Siendo infantes, muchas generaciones de españoles han estudiado en sus libros de texto la formación de los pueblos prerromanos. Íberos y celtas son nombres conocidos, pero no menos su peculiar unión: los celtíberos. El estudio de sus restos, al margen de rellenar las sempiternas lagunas de la Historia, ha brindado una de las aportaciones más importantes de la Arqueología española de las últimas décadas.
Por fortuna los helenos y los romanos, viajeros, comerciantes y conquistadores, siempre hermanados por una insaciable curiosidad, recogieron informaciones –no siempre exactas, eso sí– de las poblaciones que se encontraron en la Península Ibérica. Era ésta una tierra exótica, en pleno confín del mundo y muchas regiones se volvían objeto de mitificaciones. No sabemos cuánto de exagerado hay en el mundo celtibérico, pero lo que parece claro es que su belicosidad y resistencia a los poderes externos causó interés por parte de los autores clásicos, que a veces alabaron su carácter fiero y valeroso. También queda claro, por las diferentes fuentes de las que se nutre la Historia, que las poblaciones celtibéricas se encontraban en estados muy avanzados con urbanismos incipientes en algunos casos –más que de ciudades se las calificaría de “oppida”– y economías monetales, muy influidas por el mundo de los griegos. El estudio de sus diferentes enclaves, así como las relaciones entre ellos y el resto del mundo, llevan años enriqueciendo el panorama historiográfico español, pero en algunos casos ha sido aún más especial. Numancia, por ejemplo, no sólo significó un aporte a la Historia peninsular si no que sirvió de plataforma ideológica para lanzar mensajes más o menos nacionalistas, en un sentido o en otro, reinterpretando su resistencia de una forma un tanto anacrónica. En el caso que nos ocupa la peculiaridad ha venido por otros derroteros.
Sus habitantes la llamaron Sekaisa, como reza en sus monedas, que quizá pudo significar “la poderosa” y su descubrimiento no careció de dificultades. Enclavada en la Celtiberia, en una depresión del sistema central cerca del valle del río Perejiles y muy cerca del Cerro de Bámbola–donde se halla el yacimiento de Bílbilis–, su dominio de la zona como punto de paso explicaría su pujanza en el siglo II a. C. De hecho, si hacemos caso de las fuentes clásicas –que en su mayoría la adscribían al pueblo de los belos– como el “Bellum Numantinum” de la “Historia Romana” de Apiano, fue una de las protagonistas de la lucha contra el poder de Roma. La erección de unas murallas más potentes en la ciudad violó una serie de acuerdos y motivó a los habitantes del Lacio a declararles la guerra. En principio los segetanos, aliados de los numantinos consiguieron frenar a Fulvio Nobilior, el cónsul romano enviado a castigarlos, pero éste pudo reaccionar y dispersó al ejército celtibérico, arrasando la vieja Sekaisa en el 153 a. C.Con el paso del tiempo y los continuos avances romanos toda el área, a lo largo de ese siglo, pasó a dominio directo de Roma. Como curiosidad, baste decir que esta guerra alteró el calendario romano, que empezó a contar el comienzo del año en enero y no en marzo como se hacía tradicionalmente.
Buscando Segeda
Quizá en parte por la afirmación de Estrabón de que los habitantes de esta ciudad eran arévacos y no belos y por el hecho de encontrar referencias, como la de Esteban de Bizancio en el siglo VI, de hasta tres Segedas –algunos hablan de cuatro– en la Península Ibérica, los restos de la ciudad tardaron siglos en poder ser encontrados. Documentos del siglo XIII y hasta del XVII, siguiendo a Estrabón, continuaron deformando la información sobre su posible ubicación, por lo que el problema de Segeda se hizo crónico.
Pero en 1867 la aparición de algunos restos en las tierras de los Condes de Samitier, despertaron la curiosidad de esta familia y de las gentes doctas aragonesas, informando del valor de las ruinas –todavía sin saber claramente qué eran- a la Real Academia de la Historia. La mención de estructuras ordenadas y de mosaicos parecía dejar clara su pertenencia a la cultura romana, por lo que nadie pensó en la ciudad celtibérica. Pero como la zona claramente poseía una riqueza histórica explotable, los mismos dueños de las tierras escarbaron en ella. Así, en 1907, el conde de Samitier, Carlos Ram de Viu, descubrió la existencia de una necrópolis que parecía intacta. Sus informes llegaron a oídos de uno de los grandes arqueólogos españoles del siglo XX: Pedro Bosch Gimpera (1891-1974), que inició unos trabajos de campo entre los años 1915-1920.
