Batalla de las Islas Terceras 1582
El 26 de julio de 1982 se cumplió el cuarto centenario del combate naval denominado de las islas Terceras —el archipiélago de las Azores— entre una escuadra española al mando de don Alvaro de Bazán y otra francesa —con aportación de buques ingleses— bajo las órdenes del condottiero italiano, Philippe Strozzi, al servicio de Enrique III, rey de Francia.
La escua
dra de Strozzi se ha preparado con el apoyo del rey galo —impulsado por la reina madre Catalina de Médicis— aunque aquél aparenta actuar por cuenta propia en ayuda del pretendiente al trono de Portugal, prior de Ocrato, para no compro meter a Enrique III ante Felipe II, con quien oficialmente mantiene relaciones amistosas.
En los mismos términos de disimulo se lleva a cabo la participación inglesa, ya que Isabel de Tudor no desperdicia ocasión para asestar arañazos al Rey Católico sin arriesgarse a pro vocarle en un enfrentamiento directo. Los ofrecimientos territoriales del prior de Ocrato a cambio de ayuda para sentarse en el trono portugués, ofrecen a Enrique III la oportunidad de obtener un jalón de apoyo en las Azores o en las islas Madeira, fundamental para afirmar las presencia francesa en América del Sur —Brasil—, donde se ha afincado ya, junto a Río de Janeiro, una pequeña colonia de hugonotes.
Para Isabel de Inglaterra las Azores ocupan una magnífica posición para ser utilizadas como base de partida para las acciones piráticas contra las naos españolas de la Carrera de Indias sin ser necesario hacer tan gran viaje como ir a robarlas donde fue Drake (1). Por el contrario, la conservación del archipiélago de las Azores bajo la férula de la Corona de Portugal es necesaria a Felipe II como lugar de estacionamiento de la Armada de guarda y defensa de la Carrera de Indias y como punto de escala de aguada y aprovisiona miento de las naos que, solas o en convoyes, vienen del Nuevo Mundo. Las Azores son, en resumidas cuentas, la llave de la navegación de las Indias a la península Ibérica.
Campaña de 1581
Dominada al término de 1580 la situación en Portugal por los partidarios de Felipe II, con la esencial ayuda del ejército del duque de Alba y la escuadra de don Alvaro de Bazán, el prior de Ocrato con serva bajo su dominio la isla Tercera y las otras del grupo noroccidental de las Azores —San Jorge, Graciosa, Fayal, Pico. Cuervo y Flores—, donde se han refugiado los enemigos acérrimos de Felipe II.
Las islas de San Miguel y Santa María son fieles al nuevo rey de Portugal. El 19 de mayo de 1581, cuando la Tercera y las demás islas rebeldes están en tratos de rendición y reconocimiento de la soberanía de Felipe II, aparece en su ayuda una escuadra francesa al mando de Antoine Scalin, reforzada con cuatro compañías de hombres de guerra, y la rendición se malogra. Pero más que este refuerzo, lo que reanima los ánimos de rebeldía es la noticia de que el general Strozzi prepara en Francia una poderosa escuadra que va a traer nada menos que 15.000 arcabuceros (2).
Por su parte, el embajador de España en Inglaterra informa a Felipe II que Isabel de Tudor ha decidido que los navíos que Drake prepara en Plymouth para ir a robar a las Indias acudan en ayuda de los rebeldes de las Azores en unión de los buques franceses que se alistan en Dieppe y El Havre.
Para prevenir esta acción el Rey de España ordena a Pedro de Valdés, general de la escuadra de Galicia, que se haga a la mar con cuatro naos grandes y dos pequeñas, reforzadas con 80 artilleros y 600 infantes, para limpiar de piratas la derrota de recalada de la flota procedente de las Indias en su escala obligada de las Azores.
Mientras, en la península se apresta a toda prisa una armada de 12 naos, bajo el mando de Galcerán Fenollet, en la que embarcan 2.200 hombres del tercio del maestre de campo Lope de Figueroa que ha de conquistar la isla Tercera antes del 10 de agosto porque el dicho tiempo no se puede operar en aquellos mares (3). Valdés parte hacia Azores el 17 de junio.
Llegado Valdés a Punta Delgada, el 30 de junio, le informa Ambrosio de Aguiar, gobernador de la isla de San Miguel, que los rebeldes de la Tercera han recibido importantes cantidades de armas y municiones de Inglaterra y Francia y que los partidarios del prior de Ocrato han apresado algunas naos procedentes de Santo Domingo que navegaban en solitario. Las noticias obtenidas por medio de la gente de una carabela apresada a los enemigos, según las cuales las huestes del pretendiente refugiadas en la Tercera están mal organizadas y armadas, le hacen concebir la idea de apoderarse de la isla antes de la llegada de la escuadra de Galcerán Fenoliet, y en el alba del 25 de julio desembarca 350 hombres en las proximidades del puerto de Praia.
Los atacantes rechazan a los 2.000 hombres que tratan de cerrarles el paso, pero mediada la tarde de ese días los defensores conducen un rebaño de unos 500 bueyes y vacas contra los invasores, desorganizando su sistema de defensa mientras irrumpe detrás del ganado disparando sus armas, ocasionando la muerte de más de 200 hombres. Sólo 30 escapan de la matanza o el apresamiento. Un hijo de Valdés cae en el combate.
El 9 de agosto llegan a las Azores 43 naos de las flotas de Tierra Firme y Nueva España, bajo el mando respectivo de los capitanes generales Francisco de Luján y Antonio Manrique, quienes conscientes de su misión de llevar indemnes sus buques y cargamentos a España niegan a Valdés la solicitud de ayuda para vengar la derrota sufrida.
