Los historiadores se encuentran divididos sobre lo que ocurrió entonces: algunos arguyen que el dominio del sur de Gran Bretaña por los anglosajones fue pacífico. Hay, no obstante, sólo un relato de un britano nativo que vivió en esta época (Gildas), y su descripción es de una toma violenta: “Pues el fuego… se extendió de costa a costa, avivado por las manos de nuestros enemigos en el Este, y no cesó, hasta que destruyó todas las ciudades y tierras cercanas, alcanzó el otro lado de la isla, y hundió su lengua roja y salvaje en el océano occidental. En estos asaltos… todas las columnas cayeron por los golpes del ariete, todos los granjeros se pusieron en fuga, junto con sus obispos, sacerdotes y el pueblo, mientras la espada relucía y las llamas ardían en torno a ellos por todos lados. Era lamentable contemplar, en el medio de las calles yacían lo alto de las torres, abatidas hasta el suelo, piedras de altos muros, altares sagrados, fragmentos de cuerpos humanos, cubiertos con ropas lívidas de sangre coagulada, que parecían haber sido apretados todos juntos e una prensa; y sin ninguna posibilidad de ser enterrados, excepto en las ruinas de las casas, o en los estómagos hambrientos de las bestias salvajes y las aves; con reverencia ha de hablarse de sus almas santas, si, de hecho, hubo muchos que fueron llevados entonces al santo cielo por los santos ángeles… Algunos, por lo tanto, de los miserables que quedaron, llevados a las montañas, fueron asesinados en gran número; otros, constreñidos por el hambre, se entregaron a la esclavitud para siempre en manos de sus enemigos, corriendo el riesgo de que los mataran inmediatamente, lo que de verdad era un gran favor que podía hacérseles: otros marcharon más allá de los mares con altas lamentaciones en lugar de la voz de la exhortación… Otros, comprometiendo la salvaguarda de sus vidas, que estaban en continuo riesgo, aún permanecieron en su país, marchando a las montañas, precipicios, los bosques densos y a las rocas del mar, aunque con corazones temblorosos“. En todo caso, la llegada de los sajones y los problemas políticos relativos al desmembramiento de la Bretaña romana en numerosos reinos confluyeron en un período sombrío, que la historiografía inglesa registró bajo el nombre de Dark Age (literalmente, “era oscura“). Un despoblamiento masivo, ligado a las calamidades de la guerra y a las epidemias, parece haber favorecido igualmente la germanización de la antigua provincia romana en el siglo V. Fue sin duda desde el siglo VI que los sajones conformaron cuatro reinos al sur de la isla. Los sajones mostraron igualmente una resistencia muy fuerte al cristianismo que ganaba el reino de Kent a comienzos del siglo VII, bajo la influencia del misionero Paulino. Durante el período de los reinados que van desde Egberto 770?-839) hasta Alfredo el Grande (849 –899), los reyes de Wessex emergieron comobretwaldas, esto es, una especie de «reyes superiores», unificando el país y con el tiempo uniéndolo recién entrado el siglo X, para hacer de él el reino de Inglaterra que se enfrentó a las invasiones vikingas. La lengua de los sajones dio origen al sajón antiguo, y todavía sobrevive actualmente en el bajo-sajón y en el inglés, en una mezcla con el francés medieval.
Los francos (en latín Franci o gens Francorum) fueron una comunidad de pueblos procedentes de Baja Renania y de los territorios situados inmediatamente al este del Rin (Westfalia), que, al igual que muchas otras tribus germánicas occidentales, entró a formar parte del Imperio romano en su última etapa en calidad de foederati, asentándose en el Limes (Bélgica y norte de Francia actuales). Las poderosas y duraderas dinastías establecidas por los francos reinaron en una zona que abarca la mayor parte de los actuales países de Francia, Bélgica y Países Bajos, así como la región de Franconia en Alemania. La palabra franco (Frank o Francus) significa «libre» en el lenguaje franco, ya que los francos no estaban dominados por el Imperio romano ni por ningún otro pueblo. Dado que la raíz frank no pertenece a la lengua germánica primitiva, se piensa también que podría derivar de frei-rancken (libere vacantes) que significa libres viajeros. No se sabe mucho de los inicios de la historia de los francos. El cronista galo-romano Gregorio de Tours, autor de la Historia Francorum (Historia de los francos), que cubre el período hasta el año 594, es la fuente principal. En ella cita a su vez como fuentes a Sulpicio Alexander y a Frigeridus (los cuales serían desconocidos de no ser por él), además de aprovechar su propia relación personal con muchos francos insignes. Aparte de la Historia de Gregorio, existen además otras fuentes romanas anteriores, como Amiano y Sidonio Apolinar. Los estudiosos modernos dedicados al período de las migraciones han sugerido que el pueblo franco podría haber surgido de la unificación de grupos germánicos anteriores más pequeños (Usipeti, Tencter, Sugambri y Bructeri), que habitaban el valle del Rin y los territorios situados inmediatamente al este. Esta unión podría estar relacionada con el aumento del caos y las insurrecciones acontecidas en la zona como resultado de la guerra entre Roma y los marcomanni, que había comenzado en el año 166, así como de los conflictos derivados de ésta durante la segunda mitad del siglo II y el siglo III. La primera vez que los autores clásicos de la antigüedad nombran al territorio de los francos es en la recolección de relatos laudatorios de emperadores romanos Panegyrici Latini (Panegíricos Latinos), a principios del siglo IV. En esa época tal territorio se correspondía con el área situada al norte y al este del Rin (la Renania actual), con unos límites difusos encerrados en el triángulo entre las ciudades de Utrecht, Bielefeld y Bonn de hoy día. En el citado territorio se situaban las tierras de la confederación de pueblos francos de los sicambros, los Salios, tencteros, usipetos, vindelices, brúcteros, ampsivaros, camavos y catos. Algunas de estas tribus, como los sicambros y los francos salios suministraban tropas a las fuerzas romanas que protegían el limes (las fronteras del imperio).
