones, los de Jérica, Segorbe, Lliria y Onda, gente acostumbrada a continuas escaramuzas con los cristianos del otro lado de la frontera. Tras ellos situó la caballería, y en retaguardia el resto de la infantería, de escaso valor militar.
El objetivo inmediato de la campaña de aquel año era establecer una nueva base de operaciones más próxima a la ciudad de Valencia que Borriana, localidad conquistada en 1233 y que era en esos momentos la avanzadilla catalano-aragonesa en territorio valenciano. El rey Jaime decidió que el castillo del Puig de Cebolla (o de Anisa), situado 15 km. al norte de la ciudad de Valencia, era el lugar más adecuado. El plan era sitiar y tomar dicho castillo, e instalar en él una guarnición de 100 caballeros al mando de Bernat Guillem d’Entença, tío del monarca. Dicha guarnición debería resistir durante el invierno en espera de que el rey retornase al mando de un nuevo ejército. “En verano yo volvería y talaríamos Valencia: haciendo cabalgatas y talándola la maduraríamos como una fruta que se quiere comer, hasta que veamos llegada la hora de asediarla” –dice Jaime I en su crónica.
En Pascua (19 de abril) el ejército reunido en Teruel incluía la mesnada real, los contingentes de los nobles aragoneses Eiximén de Urrea y Pedro Fernández de Azagra, y las milicias de Daroca y Teruel. Se decidió no esperar a los rezagados y confiar en que se fueran incorporando sobre la marcha. Camino a Valencia arrasaron los cultivos (talaron) de los términos de Jérica y Torres Torres. Llegados a la llanura litoral valenciana las tropas de Zayyan, rey de Valencia, no se atrevieron a presentar combate en campo abierto, por lo que el ejército aragonés pudo llegar hasta el Puig sin ser molestado. Se encontraron con que los moros habían destruido el castillo y se habían replegado hasta Valencia. El rey decidió reconstruir el castillo del Puig, labor que le entretuvo dos meses. Pasado ese tiempo arribó d’Entença al frente de 140 caballeros. Resultó que el noble había preferido gastar los fondos que le había asignado el monarca incrementando el número de caballeros de su mesnada, pero no le había alcanzado para adquirir las vituallas necesarias para mantenerlos durante el invierno. Don Jaime quedó muy contrariado y tuvo que partir a toda prisa hacia sus dominios en busca de provisiones para la guarnición del Puig. Desde Borriana, Tortosa y Salou envió por vía marítima alimentos que permitirían a los hombres de Don Bernat Guillem d’Entença mantenerse durante varios meses.
La guarnición del Puig quedaba constituida por 140 caballeros más un número indeterminado de infantes (escuderos, sirvientes). En algún lugar he visto mencionada la cantidad de 2.000 peones, pero desconozco que fundamento pueda tener esa cifra.
Zayyan vio claro que Jaime estaba firmemente decidido y no cejaría hasta tomar su ciudad. El ejército cristiano había regresado al norte con su rey, dejando atrás tan solo la guarnición del Puig, mientras que Zayyan tenía congregado todo su ejército desde primavera. Los moros valencianos no volverían a tener una oportunidad como esa: Zayyan se puso al frente de su ejército y marchó contra el Puig.
Era mediados de agosto de 1237 (tal vez el día 15) cuando el ejército valenciano se presentó frente al castillo del Puig a primera hora de la mañana. El Llibre del Fets cifra los moros en 600 jinetes y 11.000 infantes, números que parecen bastante plausibles ya que Zayyan se presentaba con “todo el poder de Xátiva a Onda”. La caballería andalusí de la segunda mitad del s.XIII se dividía en una caballería pesada que imitaba modelos cristianos y una caballería ligera de inspiración norteafricana. Por la narración de acciones de torna-fuye durante el asedio de Valencia podemos suponer que la caballería valenciana sería del tipo ligero en su mayor parte. Si los jinetes eran soldados profesionales (agnad) los peones en cambio eran simples miembros de las aljamas: artesanos y campesinos con poca o nula preparación militar. Estos infantes estaban armados con ballesta o lanza y escudo. La ballesta parece ser el arma favorita de los moros valencianos como demuestra la gran cantidad de nueces de ballesta encontradas en las excavaciones arqueológicas en castillos islámicos de la zona.