Cuando Valdés regresa a España es encarcelado por orden del rey, acusado de desobediencia y sometido a proceso, aunque es indultado por decisión de sus jueces. Su derrota no influye en el fracaso de la campaña, ya que ésta se suspende porque la Armada de Galcerán de Fenoliet, con el tercio de Lope de Figueroa, llega a San Miguel el 25 de agosto, pasado ya el plazo fijado por Felipe II para emprender la conquista de la isla Tercera; pero el revés encajado por Valdés da ánimos de resistencia a los seguidores del pretendiente y alienta las promesas de ayuda de Inglaterra y Francia. Así lo manifiestan el rey de Francia y Catalina de Médicis en cartas dirigidas al gobernador de la Tercera y al prior de Ocrato, respectivamente.
Campaña de 1582
En enero de 1582 cursa Felipe II las órdenes de preparación de la expedición naval que ha de expugnar el reducto enemigo de las Azores occidentales. Los preparativos principian en la primavera bajo el cuidado de don Alvaro de Bazán, capitán general de las galeras de España, designado por el Rey para dirigir la armada que ha de trasladarse al archipiélago.
En Lisboa y Sevilla se alistan los buques y se concentra la tropa con soldados preferentemente portugueses, aunque también figuran españoles, italianos y alemanes. Pero los preparativos se retrasan porque se han de construir 80 barcas planas —para desembarcar a la infantería—, cuya madera se cortó a finales de febrero, y se ha de elaborar un modelo que sirva de patrón común a las atarazanas andaluzas.
La Armada ha de estar compuesta por 60 naos gruesas, con los pataches y embarcaciones auxiliares correspondientes, doce galeras y las harcas de desembarco. Aparte de la gente de mar, el contingente de hombres de guerra será de 10.000 a 11.000 soldados, al mando del maestre de campo general, don Lope de Figueroa. La impedimenta compren de provisiones para seis meses, artillería de batir, carros de municiones, mulas y caballos para atender a los servicios de transporte y acarreo.
La misión fijada por el rey es la de destruir las armadas enemigas y apoderarse de las islas en poder de los rebeldes. El objetivo primero es claro: batir la fuerza naval adversaria; logrado éste, expugnar las islas.
Mientras, Catalina de Médicis —que arrastra a su hijo Enrique III a intervenir en la intriga contra Felipe II— prepara el plan de campaña: Strozzi, después de ocupar la isla de Madera, conquistará las Azores para el prior de Ocrato; después el mariscal Brissac se apoderará de las islas de Cabo Verde; en agosto, Strozzi reforzará la guarnición y se dirigirá a Brasil, que será cedido a Francia por el pretendiente cuando tome posesión del trono de Portugal.
Sin embargo, en los contratos de asiento con los dueños de los buques figura que se utilizarán para proteger los buques mercantes, combatir a los piratas o hacer lo que ordene el rey o la reina madre. La noticia de que Felipe II preparara una expedición contra las Azores induce a concentrar la fuerza francesa para hacerle frente en vez de desarrollar el plan escalonado previsto.
En Belle Isle se reúne una flota de 64 buques, mandados y dotados con los mejores marinos de Francia, y 6.000 hombres de tropa, organizada por Strozzi como si fuese una fuerza de infantería: a las órdenes de Brissac, designado teniente general; de Borda, mariscal de campo, y Saint Souline y de Bus, como maestres de campo, entre éstos se reparten el mando de las 55, compañías. Siete buques ingleses cedidos al pretendiente forman también parte de la flota de Strozzi.
Esta flota parte el 16 de junio y después de un mes de navegación fondean los buques en la rada de San Miguel, creídos los pilotos que están en la isla de Santa María, decidiendo entonces Strozzi desembarcar 1.200 hombres para cercar el fuerte de Punta Delgada, y aunque logra un éxito inicial frente a la tropa que trata de oponerse al desembarco, no aprovecha la ocasión de rendir la plaza, viéndose obligado a reembarcar a su hueste cuando se entera de la inminente presencia de la escuadra de don Alvaro de Bazán.
En efecto, enterado Felipe II de que ha partido de Francia una escuadra rumbo a las Azores ordena de inmediato la salida de la escuadra de Bazán que se prepara en Lisboa. El 10 de julio se hace éste a la mar, arbolando su insignia en el galeón de 1.200 toneladas San Martín; le acompañan 27 naos y urcas y cinco pataches.
Por no demorar la salida, Bazán no espera a la armada que se apresta en Cádiz, constituida por 20 naos gruesas, bajo el mando de Juan Martínez de Recalde, y 12 galeras de don Francisco de Benavides, las cuales se hacen a la mar días después. El día 11 abandonan Lisboa otras tres naos y dos carabelas, que navegarán hasta las Azores separadas del grueso de la fuerza.
El mal tiempo sufrido durante tres días obliga a regresar a Lisboa a la nao Anunciada —capitán Juan Simón—, que lleva a bordo tres compañías de veteranos de Flandes, a los médicos y cirujanos de la expedición, con los medicamentos y el material clínico, dejando sin la adecuada atención sanitaria a los combatientes. Con esta baja y la ausencia de la armada gaditana Bazán queda con 27 naos y le falta más de la mitad de la tropa. Dispone de 5.500 hombres, con sus mandos naturales, y 200 caballeros. Recalde, que también tiene dificultades con la meteorología, no se incorpora hasta el 9 de agosto —una vez resuelta la situación militar—, y Benavides ha de regresar a puerto con sus galeras, que no han zozobrado de milagro.
El 21 de julio Bazán destaca dos pataches para comunicar con el gobernador Ambrosio de Aguiar y requerir información sobre el enemigo. Cuando al día siguiente la armada llega a San Miguel una de las carabelas que partieron de Lisboa el 11 de julio notifica a Bazán el apresamiento de la otra carabela y el retorno a Portagal de las tres naos que las acompañaban. El regreso de uno de los pataches desta cados, con la novedad del apresamiento de su pareja, confirma al capitán general de la escuadra española que el enemigo se le ha anticipado.