En un principio, se dividían en dos grupos, cuyos nombres derivarían, según algunas interpretaciones, de sus asentamientos en torno a dos ríos. Los francos salios habitarían, a mediados del siglo III d. C., el valle inferior del río Rin, en los actuales Países Bajos y noroeste de Alemania. Su nombre estaría vinculado, según unos, al río Ijssel (forma antigua Isala, como otros cursos de agua: Isère, Yser, Isar); según otros, al vocablo germánico «see» (mar), o también al germánico «i sala» (aguas oscuras). Los francos ripuarios habitarían el curso medio del río Rin, y su nombre derivaría del vocablo latino «ripa» (río), en el sentido de la gente del Rin. Ya en el siglo IX (si no antes) la división entre ambos era prácticamente inexistente, pero durante algún tiempo continuó siendo aplicada en el sistema legal que definía el origen de las personas. Por su parte, Gregorio afirma que los francos vivieron originalmente en Panonia, pero que más tarde se asentaron a las orillas del Rin. Existe una región al noreste de la actual Holanda (al norte de lo que una vez fue la frontera romana) que lleva el nombre de Salland, y podría haber recibido ese nombre de los salios. Hacia el año 250, un grupo de francos, aprovechándose de la debilidad del Imperio romano, llegó hasta Tarragona (en la actual España), ocupando esta región durante una década antes de que las fuerzas romanas los doblegaran y expulsaran de territorio romano. Unos cuarenta años después, los francos tomaron el control de la región del río Escalda (actual Bélgica), interfiriendo en las rutas marítimas de Bretaña. Los romanos pacificaron la región, pero no expulsaron a los francos. Entre los años 355 y 358, el emperador Juliano intentó dominar las vías fluviales del Rin bajo el control de los francos, y una vez más volvió a pacificarlos. Roma les concedió una parte considerable de la Gallia Belgica, momento a partir del cual pasaron a ser foederati del Imperio romano, aunque el emperador forzó el retorno de los camavos a Hamaland (un distrito ahora holandés en la actual Güeldres). De este modo, los francos se convirtieron en el primer pueblo germánico que se asentó de manera permanente dentro de territorio romano. El holandés hablado en Flandes (Bélgica) y Holanda tiene su origen en las lenguas de origen germánico habladas por los francos.
Algunos francos prosperaban en suelo romano, como Flavio Bauto y Arbogastes, militares que apoyaban la causa de los romanos, mientras que otros reyes francos, como Malobaudes se oponían a los romanos dentro del Imperio. Después de que la caída de Arbogastes tras su suicidio en la Batalla del Frígido, su hijo Arigio logró establecer un condado hereditario en Tréveris, y después de la caída del usurpador Constantino III, algunos francos apoyaron al usurpador Jovino (411). A pesar de ser aliados de Roma —de hecho contribuyeron a defender las fronteras tras el paso de las tribus germánicas por el Rin en el 406— desde la década de 420, los francos aprovecharon la decadencia de la autoridad romana sobre la Galia, para extenderse al sur, de manera que fueron conquistando gradualmente la mayor parte de la Galia romana al norte del río Loira y al este de la Aquitania visigoda. La invasión de los francos presionó hacia al suroeste, más o menos entre el Somme y la ciudad de Münster (en la Renania del Norte-Westfalia actual), y avanzó por la región parisina, donde terminaron con el control romano que ejercía Siagrio en el 486, y prosiguió hacia los territorios al sur del río Loira, de donde se expulsó a los visigodos a partir del 507. Lo poco que ha sobrevivido acerca de los reinos de los primeros jefes francos, Faramond (aproximadamente entre 419 y 427) y Clodión (aproximadamente entre 427 y 447), parece tener más de mito que de realidad, y su relación con la dinastía de los merovingios permanece poco clara. Gregorio menciona a Clodión (Chlodio) como el primer rey que inició la conquista de la Galia al tomar «Camaracum» (actual Cambrai) y expandir la frontera hasta el río Somme, esto es, su territorio incluiría la región de la Toxandria (en el Brabante actual, entre las desembocaduras de los ríos Mosa y Escalda) y tendría como centro la ciudad y obispado de Tongeren (civitatus Tungrorum), desde donde se ampliaría hasta Cambrai (Camaracum) y el río Somme. Sidonio Apolinar relata como Aecio tomó a los francos por sorpresa, haciéndoles retroceder (probablemente alrededor de 431). Este período marca el inicio de una situación que se prolongaría durante siglos: los francos germánicos se convirtieron en soberanos de un número cada vez mayor de súbditos galorromanos.
En 451, Aecio pidió ayuda a sus aliados germánicos en suelo romano para repeler una invasión de los hunos. Mientras que los francos salios le apoyaron, los renanos lucharon en ambos bandos, dado que muchos de ellos vivían fuera del Imperio. Los sucesores de Clodión son figuras poco conocidas. Las fuentes de Gregorio identifican sin demasiada seguridad a Meroveo (Merovech) como el rey de los francos, epónimo de la dinastía y posible hijo de Clodión. Meroveo fue sucedido en el trono por Childerico I, en cuya tumba, descubierta en 1653, se encontró un anillo que lo identificaba como rey de los francos, y al parecer gobernó un reino de francos salios en Tournai, como foederatus del Imperio romano. Clodoveo I (Clovis en francés), hijo de Childerico I, comenzó una política de expansión de su autoridad sobre las otras tribus francas y de ampliación de su territorio al sur y oeste de la Galia. Así, comenzó una campaña militar con la intención de consolidar los varios reinos francos en la Galia y Renania, dentro de la cual se enmarca la derrota de Siagrio en 486. Esta victoria supuso el fin del control romano en la región de París. En la Batalla de Vouillé (507), Clodoveo, con la ayuda de los burgundios, derrotó a los visigodos, expandiendo su reino al este, hasta los Pirineos. Tras esta batalla, Gregorio de Tours indica que Clodoveo llevó a cabo campañas para eliminar a los demás reyes francos, tanto ripuarios como salios. La conversión de Clodoveo al cristianismo, tras su matrimonio con la princesa católica burgundia Clotilde en 493, pudo haber ayudado a acercarle al papa y a otros soberanos cristianos ortodoxos. La conversión de Clodoveo supuso la conversión del resto de francos. Al profesar la misma fe que sus vecinos católicos, los recientemente cristianizados francos encontraron mucho más fácilmente su aceptación por parte de la población local galo-romana que otros pueblos germánicos cristianizados de fe arriana, como los visigodos y ostrogodos, los vándalos, los lombardos o los burgundios. De esta forma, los merovingios dieron lugar a la que con el tiempo sería la dinastía de reyes más estable de Occidente. La dinastía merovingia fundada por Clodoveo toma su nombre de Meroveo, su antepasado germánico leyendario y casi divino, que da legitimidad a su reino.