Él se percató perfectamente de que la cerámica de las tumbas no era precisamente romana sino más bien una mezcla de elementos íberos y célticos. Quedaba claro que las tumbas escondían más de lo que se había supuesto y si era un cementerio prerromano la ciudad que lo nutrió tenía que estar cerca. El mismo Adolf Schülten, una figura de la Arqueología alemana que dejó su huella en España, postuló en 1914 que la tierra de los belos, a la que adscribía Segeda, comprendía esos parajes. Incluso llegó a situar la misma ciudad en la localidad de Durán de Belmonte, haciéndose eco de las investigaciones deRam de Viu.
Surgen los problemas
Los trabajos y sondeos que se realizaron en Belmonte produjeron dudas por parte de la comunidad científica por el hecho de que los restos no parecían tener una antigüedad inferior amediados del siglo II a. C. Pero los materiales que iban apareciendo eran claramente celtibéricos, por lo que la incógnita se mantenía. Después de un hiato de varias décadas, los historiadores empezaron a barajar otras localizaciones para Segeda en la misma zona, pero todo era pura teoría. Por fin, en 1985, las indagaciones de Francisco Burillo Mozota y Mariano Ostalé Martínez, descubrieron otro poblamiento celtibérico vecino en la localidad de Poyo de Mara, a escasísimos kilómetros de Durán de Belmonte. Parecían enclaves demasiado importantes para estar tan cercanos entre sí, ya que lo normal es que una “oppidum” dominase, como cualquier población, un territorio o “hinterland” que le suministrara recursos. ¿Cómo podían estar dos ciudades como estas tan cerca?
Segeda es descubierta
Las dudas eran tan sugestivas que ya en 1986 se realizó una primera campaña de excavación dirigida por Burillo y Maria Luisa de Sus, con un buen equipo científico que se dedicó a prospectar y sondear diferentes partes de ambos yacimientos. Así se llegó a la conclusión de que el de Belmonte era una continuación cronológica del de Mara, por lo que no era descabellado concebirlos como la misma población, que habría cambiado de ubicación en el tiempo, algo no demasiado raro en la Historia humana. El poblamiento más antiguo, la “palaiapolis” o “ciudad antigua” había sido destruida en algún momento de mediados del siglo II a. C., justamente cuando las fuentes hablan de las acciones de Nobilior en el territorio. Su adscripción como la Segeda se confirmó con las monedas y materiales que se fueron encontrando, designando a la ciudad primigenia, la de Poyo de Mara, como Segeda I –destruida por los romanos en el 153 a. C.- y la de Belmonte como Segeda II.
Francisco Burillo, interesado sobre todo por la riqueza historiográfica que podía aportar el “oppidum” más antiguo, dedicó sus esfuerzos a promover un estudio exhaustivo, pero no fue hasta 1998 cuando se materializaron en el llamado: “Proyecto Segeda”, con la colaboración de los ayuntamientos de ambas localidades, la Universidad de Zaragoza y el Ministerio de Cultura. El año siguiente ambos lugares serían declarados Bien de Interés Cultural por parte delGobierno de Aragón. Las campañas arqueológicas, iniciadas en el año 2000 de manera sistemática y continuada, han contando con especialistas del más alto nivel y han servido de laboratorio para la aplicación de una arqueología “de vanguardia”, destacando los SIG(Sistemas de Información Geográfica) que inciden en el conocimiento de la topografía de los yacimientos para entender su relación con su entorno y la posibilidad de un desarrollo sostenible para la zona.
Pero lo que más ha llamado la atención de los historiadores y del gran público ha sido la interpretación de una parte del enclave de Segeda I como un posible observatorio astronómico. La noticia, que se hizo pública en el año 2009 revalorizaba el yacimiento aragonés a nivel cualitativo. Pues si bien es sabido que a lo largo de toda la Historia la Astronomía ha sido básica para la supervivencia de los grupos humanos desde la Prehistoria, no se han conservado demasiados ejemplos. La estructura segetana, una plataforma de planta trepezoidal, de la que han perdurado el arranque de los muros, poseía una orientación especial y matemáticamente deja claro unos conocimientos muy avanzados y el empleo de una base sexagesimal. De 312 metros cuadrados, estaba alineada con el cerro de La Atalaya y con la puesta del Sol en el Solsticio de Verano. También permitía un seguimiento de la Parada Mayor de la Luna, un ciclo astronómico conocido como “de Metón” de 19 años de duración lo que indica un conocimiento astronómico muy antiguo y continuado. De esta forma el futuro de los sitios arqueológicos zaragozanos no puede depararnos más que magníficos avances en la investigación del ser humano.
Más información en: http://www.segeda.net
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