Desde la tarde del 22 de julio Strozzi y Bazán conocen la mutua presencia de sus escuadras en aguas de las Azores. Incluso en ese mismo día las disponen para el combate pero el viento cae, la noche se echa encima y el enfrentamiento se reduce a una demostración de fuerza del francés, que cuenta con mayor número de velas que su adversario. Según el relato y la documentación aportados por Fernández Duro, a los cuales remiten propios y extraños cuando se refieren al combate naval de la isla Tercera, la escuadra que Bazán opone a la francesa en las Azores está constituida por dos galeones del rey —San Martín, de 1.200 toneladas, y San Mateo, de 600—, 15 naos de 300 toneladas de porte medio y ocho urcas flamencas de 200 a 400; es decir, 25 buques de guerra y 4.500 hombres de infantería embarcada. Strozzi enfrenta a Bazán 60 galeones y urcas, de las cuales 40 son naos gruesas, las demás medianas y un buen número de pataches y saetías con un contingente de tropa embarcado de 7.000 hombres, aparte de la marinería.
Ninguna de la naos gruesas alcanza los portes de los galeones San Martín o San Mateo, en cambio son más ligeras y maniobreras que las españolas; tres de ellas son inglesas, pero no intervienen prácticamente en el combate, los demás, con el prior de Ocrato, se han retirado a la isla Tercera. El 23 se preparan de nuevo para combatir ambas escuadras, pero todo se reduce a buscar posiciones ventajosas a barlovento para entrar en combate llevando la iniciativa en la maniobra.
El 24 —cerca de la isla de Santa María— la escuadra francesa ataca a la de Bazán aprovechando el viento favorable, pero la acción se limita a intercambiar fuego de artillería entre las vanguardias, encajando varios disparos algunas naos contendientes, llevando la peor parte Strozzi que pierde una nao de gran porte.
El 25, franceses y españoles se dedican a reparar averías; en la oscuridad de la noche desaparecen —al parecer por abordarse— dos urcas españolas con 400 hombres de guerra y las dotaciones de mar.
La victoria del 26 de julio.
El 26 de julio de 1582 ambas escuadras se avistan al amanecer a unas 18 millas al sur de Villafranca —isla de San Miguel—, separadas unas tres millas entre sí, navegando con viento del oeste-noroeste, amurados los buques por babor; los franceses en un largo, a barlovento, los españoles, de bolina.
Bazán ha perdido el barlovento alcanzado el día anterior porque una de sus naos ha partido el palo mayor —la de don Cristóbal de Eraso, capitán general de la Armada de Indias— y el San Martín la ha tomado a remolque. A las nueve de la mañana la escuadra de Bazán gobierna en línea de fila a un rumbo próximo al Norte. Van intercaladas las urcas con las naos guipuzcoanas: en cabeza la urca San Pedro, con la gente de armas de don Francisco de Bobadilla, detrás el galeón San Martín —capitana— remolcando la nao averiada, sigue aguas el galeón San Mateo, con una compañía del tercio de don Lope de Figueroa.
A ambas bandas de estos buques de cabeza navegan seis de las naos y urcas más maniobreras; en retaguardia marchan las demás unidades sin más orden ni recomendación que la de acudir prontamente donde tuviera lugar el combate, según puntualiza Fernández Duro. Parece que Bazán piensa entrar en combate con sus unidades más poderosas y que las seis acompañantes actúan en misión de socorro, mientras las que marchan detrás atacarán cuando las naos gruesas se hayan enzarzado en la pelea con las enemigas. Hacia el mediodía las escuadras conservan sus rumbos y permane cen a la expectativa. Igual que en días anteriores, nada indica que el combate vaya a producirse. El galeón San Mateo gobierna un poco a barlovento de su línea, quizá para estar en mejor posición para maniobrar al San Martín y su buque remolcado, ofreciéndoles a ambos una mejor cobertura.
Conforme al relato de Charles de La Ronciere, a los franceses les favorecían todas las cosas, los vientos, las mareas, el sol y la tierra, pero no el entusiasmo ni esa generosa alegría que promete las victo rias. Una veintena de buques habían desfilado —se entiende frente al enemigo—; de los otros apenas una quincena se encontraban en la línea, cinco detrás de Strozzi, seis a la izquierda, con Brissac, y cuatro a la extrema izquierda, con Saint-Souline.
El general Strozzi arbola su insignia en la urca Saint Jean Baptiste, de 170 toneladas, a la que se ha trasladado para dirigir el combate. El San Mateo, según el repartimiento de gente que hizo en él don Lope de Figueroa, cuenta con 32 cañones —16 por banda en dos cubiertas—, seguramente de bronce. Fernández Duro supone que llevaba entre 26 y 30; seis años después, en la jornada de Inglaterra, irá armado con 34 cañones de diversas clases y calibres. Pero tan importante o más que la capacidad de fuego artillero es la distribución y capacidad de fuego de arcabucería y mosquetería que proporciona el tercio embarcado de don Lope de Figueroa.
— 8 arcabuceros, más gavieros con alcancías, en la gavia (cofa) mayor.
— 4 arcabuceros, más gavieros, en la gavia menor.
— 50 arcabuceros y mosqueteros, más 8 caballeros, en las popas alta y baja.
— 25 arcabuceros y mosqueteros, más 6 caballeros, en el castillo de proa. 40 arcabuceros, más 8 caballeros por banda, en el alcázar.
— 6 arcabuceros en el corredor del galeón.
— 8 artilleros y 12 grumetes, a las órdenes de un capitán, dos alféreces y un condestable, para atender a la artillería debajo de cubierta.
— 8 artilleros y 8 grumetes, con un oficial, para la artillería sobre cubierta.