Esta estabilidad, sin embargo, no se extendía a la vida cotidiana durante la era merovingia. Los francos eran ante todo un pueblo guerrero, una característica que lógicamente impregnaba todos los aspectos de su cultura. Aunque en tiempos de los romanos existía un cierto grado de violencia, sobre todo en la etapa final, la introducción de la práctica germánica de recurrir a la violencia para solventar disputas y conflictos legales llevó a un cierto grado de anarquía al final de esta época. Esto afectó al comercio, que llegó a verse interrumpido ocasionalmente, dificultando de manera creciente la vida cotidiana, lo que desembocó en una progresiva fragmentación y localización de la sociedad en villas. La alfabetización, aparte de los pocos eruditos eclesiásticos, era prácticamente nula, como en toda la Europa occidental. Los soberanos merovingios, siguiendo la tradición germánica, tenían la costumbre de dividir sus tierras entre los hijos supervivientes, ya que carecían de un amplio sentido de la res pública, concebían el reino como una propiedad privada de grandes dimensiones. Esto dio lugar divisiones territoriales, segregaciones y redistribuciones, reunificaciones y nuevas particiones, en un proceso que originaba asesinatos y guerras entre las distintas facciones. Esta práctica explica en parte la dificultad de describir con precisión tanto las fechas como las fronteras geográficas de cualquiera de los reinos francos, así como de determinar con precisión quién gobernaba en cada una de las regiones. El bajo nivel de alfabetización durante el periodo franco agrava el problema, ya que se conservan muy pocos documentos escritos.
El área franca se expandió aún más bajo el reinado de los hijos de Clodoveo, llegando a cubrir la mayor parte de la actual Francia (con la expulsión de los visigodos), pero incluyendo también zonas al este del río Rin, tales como Alamannia (el actual sudoeste de Alemania) y Turingia (desde 531); Sajonia, en cambio, permaneció fuera de las fronteras francas hasta ser conquistada por Carlomagno siglos más tarde. A su muerte en 511, repartió el reino entre sus cuatro hijos, hasta que su hijo Clotario I reunió temporalmente los reinos, tras él, los territorios francos volvieron a dividirse en 561 en Neustria, Austrasia y Borgoña, que habían sido anexionadas por los francos por medio de matrimonios e invasiones. En cada reino franco, el mayordomo de palacio ejercía las funciones de primer ministro. Una serie de muertes prematuras que comenzaron con la de Dagoberto I en 639 desembocaron en una sucesión de reyes menores de edad. A comienzos del siglo VIII, esto había permitido a los mayordomos austrasios consolidar el poder de su propio linaje, lo cual llevó a la fundación de una nueva dinastía: los carolingios. Puesto que las dinastías francas reinaron sobre Europa occidental durante siglos, existen muchos términos derivados de «franco» usados por muchos de los habitantes de Europa oriental, Oriente Medio y territorios más al este como sinónimo para los cristianos romanos (al-Faranj en árabe, farangi en persa,Feringhi en indostánico, Frangos en griego, y Frany). Durante las cruzadas, dirigidas principalmente por nobles de la Francia septentrional que aseguraban ser descendientes de Carlomagno, tanto los musulmanes como los cristianos utilizaban estos términos para referirse a los cruzados. Muchos historiadores modernos han seguido este uso de la palabra, denominando a los europeos occidentales en el Mediterráneo oriental «francos», independientemente de su país de origen.
La llamada Germania Magna fue una provincia romana de poca duración, establecida por César Augusto, cuyos límites llegaban hasta el río Albis, actual Elba. Después fue el nombre dado por los romanos a una región centroeuropea, equivalente a grandes rasgos con la actual Alemania, poblada por pueblos germanos. Tácito dice que el nombre de “germano” lo llevaban inicialmente los tungrios y que después el nombre se extendió al conjunto de pueblos. Pero otros autores dicen que “germano” fue el nombre dado en latín a las tribus y pueblos germánicos, al igual que se hablaba de galos y celtas. Los historiadores modernos se inclinan por la segunda opción. Los límites de Germania nunca fueron definidos con precisión por las fuentes históricas. La parte romana, convertida en provincias, es la única que puede definirse exactamente. Pero en general se puede decir que limitaba al oeste con el Rin, al noreste con el Vístula y los Cárpatos, al sur por el Danubio, y el norte por el mar Germánico o Oceanus Norte (mar del Norte) y mar Báltico (Mare Suevicum). El límite por el este, por Sarmacia y Dacia no estaba bien fijado. Cuando los romanos crearon sus dos provincias de Germania (Germania Superior y Germania Inferior) al resto le llamaron Germania Magna, Germania Transrenana o Germania Bárbara. Augusto había recibido de su tío abuelo Julio César una porción de Germania, dividida en la Germania Superior y la Inferior, cuyos límites orientales llegaban hasta el río Rhenus, actual Rin. Como esta línea fronteriza estaba fuertemente fortificada, Augusto se conformó inicialmente con no extenderla más y estableció fortalezas legionarias en Mogontiacum (actual Maguncia) y Castra Vetera (actual Xanten). Sin embargo, cuando en el año 11 a. C. los sugambros, usípetes y téncteros atravesaron el Rin, invadieron la Galia y derrotaron a la Legio V Alaudae, Augusto en persona se presentó, acompañado de su posible sucesor para aquel entonces, Nerón Claudio Druso. Druso apaciguó a los galos, que también estaban pensando alzarse, y luego persiguió a los invasores hasta los ríos Weser y Elba, extendiendo el área de influencia de Roma hasta este último. Druso regresó a Roma en el 9 a. C. para ser homenajeado, pero en el camino su caballo resbaló y le rompió un muslo, lo que le acarreó la muerte. Su cadáver fue trasladado a la capital, donde fue enterrado en el Mausoleo de Augusto. Su hermano Tiberio continuó la obra de Druso en Germania.