Zayyan desplegó en primera línea a su mejores peones, los de Jérica, Segorbe, Lliria y Onda, gente acostumbrada a continuas escaramuzas con los cristianos del otro lado de la frontera. Tras ellos situó la caballería, y en retaguardia el resto de la infantería, de escaso valor militar.
Don Bernat Guillem, alertado por 10 caballeros que había destacado cerca de Valencia, inició los preparativos para el combate. Los defensores del Puig oyeron misa, tomaron la comunión y salieron para presentar batalla en campo abierto. D’Entença consideró que tenían más oportunidades así, ya que el Puig no era una posición inexpugnable, tan solo se trataba de una pequeña elevación sobre el llano aluvial costero, y las murallas del castillo, reconstruidas con apresuramiento, no debían resultar demasiado fiables. Los cristianos se desplegaron en orden de batalla al pié del cerro y esperaron la llegada del ejército de Zayyan.
Los valencianos no se hicieron esperar y se lanzaron al ataque confiados en su superioridad numérica. El empuje inicial de la vanguardia valenciana obligó a los cristianos a retirarse colina arriba. Aprovechando la ventaja de la altura los catalano-aragoneses cargaron recuperando las posiciones iniciales, pero no lograron romper las líneas sarracenas. Frenado el ímpetu de la acometida cristiana los valencianos se lanzaron al ataque dando gritos haciendo retroceder una vez más a los hombres de Don Bernat Guillem hacia los muros del castillo. Desde las almenas los defensores interpretaron ese movimiento como una retirada (además el abanderado de la mesnada había caído). “¡Se retiran! ¡se retiran! ¡están vencidos!” –gritaron. Esas palabras hirieron el orgullo de los caballeros que empezaron a gritar: “¡Vergüenza, vergüenza, caballeros!”, y al grito de “¡Santa María! ¡Santa María!” cargaron de nuevo ladera abajo.
En ese momento la retaguardia mora (los peones menos aguerridos) dieron media vuelta y emprendieron la huida. Al mismo tiempo los caballeros cristianos lograron romper la vanguardia valenciana sentenciando la batalla. El Llibre del Fets no ofrece una explicación para la súbita retirada de la zaga enemiga, dando la sensación de que se debió a una intervención divina. De hecho se atribuyó la victoria a la virgen María consagrándose un monasterio y rebautizando el lugar como El Puig de Santa María. Sin embargo la crónica de Bernat Desclot ofrece una explicación bastante más prosaica.
Al parecer el capitán cristiano había preparado una treta. En la playa cercana estaban varadas tres galeras reales, y d’Entença había dispuesto que todos sus tripulantes, llevando consigo todas las banderas y trompetas de a bordo se unieran a una parte de sus hombres y permanecieran ocultos a la vista de los moros tras la colina del Puig (eso explicaría mejor la cifra de 2.000 peones presentes). Dispuso además que parte de esos hombres montaran en las acémilas de carga disponibles para que, a una cierta distancia, pudieran pasar por caballeros. Cuando los poco experimentados peones de la retaguardia mora vieron aparecer sobre un promontorio lo que parecía un gran ejército cristiano, con caballeros y pendones al viento, pensaron sin duda que el propio rey Jaime regresaba con el grueso de sus fuerzas. Los valencianos que luchaban en la vanguardia se apercibieron de la huida de sus compañeros justo en el momento en el que se les venía encima la carga de los caballeros cristianos. Desde ese instante quedó claro que la victoria se decantaba del lado cristiano.
La retirada de los moros valencianos se convirtió enseguida en una huida desordenada, y los cristianos hicieron una gran matanza durante persecución. Se da el número de 10.000 moros muertos, cifra que parece bastante exagerada. El Llibre del Fets menciona para el otro bando tres caballeros muertos y algunos heridos, mientras otras fuentes cifran los muertos cristianos en cuatro caballeros y siete peones. Los defensores perdieron 86 valiosos caballos de batalla, que el rey se encargó de reponer enseguida para “devolver la operatividad” a la guarnición del Puig. Los moros valencianos no volverán a presentar campaña en campo abierto y la ciudad de Valencia caerá “como fruta madura” la primavera del año siguiente.