Más formidable es el volumen de fuego del galeón San Martín, de 34 cañones; 48 cañones en la jornada de Inglaterra. Según el repartimiento de don Alvaro de Bazán, el plan de fuegos está a cargo de:
— 8 mosqueteros, más los gavieros con alcancías —y un alférez—, en la gavía mayor.
— 6 mosqueteros, más gavieros, en la gavia menor.
— 20 arcabuceros, más 20 caballeros, en el alcázar alto de popa.
— 4 arcabuceros y 5 caballeros debajo de este alcázar, en calidad de socorro.
— 20 arcabuceros y mosqueteros, con varios caballeros, en el alcázar más bajo.
— 15 arcabuceros, más 10 mosqueteros con un capitán y dos sargentos, en el castillo de proa.
— 40 arcabuceros por banda y un capitár en la cubierta principal.
— 40 soldados y un capitán junto a la cámara de popa, para acudir donde fuere necesario.
— Un artillero y 6 ayudantes por cada uno de los 17 cañones y culebrinas de la cubierta baja.
— Un artillero y ayudantes para cada una de las 17 piezas grandes y pequeñas de la cubierta alta.
Visto que el San Mateo parece presa segura para los buques de vanguardia de Strozzi, se dirigen hacia él: Strozzi le engancha por babor, Brissac le lanza los garfios de abordaje por estribor, otras dos naos lo toman de enfilada desde popa y desde proa. Cuatro buques más se interponen entre el San Mateo y la urca San Pedro —que pasó a ocupar un puesto más retrasado en la línea española— impidiendo que ésta acuda en su ayuda.
Lope de Figueroa contiene el fuego de su galeón hasta que los enemigos llegan a tocapenoles, momento en que ordena descargar una ruciada (4). Cargan sus armas rápidamente los artilleros y se larga otra ruciada antes de que se entable el combate con armas cortas. Gracias a esta primera pasada logra la gente del San Mateo aguantar durante dos horas el acoso de sus atacantes, refrescados con refuerzos de otros bajeles.
Bazán larga el remolque, mantiene el rumbo para ganar barlovento, y cae sobre la línea de Saint Souline con el San Martín. y siete buques que le siguen, pero aquél se da a la fuga, dejando al descubierto a Brissac y Strozzi. Con esto las naos Juana —capitán Pedro de Gatagarza— y María —Juan de Segura Villaviciosa— se lanzan sobre la capitana y almiranta francesas para aliviar el ataque que realizan contra el San Mateo.
Pero otros bajeles franceses se abarloan a las Juana y María, formándose un grupo de diez o doce buques que pelean en apretada piña con toda clase de armas. Entonces la nao Concepción —Miguel de Oquendo— mete su proa a toda vela entre el San Mateo y la Saint Jean Baptiste, hundiéndole a éste el costado a la vez que descarga toda una andanada de artillería.
Seguidamente se aferra a la almiranta francesa, que hace mortífero fuego contra la nao de Villaviciosa. Mientras, Bazán maniobra para descargar sus armas en ayuda de los más apurados o destruir a los buques enemigos que intentan llegar en socorro de los que combaten enzarzados con las naos españolas. En esta situación, Brissac escapa del campo de batalla dejando sólo a Strozzi, que da la señal de retirada y trata también de desprenderse del San Mateo para huir, pero el San Martín lo aborda por un costado y la nao Catalina —Sebastián de Labastida— por otro, obligándole a rendirse, aun a pesar de haber recibido socorro de personal. La rendición del Saint Jean Baptiste es la señal de desbandada de los buques franceses que no están engarfiados por los españoles.
Otras naos españolas, como las San Vicente, Nuestra Señora de Iciar, Buenaventura, Nuestra Señora de la Peña de Francia y San Miguel, y la portuguesa San Antonio del Buen Viaje, han peleado tam bién duramente con buques franceses: 224 muertos y 553 heridos es el balance de bajas en las filas de Bazán. Las naos María y San Mateo, con 45 y 40 muertos, y 52 y 74 heridos, respectivamente, son las que han salido más mal paradas.
Del lado francés los muertos son entre 1.200 y 1.500 y el número de buques perdidos 10: dos incendiados, cuatro hundidos y otros cuatro se saquearon y abandonaron; entre éstos las naos capitana y almiranta. Considerados fuera de la ley los prisioneros, puesto que actuaron faltos de órdenes de sus soberanos, 80 gentileshombres y 313 soldados son condenados a muerte como piratas y perturbadores de la paz pública (5). Tal dureza en el castigo, aplicado de acuerdo con las órdenes previas del monarca, tan conforme a razón y justicia no se justifica hoy ni siquiera como represalia a la matanza de 507 soldados españoles, italianos e irlandeses, incluidos niños y mujeres, que en 1580 ordenó Lord Grey of Wilton en Irlanda, rendidos a los ingleses bajo promesa de serles respetadas las vidas.
El 9 de agosto se incorpora a Bazán la escuadra de Juan Martínez de Recalde, llegada de España, compuesta por 15 naos y galeones. Reajusta don Alvaro su fuerza despachando cinco naves de la flota a Andalucía y distribuyendo la gente de mar y guerra entre las 40 naos y galeones restantes y la isla de San Miguel, donde deja unos 2.000 hombres. Pero no se decide aún a emprender acción militar alguna contra la isla Tercera, donde el vicealmirante francés Laureau ha logrado reunir 17 buques de la escuadra de Strozzi, hasta la llegada de la flota procedente de América, al mando de Fernando Téllez de Silva, a la que asigna seis de sus buques, a cargo de don Cristóbal de Eraso, para convoyarla hasta Lisboa.
Es entonces cuando Bazán se dirige con su escuadra a la Tercera, más una tormenta, propia del otoño, le impide emprender la expugnación de la isla cuando sus defensores están desmoralizados por la derrota sufrida por sus valedores franceses e ingleses días antes. En estas circunstancias don Alvaro decide regresar a la Península.