De esta ofensiva romana solamente Marbod, rey de los marcómanos, había logrado escapar. Junto con su gente se refugió en la Selva Hercinia, donde fundó un reino y atacó continuamente a la región nórica y la Panonia. Entonces Tiberio decidió ir hacia allí con doce legiones. Sin embargo, una terrible sublevación en la Dalmacia, actuales Balcanes, le obligó a retroceder para apaciguar esta nueva rebelión, potencialmente más peligrosa que la de Marbod. Como éste sabía que Roma necesitaba todas las tropas disponibles, concertó la paz con Roma y aseguró su posición. Mientras tanto, Tiberio y su sobrino Germánico, el hijo de su difunto hermano Druso, estuvieron ocupados luchando contra los ilirios y los panonios por tres años. En Germania, el nuevo gobernador Quinctilius Varus, inexperto en el combate, había obtenido el cargo gracias a su parentesco con Augusto, que estaba casado con Claudia Pulcra, sobrina nieta de aquel. Publio Quintilio Varo ya había sido gobernador de Siria, donde se había ganado la antipatía de muchos por sus vanidosas acciones. Ahora, como gobernador de la nueva e inestable provincia, intentó imponer a los belicosos germanos el Derecho Romano, así como el culto al emperador, acentuando el odio hacia Roma dentro del recientemente conquistado pueblo. De esta situación se aprovechó Arminio, príncipe de los queruscos, que había luchado en el ejército romano en las guerras en Dalmacia y, a diferencia de Varo, tenía mucha experiencia militar. Cuando Varo se disponía a trasladarse desde el interior de Germania hacia los cuarteles de invierno en el Rin, Arminio —que fingía ser amigo suyo— le hizo desviarse de su ruta hacia una emboscada. Arminio y otros conspiradores se separaron de la caravana dando excusas falsas y se encontraron con un ejército que habían reunido antes. En la batalla del bosque de Teutoburgo el ejército de Arminio atacó a las legiones romanas XVII, XVIII y XIX, comandadas por Varo. El ejército romano se encontró en un lugar cerrado llevando mujeres, niños y carga, que dificultaban la organización del ejército. Después de varios días de lucha, las tres legiones fueron aniquiladas completamente y capturadas sus tres águilas doradas. Quintilio Varo y varios oficiales se suicidaron, ya que los germanos no tomaban prisioneros y torturaban antes de matar. El cadáver de Varo, que había sido sepultado por sus soldados, fue desenterrado por los germanos y sometido a toda clase de vejaciones. Finalmente le cortaron la cabeza y la enviaron a Roma.
Miles de soldados romanos fueron torturados y crucificados; varias fortalezas cayeron asimismo en manos germanas, tal como el castillo de Aliso, junto al río Lippe. Cuando el emperador Augusto se enteró de este desastre, se dejó crecer la barba y el pelo durante meses y continuamente se golpeaba la cabeza contra el muro exclamando: «¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!». Augusto envió a Germania a Tiberio quien derrotó a los bárbaros y recuperó los estandartes de las legiones derrotadas por Arminio. sin embargo, al término de la campaña, Augusto decidió evacuar la provincia ya que su romanización resultaría sumamente costosa. A la hora de su muerte aconsejó a su sucesor Tiberio que retrocediera las fronteras hacia el Rin y el Danubio y se limitara a defenderlas y fortalecerlas, sin tratar de extenderlas. De esta manera, Germania quedó libre de la influencia directa de Roma, lo cual evitó la latinización de los pueblos del Norte. Germania fue poblada densamente. El rey suevo Ariovisto, que vivía en tiempos de Julio César, ponía en combate un ejército de no menos de cien mil hombres, los usipetos y los teúcteros reunían juntos un ejército de más de 400.000. Marbodo (Marobodus), líder de los marcomanos, dirigía un ejército de 74.000 hombres en la guerra contra los sigambrios, que que los romanos perdieron cuarenta mil hombres. Y en la guerra de los camavios y los angrivarios contra los brúcteros, las bajas fueron de sesenta mil. Pero como que estos datos deben tomarse con cuidado, la realidad es que no se puede establecer la población real del país. Los pueblos germanos se consideraban autóctonos del país, aunque no lo eran. Pero su emigración era lo suficientemente lejana para haberse perdido todo recuerdo, incluso de las leyendas. Su lenguaje, la lengua germánica, pertenecía a la familia indoeuropea. Muchos germanos tenían el pelo rubio mazorca y lo vendían para hacer pelucas para las mujeres romanas. Tenían grandes bigotes y la mayoría tenían ojos azules. Tácito y otros antiguos autores dividían los germanos en tres grupos: ingevones, en la costa; hermiones el interior, y istevones, al este y el sur. Tácito les hace descender de los tres hijos de Mannus, el ancestro de los germanos. Plinio los divide en cinco grupos: los tres antes indicados, más los vindilos, y los peucinios – bastarnos. Pero otras clasificaciones hacen a los vindilos parte de los hermiones, y los peucinios y bastarnos, como nombres de subgrupos. Tácito además habla de los Hilla leviones, los germanos de Escandinavia, a los que dividía en suinones y sitones.
La mitología germana es el conjunto de creencias profesadas por los antiguos pueblos germánicos antes de su cristianización, en diferentes regiones del Norte de Europa, como la antigua Germania, Escandinavia, Islandia, las islas Orcadas y Shetland, la costa más meridional de Escocia o la parte oriental de Inglaterra. La mitología germánica se subdivide, debido a sus múltiples orígenes, en tres grupos diferentes: La mitología anglosajona, que tiene su origen en las tradiciones paganas que portaron los anglos, jutos y sajones a la isla de Britania durante la colonización de su parte oriental en el siglo VI. La mitología alemana, compendio de creencias que profesaban los pueblos germanos que vivían en la actual Alemania antes de su cristianización, y la mitología nórdica o escandinava, radicada fundamentalmente en Escandinavia y posteriormente en Jutlandia e Islandia y que fue el último sistema de creencias de origen germánico en ser desplazado por el cristianismo entre los siglos IX y XI, no sin antes ser compilados la mayor parte de sus mitos por Snorri Sturluson en sus poemas, las Eddas (divididas en Edda Mayor y Edda menor), en el siglo XII. Dentro del folclore de los antiguos germanos, jugaban un papel muy importante los elfos (Elfen o Elben), cuyo nombre está emparentado con el latín albus (blanco), y que consistían en criaturas blancas, benéficas, que se contraponían a otros seres malignos como los enanos. Goethe escribió un poema llamado “Erlkönig” dedicado al rey de los elfos. Sin embargo “Elvenkönig” es la palabra adecuada para “rey de los elfos” en alemán. Esta confusión surgió debido a que Goethe, al escribir su poema, se inspiro en un poema que Herder llamó “Erlkönig“, en alemán, debido a que lo tradujo mal de “Ellerkang“, que en danés significa “rey de los de siempre“.