Se ha achacado a don Alvaro de Bazán falta de diligencia en lo que hoy se llama explotación del éxito por no haber atacado de inmediato el reducto rebelde de la Tercera, prefiriendo asegurar primero la llegada de la flota de Indias. Pero se ha de tener en cuenta que la falta de barcazas de desembarco para poner en tierra un contingente de hombres de guerra suficiente para establecer una cabeza de playa, y lo avanzado de la estación meteorológica no debieron propiciar el empleo de buques impropios para el barqueo de la gente a playas sometidas a gran oleaje. Felipe II confiaba en que Bazán tomara acción contra la isla Tercera, según manifiesta en carta fechada el 19 de agosto , en la que le agradece la victoria conseguida contra la escuadra franco-inglesa, si bien concede prioridad a la seguridad de la flota de Indias:
-"Y he dado y doy por ella muchas gracias á nuestro Señor y á vos, y, como siempre he confiado de vuestra persona, buena industria, diligencia, celo y voluntad que tenéis á mi servicio, como lo habéis mostrado muy bien en esto y n todo lo demás que habéis puesto la mano; y confío que cada cija me han de venir otras buenas nuevasde vuestra mano, como también sabéis el poco que se saca de las victorias no seguidas. Tengo por cierto que habréis atendido á ejecutar esto antes que los enemigos pierdan el miedo y á los nuestros se les entibie el brío, y así creo que en habiendo refrescado la gente en San Miguel y aderezado con vuestra buena diligencia en pocos días los navíos que lo habían menester, habréis acudido á la Tercera, pues en este medio llegaría él armada del Andalucía, que partió del cabo de San Vicente á los 27 de julio pasado, con que se os habrá engrosado, y habréis podido con ella mostraros sobre la Tercera, acrecentar la confusión en que después de la derrota quedarían unos y otros, y los franceses indignados del daño recibido por causa de Don Antonio, y de cómo los desamparó al tiempo de la necesidad, y los de la isla, desengañados de estribar en la defensa de gente que no la tuvo para sí que son todas estas cosas que quizás os habrán podido dar ocasión de tentar el negocio por vía de fuerza o con cierto; y estoy seguro que vos no habréis perdido ninguna ocasión que pudiese ser á propósito, en especial si hubiéredes tenido aviso de que era pasada la ficta de Nueva España, y llegada acá como se os ha enviado á decir por dos carabelas, ó hubiéredes entendido que el enemigo no podía tenerles al paso fuerzas bastantes para hacerle daño, yendo tan desbaratado; pero si el haber acudido á poner en salvo la flota, como cosa tan importante, no habiendo tenido aviso de su pasada, ó el haberse tardado más el adovío de los navíos de lo que se pensó, ó otra causa os hubiese impedido el tentar lo dicho antes de recibir este despacho, por lo que importa á mi servicio acabar, siendo posible, todo este año, y quedar sin este embarazo para el que viene, os encargo mucho que si no hobiéredes ido hacia la isla del Cuervo, ó si no á la vuelta de allí, si el tiempo os diere lugar, tentéis lo de la Tercera ofreciendo primero á los franceses embarcación y seguridad en que se vayan con sus armas y ropa á su casa, si no quisieren pagarlo como los demás, y esto á trueque de que entreguen la isla, pues sería -muy posible que no les deje de ver esta comodidad, por una parte, y por otra ver el castigo que se hizo en los que se prendieron en la batalla."
Cualquiera que fuese la causa que impidió a don Alvaro desembar car su gente en la isla Tercera es lo cierto que la suerte de las Azores queda decidida a favor de Felipe II, aunque habrá de esperar hasta la época de buen tiempo del año siguiente —1583— para liquidar el foco rebelde que capitanea el prior de Ocrato.
Los febriles preparativos que se promueven en la Corte francesa para vengar la derrota sufrida hacen albergar grandes esperanzas al pretendiente, pero las ayudas solicitadas por Catalina de Médicis a los países escandinavos, a las ciudades hanseáticas y Dinamarca quedan sin respuesta y el rey francés se limitará a movilizar una fuerza que dista mucho de ser la que en un principio pensó la reina madre.
La victoria del 26 de julio de 1582 no cosechó el objetivo inmediato de incorporar en ese año a la Corona portuguesa el archipiélago de las Azores, pero sin ella habría quedado interrogante su dominio futuro. Un dominio que, asegurado en 1583, permitirá utilizar las islas como base de recalada y aprovisionamiento de las flotas españolas de la Carrera de Indias y de las escuadras que afianzaran su defensa y la del Imperio.
En los mismos términos de disimulo se lleva a cabo la participación inglesa, ya que Isabel de Tudor no desperdicia ocasión para asestar arañazos al Rey Católico sin arriesgarse a pro vocarle en un enfrentamiento directo. Los ofrecimientos territoriales del prior de Ocrato a cambio de ayuda para sentarse en el trono portugués, ofrecen a Enrique III la oportunidad de obtener un jalón de apoyo en las Azores o en las islas Madeira, fundamental para afirmar las presencia francesa en América del Sur —Brasil—, donde se ha afincado ya, junto a Río de Janeiro, una pequeña colonia de hugonotes.
Para Isabel de Inglaterra las Azores ocupan una magnífica posición para ser utilizadas como base de partida para las acciones piráticas contra las naos españolas de la Carrera de Indias sin ser necesario hacer tan gran viaje como ir a robarlas donde fue Drake (1). Por el contrario, la conservación del archipiélago de las Azores bajo la férula de la Corona de Portugal es necesaria a Felipe II como lugar de estacionamiento de la Armada de guarda y defensa de la Carrera de Indias y como punto de escala de aguada y aprovisiona miento de las naos que, solas o en convoyes, vienen del Nuevo Mundo. Las Azores son, en resumidas cuentas, la llave de la navegación de las Indias a la península Ibérica.
Campaña de 1581
Dominada al término de 1580 la situación en Portugal por los partidarios de Felipe II, con la esencial ayuda del ejército del duque de Alba y la escuadra de don Alvaro de Bazán, el prior de Ocrato con serva bajo su dominio la isla Tercera y las otras del grupo noroccidental de las Azores —San Jorge, Graciosa, Fayal, Pico. Cuervo y Flores—, donde se han refugiado los enemigos acérrimos de Felipe II.
Las islas de San Miguel y Santa María son fieles al nuevo rey de Portugal. El 19 de mayo de 1581, cuando la Tercera y las demás islas rebeldes están en tratos de rendición y reconocimiento de la soberanía de Felipe II, aparece en su ayuda una escuadra francesa al mando de Antoine Scalin, reforzada con cuatro compañías de hombres de guerra, y la rendición se malogra. Pero más que este refuerzo, lo que reanima los ánimos de rebeldía es la noticia de que el general Strozzi prepara en Francia una poderosa escuadra que va a traer nada menos que 15.000 arcabuceros (2).
Por su parte, el embajador de España en Inglaterra informa a Felipe II que Isabel de Tudor ha decidido que los navíos que Drake prepara en Plymouth para ir a robar a las Indias acudan en ayuda de los rebeldes de las Azores en unión de los buques franceses que se alistan en Dieppe y El Havre.
Para prevenir esta acción el Rey de España ordena a Pedro de Valdés, general de la escuadra de Galicia, que se haga a la mar con cuatro naos grandes y dos pequeñas, reforzadas con 80 artilleros y 600 infantes, para limpiar de piratas la derrota de recalada de la flota procedente de las Indias en su escala obligada de las Azores.
Mientras, en la península se apresta a toda prisa una armada de 12 naos, bajo el mando de Galcerán Fenollet, en la que embarcan 2.200 hombres del tercio del maestre de campo Lope de Figueroa que ha de conquistar la isla Tercera antes del 10 de agosto porque el dicho tiempo no se puede operar en aquellos mares (3). Valdés parte hacia Azores el 17 de junio.
Llegado Valdés a Punta Delgada, el 30 de junio, le informa Ambrosio de Aguiar, gobernador de la isla de San Miguel, que los rebeldes de la Tercera han recibido importantes cantidades de armas y municiones de Inglaterra y Francia y que los partidarios del prior de Ocrato han apresado algunas naos procedentes de Santo Domingo que navegaban en solitario. Las noticias obtenidas por medio de la gente de una carabela apresada a los enemigos, según las cuales las huestes del pretendiente refugiadas en la Tercera están mal organizadas y armadas, le hacen concebir la idea de apoderarse de la isla antes de la llegada de la escuadra de Galcerán Fenoliet, y en el alba del 25 de julio desembarca 350 hombres en las proximidades del puerto de Praia.
Los atacantes rechazan a los 2.000 hombres que tratan de cerrarles el paso, pero mediada la tarde de ese días los defensores conducen un rebaño de unos 500 bueyes y vacas contra los invasores, desorganizando su sistema de defensa mientras irrumpe detrás del ganado disparando sus armas, ocasionando la muerte de más de 200 hombres. Sólo 30 escapan de la matanza o el apresamiento. Un hijo de Valdés cae en el combate.
El 9 de agosto llegan a las Azores 43 naos de las flotas de Tierra Firme y Nueva España, bajo el mando respectivo de los capitanes generales Francisco de Luján y Antonio Manrique, quienes conscientes de su misión de llevar indemnes sus buques y cargamentos a España niegan a Valdés la solicitud de ayuda para vengar la derrota sufrida.
Cuando Valdés regresa a España es encarcelado por orden del rey, acusado de desobediencia y sometido a proceso, aunque es indultado por decisión de sus jueces. Su derrota no influye en el fracaso de la campaña, ya que ésta se suspende porque la Armada de Galcerán de Fenoliet, con el tercio de Lope de Figueroa, llega a San Miguel el 25 de agosto, pasado ya el plazo fijado por Felipe II para emprender la conquista de la isla Tercera; pero el revés encajado por Valdés da ánimos de resistencia a los seguidores del pretendiente y alienta las promesas de ayuda de Inglaterra y Francia. Así lo manifiestan el rey de Francia y Catalina de Médicis en cartas dirigidas al gobernador de la Tercera y al prior de Ocrato, respectivamente.
Campaña de 1582
En enero de 1582 cursa Felipe II las órdenes de preparación de la expedición naval que ha de expugnar el reducto enemigo de las Azores occidentales. Los preparativos principian en la primavera bajo el cuidado de don Alvaro de Bazán, capitán general de las galeras de España, designado por el Rey para dirigir la armada que ha de trasladarse al archipiélago.
En Lisboa y Sevilla se alistan los buques y se concentra la tropa con soldados preferentemente portugueses, aunque también figuran españoles, italianos y alemanes. Pero los preparativos se retrasan porque se han de construir 80 barcas planas —para desembarcar a la infantería—, cuya madera se cortó a finales de febrero, y se ha de elaborar un modelo que sirva de patrón común a las atarazanas andaluzas.
La Armada ha de estar compuesta por 60 naos gruesas, con los pataches y embarcaciones auxiliares correspondientes, doce galeras y las harcas de desembarco. Aparte de la gente de mar, el contingente de hombres de guerra será de 10.000 a 11.000 soldados, al mando del maestre de campo general, don Lope de Figueroa. La impedimenta compren de provisiones para seis meses, artillería de batir, carros de municiones, mulas y caballos para atender a los servicios de transporte y acarreo.