Los nibelungos son un pueblo mitológico de las leyendas germánicas gobernado por el príncipe “Nibelung“. Son enanos oscuros que vivían en las profundidades de la tierra y se dedicaban a la extracción de metales. Poseían un enorme tesoro que se encontraba en el fondo del río Rin y habían robado a las ninfas que lo custodiaban. El rey de los nibelungos poseía un anillo que tenía poderosas propiedades mágicas y atraía la desgracia a su portador. El caballero Sigfrido mató a los principes nibelungos Nibelung y Schilbung tras discutir con ellos sobre la forma de repartir el tesoro. La descripción de estos seres proviene del poema épico medieval del siglo XII el Cantar de los Nibelungos de origen germánico, inspirado en diversos conflictos que azotaron a los reinos francos entre los siglos V y VII. Durante los siglos XVII y XVIII la historia de los nibelungos fue casi olvidada, pero se recuperó con el surgimiento del romanticismo en el siglo XIX. En 1829, el escritor y filólogo alemán Wilhelm Grimm publicó las Leyendas históricas alemanas, un estudio de las mismas. Posteriormente, el compositor Richard Wagner, basándose en estas leyendas mitológicas, compuso un ciclo de cuatro óperas intitulado El anillo del Nibelungo que está formado por El oro del Rin, La valquiria, Sigfrido, y El ocaso de los dioses. El Cantarde los nibelungos (en alemánNibelungenlied) es un poema épico de la Edad Media, escrito sobre el siglo XIII, anónimo, de origen germano. Este cantar de gesta reúne muchas de las leyendas existentes sobre los pueblos germánicos, mezcladas con hechos históricos y creencias mitológicas que, por la profundidad de su contenido, complejidad y variedad de personajes, se convirtió en la epopeya nacional alemana, con la misma jerarquía literaria del Cantar de mío Cid en España y elCantar de Roldán en Francia.
En el Cantar de los nibelungos se narra la gesta de Sigfrido, un cazador de dragones de la corte de los burgundios, quien valiéndose de ciertos artificios consigue la mano de la princesa Krimilda. Sin embargo, una torpe indiscreción femenina termina por provocar una horrorosa cadena de venganzas. El traidor Gunter descubre que Sigfrido es invulnerable, por haber sido bañado con la sangre de un dragón, salvo en una pequeña porción de su espalda donde se depositó una hoja de tilo y la sangre no tocó su piel. Aprovechando este punto débil, le mata a traición en un arroyo. Krimilda se refugia entonces en la corte del rey Etzel (Atila), y deja pasar el tiempo, hasta que en un banquete convocado por Etzel, Krimilda consigue que su propio pueblo sea eliminado a traición. Tanto Gunter como Brunilda (su esposa) fallecen en la espantosa carnicería subsecuente. El manuscrito delCantar, el cual es conservado en la Biblioteca Estatal de Baviera, fue inscrito en el Programa Memoria del Mundo, de la UNESCO, en el 2009, como reconocimiento de su significancia histórica. El compositor alemán Richard Wagner se inspiró en alguna medida en este poema épico y en la tradición mitológica germánica y nórdica para componer la tetralogía operática Der Ring des Nibelungen (‘El anillo del nibelungo’). Además de Nibelungenlied(‘Canción de los nibelungos’) es conocido en alto alemán medio, idioma en que está escrito, como Nibelunge Not por las palabras que aparecen en el último verso del manuscrito hallado en Hohenems (Austria), que significaría ‘El hundimiento de los nibelungos’. El poema en sus varias formas escritas se perdió al final del s. XVI, pero manuscritos tan antiguos como del s. XIII serían redescubiertos en el XVIII. Existen 35 manuscritos conocidos delNibelungenlied y sus variantes. Once de ellos están esencialmente completos. La versión más antigua, sin embargo, parece ser la preservada como Manuscrito “B”. Veinticuatro manuscritos están en diferentes estados de completitud, incluyendo una versión en alemán: (el manuscrito ‘T’). El texto contiene aproximadamente 2.400 estrofas repartidas en 39 cantos. El título por el cual el poema ha sido conocido desde su descubrimiento se deriva de la línea final de una de las tres versiones principales, “hie hât daz mære ein ende: daz ist der Nibelunge liet” (“aquí la historia llega al final: éste es el cantar de los nibelungos“). Liet aquí significa “cantar“, “cuento” o “epopeya”, más que, como en el alemán moderno, simplemente “canción“.
Las versiones de los manuscritos difieren considerablemente unas de otras. Los lingüistas usualmente señalan tres grupos genealógicos principales para el grupo completo de manuscritos, con las dos versiones principales comprendiendo las copias más antiguas: AB y C. Esta categorización deriva de las firmas en los manuscritos A, B, y C, así como también o de las palabras del último verso: “daz ist der Nibelunge liet” o “daz ist der Nibelunge nôt”. En el s. XIX, el filólogo Karl Lachmann desarrolló esta categorización de las versiones en “Der Nibelunge Noth und die Klage nach der ältesten Überlieferung mit Bezeichnung des Unechten und mit den Abweichungen der gemeinen Lesart” (Berlín: Reimer, 1826). En el reino de los nibelungos, vivía un rey llamado Nibelungo, quien tenía dos hijos: Schilbungo y Nibelungo. Ambos murieron a manos de Sigfrido. En realidad Sigfrido, caminando, se encuentra con unos hombres extrayendo un tesoro, quienes al verlo, lo llaman y le dicen a Sigfrido que los ayude a llevar el tesoro y que él se quedaría con una parte de éste. Sigfrido, ya cansado, sigue alzando el botín pensando en las grandes riquezas, pero cuando estaban por llegar a su destino, los hombres traicionan a Sigfrido e intentan asesinarlo. De la batalla sale victorioso Sigfrido, quedándose con todo el tesoro, y a su vez con 1.000 hombres, a los cuales se lleva a su reino y utiliza como esclavos. Se decía que el tesoro tenía una maldición. La acción del poema es la siguiente: Sigfrido y Krimilda son dos hijos de reyes. Tras múltiples peripecias, se conocen y se casan. Por otra parte, el hermano mayor de Krimilda, el rey Gunter, desea casarse con Brunilda, reina de Islandia, caracterizada por su belleza, su vigor físico y su bravura; el hombre que quisiera casarse con ella, primero habría de vencerla en combate. Sigfrido ayuda a Gunter, y con su manto mágico, que lo vuelve invisible, pelea sin que Brunilda se dé cuenta, con lo que Gunter consigue su propósito. Más tarde, Sigfrido halla al dragón Fafner y, tras derrotarlo, se baña en su sangre, ya que según la tradición esto le haría invulnerable.