La misión fijada por el rey es la de destruir las armadas enemigas y apoderarse de las islas en poder de los rebeldes. El objetivo primero es claro: batir la fuerza naval adversaria; logrado éste, expugnar las islas.
Mientras, Catalina de Médicis —que arrastra a su hijo Enrique III a intervenir en la intriga contra Felipe II— prepara el plan de campaña: Strozzi, después de ocupar la isla de Madera, conquistará las Azores para el prior de Ocrato; después el mariscal Brissac se apoderará de las islas de Cabo Verde; en agosto, Strozzi reforzará la guarnición y se dirigirá a Brasil, que será cedido a Francia por el pretendiente cuando tome posesión del trono de Portugal.
Sin embargo, en los contratos de asiento con los dueños de los buques figura que se utilizarán para proteger los buques mercantes, combatir a los piratas o hacer lo que ordene el rey o la reina madre. La noticia de que Felipe II preparara una expedición contra las Azores induce a concentrar la fuerza francesa para hacerle frente en vez de desarrollar el plan escalonado previsto.
En Belle Isle se reúne una flota de 64 buques, mandados y dotados con los mejores marinos de Francia, y 6.000 hombres de tropa, organizada por Strozzi como si fuese una fuerza de infantería: a las órdenes de Brissac, designado teniente general; de Borda, mariscal de campo, y Saint Souline y de Bus, como maestres de campo, entre éstos se reparten el mando de las 55, compañías. Siete buques ingleses cedidos al pretendiente forman también parte de la flota de Strozzi.
Esta flota parte el 16 de junio y después de un mes de navegación fondean los buques en la rada de San Miguel, creídos los pilotos que están en la isla de Santa María, decidiendo entonces Strozzi desembarcar 1.200 hombres para cercar el fuerte de Punta Delgada, y aunque logra un éxito inicial frente a la tropa que trata de oponerse al desembarco, no aprovecha la ocasión de rendir la plaza, viéndose obligado a reembarcar a su hueste cuando se entera de la inminente presencia de la escuadra de don Alvaro de Bazán.
En efecto, enterado Felipe II de que ha partido de Francia una escuadra rumbo a las Azores ordena de inmediato la salida de la escuadra de Bazán que se prepara en Lisboa. El 10 de julio se hace éste a la mar, arbolando su insignia en el galeón de 1.200 toneladas San Martín; le acompañan 27 naos y urcas y cinco pataches.
Por no demorar la salida, Bazán no espera a la armada que se apresta en Cádiz, constituida por 20 naos gruesas, bajo el mando de Juan Martínez de Recalde, y 12 galeras de don Francisco de Benavides, las cuales se hacen a la mar días después. El día 11 abandonan Lisboa otras tres naos y dos carabelas, que navegarán hasta las Azores separadas del grueso de la fuerza.
El mal tiempo sufrido durante tres días obliga a regresar a Lisboa a la nao Anunciada —capitán Juan Simón—, que lleva a bordo tres compañías de veteranos de Flandes, a los médicos y cirujanos de la expedición, con los medicamentos y el material clínico, dejando sin la adecuada atención sanitaria a los combatientes. Con esta baja y la ausencia de la armada gaditana Bazán queda con 27 naos y le falta más de la mitad de la tropa. Dispone de 5.500 hombres, con sus mandos naturales, y 200 caballeros. Recalde, que también tiene dificultades con la meteorología, no se incorpora hasta el 9 de agosto —una vez resuelta la situación militar—, y Benavides ha de regresar a puerto con sus galeras, que no han zozobrado de milagro.
El 21 de julio Bazán destaca dos pataches para comunicar con el gobernador Ambrosio de Aguiar y requerir información sobre el enemigo. Cuando al día siguiente la armada llega a San Miguel una de las carabelas que partieron de Lisboa el 11 de julio notifica a Bazán el apresamiento de la otra carabela y el retorno a Portagal de las tres naos que las acompañaban. El regreso de uno de los pataches desta cados, con la novedad del apresamiento de su pareja, confirma al capitán general de la escuadra española que el enemigo se le ha anticipado.
Desde la tarde del 22 de julio Strozzi y Bazán conocen la mutua presencia de sus escuadras en aguas de las Azores. Incluso en ese mismo día las disponen para el combate pero el viento cae, la noche se echa encima y el enfrentamiento se reduce a una demostración de fuerza del francés, que cuenta con mayor número de velas que su adversario. Según el relato y la documentación aportados por Fernández Duro, a los cuales remiten propios y extraños cuando se refieren al combate naval de la isla Tercera, la escuadra que Bazán opone a la francesa en las Azores está constituida por dos galeones del rey —San Martín, de 1.200 toneladas, y San Mateo, de 600—, 15 naos de 300 toneladas de porte medio y ocho urcas flamencas de 200 a 400; es decir, 25 buques de guerra y 4.500 hombres de infantería embarcada. Strozzi enfrenta a Bazán 60 galeones y urcas, de las cuales 40 son naos gruesas, las demás medianas y un buen número de pataches y saetías con un contingente de tropa embarcado de 7.000 hombres, aparte de la marinería.
Ninguna de la naos gruesas alcanza los portes de los galeones San Martín o San Mateo, en cambio son más ligeras y maniobreras que las españolas; tres de ellas son inglesas, pero no intervienen prácticamente en el combate, los demás, con el prior de Ocrato, se han retirado a la isla Tercera. El 23 se preparan de nuevo para combatir ambas escuadras, pero todo se reduce a buscar posiciones ventajosas a barlovento para entrar en combate llevando la iniciativa en la maniobra.
El 24 —cerca de la isla de Santa María— la escuadra francesa ataca a la de Bazán aprovechando el viento favorable, pero la acción se limita a intercambiar fuego de artillería entre las vanguardias, encajando varios disparos algunas naos contendientes, llevando la peor parte Strozzi que pierde una nao de gran porte.