Al poco tiempo surge la enemistad entre Brunilda y Krimilda, cuando se descubre la treta entre Sigfrido y Gunter, por lo que la primera decide vengarse a través de Hagen, un caballero de la corte de Gunter que desea poseer el tesoro nibelungo de Sigfrido. Y lo hace a traición, ya que averigua por Krimilda cuál es el punto débil de Sigfrido, cuya imbatibilidad se atribuye a la sangre de un dragón con la que bañó su cuerpo. Hagen mata en una cacería a Sigfrido, arrebata el tesoro a Krimilda y lo esconde. El ataque mortal a Sigfrido es posible ya que, en el momento de bañarse con la sangre del dragón, una hoja cubrió la espalda del héroe a la altura del omóplato, dejándola vulnerable. La segunda parte tiene lugar trece años después de estos hechos. Atila, rey de los hunos, desea casarse con Krimilda, la cual, deseosa de vengarse de los asesinos de Sigfrido, accede. Krimilda va al reino de Atila, se casa con él y tienen un hijo. Pasan trece años y la heroína pide a su esposo que invite a la corte a su hermano el rey Gunter y su séquito. Este accede, pese a las recomendaciones en contra de Hagen. Gunter y Hagen parten acompañados de mil guerreros y tras un largo viaje llegan al castillo de Atila. Poco tiempo después de su llegada empiezan las escaramuzas, al principio con poca intensidad, pero después se generalizan. Mueren primero los caballeros menos importantes, y después lo hacen los de más valor. Hagen asesina al hijo de Krimilda y Atila. Al final, Gunter y Hagen son derrotados y hechos presos. Krimilda exige a Hagen que les diga dónde está el tesoro de Sigfrido, y tras la negativa del prisionero, lo mata. El rey Atila reconoce el valor de su enemigo Hagen, por lo que reprocha a Krimilda su muerte; su pesar es compartido por el caballero Hildebrando, que decide vengar a Hagen y asesina a Krimilda. Con este sangriento desenlace concluye el “Cantar de los nibelungos“.
Según la mitología, en el interior de la tierra viven todo tipo de espíritus que se dedican a la minería y la metalurgia. Los enanos (Erdzwerge) son los más conocidos. Se les describe como criaturas de pequeña estatura y aspecto rechoncho, que portan ropas de color gris y marrón, así como capuchas puntiagudas. De hábiles manos, han elaborado múltiples tesoros, que otorgan a los que los encuentren innumerables riquezas y la llave de la soberanía del mundo. Muy conocida gracias a los cuentos de los hermanos Grimm, Frau Holle (la Dama del Saúco) es una mujer bondadosa, protectora de estos arbustos, que protege a los caminantes y ayuda a los humildes. Entre otros espíritus de las plantas hemos de citar a los Krawitte, que habitan en los enebros, y los Haselmänchen, cuyo hogar lo constituyen las ramas de los avellanos. La cristianización nunca fue completa en Alemania y durante siglos pervivieron multitud de creencias y ritos paganos. Las tradiciones de la sabiduría popular fueron conservadas por mujeres que vivían al margen de la sociedad medieval y que actuaban ejerciendo como sanadoras, adivinas o incluso parteras. Conforme el poder de la Iglesia y el Papado fue aumentando a lo largo de la Baja Edad Media disminuyó la tolerancia respecto a aquellas personas situadas fuera del orden establecido, como los herejes (cátaros, husitas) o las brujas, que sufrieron violentas persecuciones. Uno de los grandes hitos en esta ofensiva contra las prácticas de las brujas lo constituyó la publicación, en 1487, por los dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, del manual Malleus Maleficarum, que constituía un compendio de los procedimientos a seguir en los juicios de brujas. La Reforma protestante, lejos de acabar con la persecución de las brujas, la hizo aún más cruenta: Se estima que el número de brujas quemadas por las autoridades de la Alemania protestante fue superior al de las víctimas de losAutos de Fe inquisitoriales en toda Europa. Lutero, Calvino y Zuinglio fueron grandes partidarios de la persecución brujeril. Las brujas alemanas celebraban su aquelarre anual la noche de Santa Walpurgis (30 de abril) en las laderas del monte Harz (que hoy en día separa los Länder de la Baja Sajonia y Sajonia-Anhalt.
Sus rituales fueron descritos magistralmente por Goethe en su obra cumbre, Fausto, en uno de cuyos capítulos hace viajar a éste con Mefistófeles (uno de los pseudónimos del diablo) al monte Brockensberg, en el Harz. Se trata de una fiesta que hunde sus raíces en el antiguo foklore pagano. Originalmente se trataba de una celebración dedicada a la diosa de la fertilidad Walburga, y se celebraba, al igual que el Beltaine céltico, la primera luna nueva posterior al equinoccio de primavera. Con la introducción del calendario gregoriano, la fecha de esta festividad se fijó de una manera definitiva el 30 de Abril. Con la intención de privar a esta fecha de toda reminiscencia pagana, la Iglesia la consagró a Santa Walpurgis, abadesa del monasterio de Heidenheim (Franconia), que fue canonizada el 1 de mayo del año 870. Hoy en día se la considera protectora frente al mal de ojo y otras maldiciones de las brujas. Hemos de citar las tradiciones de las Doce Noches(die Raunächte) y la de la Cacería Salvaje (Wilde Jagd), que es el origen remoto del Weinachtsmann alemán, que posteriormente se convirtió en el Santa Claus norteamericano. Las pruebas arqueológicas muestran a los pueblos germánicos como originarios de la zona de Escandinavia y, a lo largo de un proceso secular, extendiéndose hacia el sur y el este por Europa Central y Oriental. En un contexto cultural de sociedades cazadoras-recolectoras se sitúan el maglemoisense y la cultura Fosna-Hensbacka(VII milenio a. C.), y posteriormente la cultura de Kongemose (VI milenio a. C.). Del V milenio a. C. al III milenio a. C. se desarrollaron las culturas neolíticas de la zona (Ertebølle, cultura de la cerámica perforada, cultura de los vasos de embudo), que en su última fase, según la hipótesis del sustrato germániconordwestblock, habrían recibido el impacto cultural de lo indoeuropeo (cultura de la cerámica cordada). En el II milenio a. C. se desarrolló la Edad del Bronce nórdica. En el I milenio a. C., las culturas de la Edad del Hierro, como Wessenstedt y Jastorf, significaron ya el paso de lo protoindoeuropeoa lo protogermánico. El endurecimiento climático que se produjo desde el 850 a. C., que se intensificó a partir del 760 a. C., desencadenó un proceso migratorio hacia el sur. La cultura material de esa época pone en estrecha relación a los protogermanos con las culturas de Hallstatt y Elp, en el ámbito cultural celta, forjando lo que se ha denominado Edad del Hierro prerromana de Europa septentrional. La zona norte de Europa fue visitada probablemente por viajeros fenicios, griegos o incluso tartésicos, como los que dieron origen al periplo massaliota(siglo VI a. C., recogido posteriormente en la Ora Maritima); pero el único testimonio de tales viajes es el periplo de Piteas por el mar del Norte, incluyendo la enigmática Thule (siglo IV a. C.).
Su descripción de los pueblos que habitaban la zona fue la fuente prácticamente única que pudieron manejar los autores griegos posteriores, como Estrabón y Diodoro Sículo, o los romanos como Plinio el Viejo; que tendieron a citarlo con escepticismo. De hecho, los textos griegos antiguos no dejan constancia de la existencia de algún grupo de pueblos con el nombre de “germanos“, y suelen referirse a los habitantes de la Europa más al norte de la zona mediterránea con etnónimos genéricos como galos y escitas; aunque algunas referencias de Herodoto a los cimerios podrían referirse a algún grupo relacionado con lo que posteriormente se conoció como pueblos germanos. En cuanto a los romanos, a pesar de haber entrado en contacto directo con pueblos germánicos en la Guerra Cimbra (113-101 a. C.), sólo utilizan el término genérico a partir de Julio César. La política expansiva romana en Germania sufrió en tiempos de Augusto la gran humillación de la batalla del bosque de Teutoburgo (año 9), en la que el caudillo querusco Arminio, encabezando una coalición de pueblos germanos, exterminó a tres legiones comandadas por Publio Quintilio Varo. Uno de los miembros de la familia imperial, Germánico (que se ganó su cognomen por esta acción), fue el encargado de pacificar la zona (Batalla de Idistaviso, año 16). A partir de entonces se prefirió seguir una política de contención, creando una frontera fortificada, el Limes Germanicus («límite» o «frontera»), a lo largo del Rin y el Danubio. La conquista romana de Germania llevó a la organización de dos provincias en el territorio germano bajo dominio romano al oeste del Rin: Germania Superior y Germania Inferior. Germania Magna, al otro lado del Rin y el Danubio, quedó sin ocupar. A partir de asentamientos indígenas previos, campamentos romanos o de colonias, surgieron ciudades como Augusta Treverorum (Tréveris), Colonia Claudia Ara Agrippinensium (Colonia), Mogontiacum (Maguncia), Noviomagus Batavorum(Nimega) o Castra Vetera (Xanten). Las siguientes provincias fronterizas: la provincia alpina de Raetia (al sur de Rin y el alto Danubio) y las danubianas del Nórico y Panonia, no tenían como sustrato indígena a pueblos germánicos, sino a los reti (de clasificación incierta -itálicos o celtas-) y los panonios (vinculados a los celtas y los ilirios). El conocimiento de los romanos sobre los germanos fue intensificándose con el tiempo, como demuestra el progresivo mayor detalle con que los recogen las principales fuentes historiográficas: Tácito en el año 98 redacta su Germania (De origine ac situ Germanorum, “Origen y territorio de los germanos“). Nombra unos cuarenta pueblos, identificándolos como pertenecientes a varios grupos dentro de los germanos occidentales, descendientes de Mannus (ingaevones -de Jutlandia y las islas adyacentes-, hermiones -del Elba- y istvaeones -del Rin-). En la mitología germana Mannus era el hijo de Tuisto, del que descendieron todos los humanos. El nombre de Mannus significa ‘hombre‘ y de esta palabra proviene mann (‘hombre‘ en alemán) y posteriormente man (‘hombre‘ en inglés). Mitológicamente, Mannus es el único hijo que tuvo Tuisto. Y según Cornelio Tácito en su libro Germania, Mannus tenía tres hijos, llamados Ing,Irmin e Istaev (conocido también por el nombre de Iscio), de los cuales descienden todas las tribus germánicas.
A estos grupos hay que añadir los germanos septentrionales (de la península escandinava) y los germanos orientales (del Oder y el Vístula). Plinio el Viejo, en Naturalis Historia (hacia el año 80), clasifica a los germanos en cinco confederaciones: ingvaeones, istvaeones, hermiones, vandili (vándalos) ypeucini (bastarnos), de cada una de las cuales precisa los pueblos que las componen. Claudio Ptolomeo, en su Geographia (hacia el año 150), nombra a sesenta y nueve pueblos germánicos. Las guerras marcomanas del siglo II incrementaron los contactos entre romanos y germanos. Aun así, el léxico de origen germánico que se usa en los autores latinos hasta el siglo V es muy escaso: en César urus y alce, en Plinio ganta y sapo (oca, jabón), en Tácitoframea (lanza), en Apicio melca y en Vegecioburgus (castillo -castellum parvum quem burgum vocant-, que tendrá una extensa utilización posterior como sufijo en topónimos). Desde la crisis del siglo III, y especialmente en la anarquía militar (235 – 285), Roma estuvo sumida en un periodo de caos y guerras civiles. Las fronteras, debilitadas, no fueron un obstáculo para la penetración de los germanos, que simultáneamente se desplazaban de forma paulatina en busca de nuevas tierras, presionados por su propia demografía. En esa época llegaban quizá a los 6 millones de personas, un millón de las cuales se desplazaron hacia el este, la actual Ucrania. Los que emigraron hacia el sur y el oeste, “invadiendo” el Imperio romano, divididos en pequeños grupos, en total llegarían a unas doscientas mil. Las provincias occidentales del Imperio sufrieron una primera oleada de invasiones simultáneamente a la crisis socioeconómica que se manifestaba en las rebeliones campesinas (bagaudas). En Oriente fueron los godos quienes inicialmente protagonizaron la principal amenaza. Divididos en grupos de godos orientales (ostrogodos) y de godos occidentales (visigodos), se introdujeron al sur del Danubio en los Balcanes, y obtuvieron todo tipo de concesiones de las autoridades imperiales: en el año 376 se les concede su entrada pactada, pero al sentirse defraudados en sus expectativas, se dedicaron al saqueo, consiguiendo incluso vencer al ejército imperial de Valente en la batalla de Adrianópolis (378). Esto puso a los godos en una posición extraordinariamente ventajosa, que obligó al nuevo emperador, Teodosio, a concederles un foedus para su asentamiento en la Tracia (382). Su prolongada presencia dentro de las fronteras les permitió asimilar rasgos de la civilización romana, como la religión, adoptando el arrianismo, una de las versiones del cristianismo que, posteriormente, en el Concilio de Constantinopla de 381, fue condenada como herética.
El proceso de aculturación incluso significó la adquisición de la ciudadanía romana por muchos de los considerados bárbaros, o su acceso a altos cargos de la administración romana y del ejército; pero no la asimilación, ni la disminución de la conflictividad. Todo lo contrario: en el 410 los visigodos de Alarico I saquearon la propia ciudad de Roma, obteniendo un mítico botín. El invierno particularmente frío del año 406 permitió cruzar el Rin helado a grupos masivos de suevos y vándalos (junto con los alanos, un pueblo no germánico sino iranio). Los emperadores de la época recurrieron a ficciones jurídicas como otorgarles el permiso de ingreso, bajo las condiciones teóricas de que deberían actuar como colonos y trabajar las tierras, además de ejercer como vigilantes de frontera; pero el hecho fue que la decadencia del poder imperial impedía cualquier tipo de control. Los invasores no encontraron obstáculo en su avance hacia las ricas provincias meridionales de Galia e Hispania. Los vándalos incluso cruzaron el estrecho de Gibraltar, tomando las provincias africanas y amenazando las rutas marítimas del Mediterráneo occidental. El imperio tuvo que recurrir a los visigodos, los más romanizados de entre los germanos, para intentar recuperar algún tipo de control sobre las provincias occidentales. Los visigodos en efecto se impusieron sobre los invasores, pero únicamente para establecerse a su vez como un reino independiente (reino de Tolosa, 418) justificado en la figura jurídica del foedus. Una nueva invasión fue protagonizada por Atila, el rey de los hunos, un enigmático pueblo o confederación de pueblos, cuyo desplazamiento secular hacia el oeste estuvo probablemente en el origen del movimiento inicial de los germanos. Tras acosar al Imperio romano de Oriente, que sólo le enfrentó mediante una política de apaciguamiento; se dirigió a Occidente, donde una inestable coalición de romanos y germanos le venció en la batalla de los Campos Cataláunicos (451). Después de la descomposición del imperio de Atila, nuevas oleadas invasoras se establecieron los territorios que ya sólo de nombre podían considerarse provincias romanas: desde mediados del siglo V (batalla de Guoloph, 439, batalla del Monte Badon, 490) anglos, sajones y jutos desembarcaban en la Britania posromana, inicialmente como mercenarios para proteger a los britanos de los escotos y pictos y luego como conquistadores; a comienzos del siglo VI los francos tomaron las Galias, desplazando a los visigodos a Hispania (batalla de Vouillé, 507). En la propia península itálica, incluso la ficción de la pervivencia del Imperio había dejado existir desde el 476, cuando los hérulos de Odoacro destituyeron al último emperador romano, Rómulo Augústulo. Su dominio fue breve, pues se vieron acometidos a su vez por sucesivas invasiones instigadas por el emperador de Oriente (Zenón): en 487 y 488 la de los rugios de Feleteo y Federico, que logran rechazar; y finalmente la de los ostrogodos de Teodorico el Grande, que les derrotan en Aquileya, Verona (489) y el río Adda (490), quedando sitiado Odoacro en Rávena hasta su asesinato a manos del propio Teodorico (493).
Tanto visigodos como francos obtuvieron el extraordinario beneficio que suponía la aplicación extensiva del concepto de hospitalitas (la asignación al huésped de la tercera parte del patrimonio del anfitrión), lo que en la práctica significó cederles la tercera parte de las tierras que ocupaban en las Galias. Los hérulos de Odoacro exigieron lo mismo en Italia, y ante la respuesta negativa de las autoridades romanas, optaron por aclamar a su jefe como “rey de Italia“. Durante todo el siglo V, el ejército romano y, en gran medida, la dirección política del Imperio occidental, estuvieron en manos de personalidades de origen germano. Estilicón, de origen vándalo, fue clave durante el imperio de Honorio; Aecio, de oscuro origen -godo o escita-, fue el artífice de la coalición anti-Atila; Ricimero, mitad suevo, mitad visigodo, llegó a proclamar tres emperadores -Mayoriano, Libio Severo y Olibrio-; Gundebaldo, burgundio, sobrino de Ricimero, proclamó a su vez otro emperador -Glicerio-; Orestes, que depuso a Julio Nepote e impuso como emperador a su propio hijo, Rómulo Augusto. Los distintos pueblos germánicos se asentaron en diferentes zonas del antiguo Imperio romano de Occidente, fundando reinos en los que los germanos pretendieron inicialmente segregarse como una élite social separada de la mayoría de la población local. Con el tiempo, los más estables de entre ellos, visigodos y francos, consiguieron la fusión de las dos comunidades en los aspectos religioso, legislativo y social. La diferencia cultural y de grado de civilización entre los pueblos germánicos y el Imperio romano era muy notable, y su contacto produjo la asimilación por los germanos de muchas de las costumbres e instituciones romanas, mientras que se conservaron otras propias de sus antiguas tradiciones e instituciones, formando así la cultura que se desarrolló en la Europa medieval y que es la base de la actual civilización occidental. Sin duda el rasgo más definitorio de los germanos es la lengua, ya que el concepto es ante todo etnolingüístico. No obstante, aunque las lenguas germanas antiguas eran cercanas entre sí, los germanos no hablaban la misma variante, sino variedades diferentes derivadas delproto-germánico.
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