El 25, franceses y españoles se dedican a reparar averías; en la oscuridad de la noche desaparecen —al parecer por abordarse— dos urcas españolas con 400 hombres de guerra y las dotaciones de mar.
La victoria del 26 de julio.
El 26 de julio de 1582 ambas escuadras se avistan al amanecer a unas 18 millas al sur de Villafranca —isla de San Miguel—, separadas unas tres millas entre sí, navegando con viento del oeste-noroeste, amurados los buques por babor; los franceses en un largo, a barlovento, los españoles, de bolina.
Bazán ha perdido el barlovento alcanzado el día anterior porque una de sus naos ha partido el palo mayor —la de don Cristóbal de Eraso, capitán general de la Armada de Indias— y el San Martín la ha tomado a remolque. A las nueve de la mañana la escuadra de Bazán gobierna en línea de fila a un rumbo próximo al Norte. Van intercaladas las urcas con las naos guipuzcoanas: en cabeza la urca San Pedro, con la gente de armas de don Francisco de Bobadilla, detrás el galeón San Martín —capitana— remolcando la nao averiada, sigue aguas el galeón San Mateo, con una compañía del tercio de don Lope de Figueroa.
A ambas bandas de estos buques de cabeza navegan seis de las naos y urcas más maniobreras; en retaguardia marchan las demás unidades sin más orden ni recomendación que la de acudir prontamente donde tuviera lugar el combate, según puntualiza Fernández Duro. Parece que Bazán piensa entrar en combate con sus unidades más poderosas y que las seis acompañantes actúan en misión de socorro, mientras las que marchan detrás atacarán cuando las naos gruesas se hayan enzarzado en la pelea con las enemigas. Hacia el mediodía las escuadras conservan sus rumbos y permane cen a la expectativa. Igual que en días anteriores, nada indica que el combate vaya a producirse. El galeón San Mateo gobierna un poco a barlovento de su línea, quizá para estar en mejor posición para maniobrar al San Martín y su buque remolcado, ofreciéndoles a ambos una mejor cobertura.
Conforme al relato de Charles de La Ronciere, a los franceses les favorecían todas las cosas, los vientos, las mareas, el sol y la tierra, pero no el entusiasmo ni esa generosa alegría que promete las victo rias. Una veintena de buques habían desfilado —se entiende frente al enemigo—; de los otros apenas una quincena se encontraban en la línea, cinco detrás de Strozzi, seis a la izquierda, con Brissac, y cuatro a la extrema izquierda, con Saint-Souline.
El general Strozzi arbola su insignia en la urca Saint Jean Baptiste, de 170 toneladas, a la que se ha trasladado para dirigir el combate. El San Mateo, según el repartimiento de gente que hizo en él don Lope de Figueroa, cuenta con 32 cañones —16 por banda en dos cubiertas—, seguramente de bronce. Fernández Duro supone que llevaba entre 26 y 30; seis años después, en la jornada de Inglaterra, irá armado con 34 cañones de diversas clases y calibres. Pero tan importante o más que la capacidad de fuego artillero es la distribución y capacidad de fuego de arcabucería y mosquetería que proporciona el tercio embarcado de don Lope de Figueroa.
— 8 arcabuceros, más gavieros con alcancías, en la gavia (cofa) mayor.
— 4 arcabuceros, más gavieros, en la gavia menor.
— 50 arcabuceros y mosqueteros, más 8 caballeros, en las popas alta y baja.
— 25 arcabuceros y mosqueteros, más 6 caballeros, en el castillo de proa. 40 arcabuceros, más 8 caballeros por banda, en el alcázar.
— 6 arcabuceros en el corredor del galeón.
— 8 artilleros y 12 grumetes, a las órdenes de un capitán, dos alféreces y un condestable, para atender a la artillería debajo de cubierta.
— 8 artilleros y 8 grumetes, con un oficial, para la artillería sobre cubierta.
Más formidable es el volumen de fuego del galeón San Martín, de 34 cañones; 48 cañones en la jornada de Inglaterra. Según el repartimiento de don Alvaro de Bazán, el plan de fuegos está a cargo de:
— 8 mosqueteros, más los gavieros con alcancías —y un alférez—, en la gavía mayor.
— 6 mosqueteros, más gavieros, en la gavia menor.
— 20 arcabuceros, más 20 caballeros, en el alcázar alto de popa.
— 4 arcabuceros y 5 caballeros debajo de este alcázar, en calidad de socorro.
— 20 arcabuceros y mosqueteros, con varios caballeros, en el alcázar más bajo.
— 15 arcabuceros, más 10 mosqueteros con un capitán y dos sargentos, en el castillo de proa.
— 40 arcabuceros por banda y un capitár en la cubierta principal.
— 40 soldados y un capitán junto a la cámara de popa, para acudir donde fuere necesario.
— Un artillero y 6 ayudantes por cada uno de los 17 cañones y culebrinas de la cubierta baja.
— Un artillero y ayudantes para cada una de las 17 piezas grandes y pequeñas de la cubierta alta.
Visto que el San Mateo parece presa segura para los buques de vanguardia de Strozzi, se dirigen hacia él: Strozzi le engancha por babor, Brissac le lanza los garfios de abordaje por estribor, otras dos naos lo toman de enfilada desde popa y desde proa. Cuatro buques más se interponen entre el San Mateo y la urca San Pedro —que pasó a ocupar un puesto más retrasado en la línea española— impidiendo que ésta acuda en su ayuda.
Lope de Figueroa contiene el fuego de su galeón hasta que los enemigos llegan a tocapenoles, momento en que ordena descargar una ruciada (4). Cargan sus armas rápidamente los artilleros y se larga otra ruciada antes de que se entable el combate con armas cortas. Gracias a esta primera pasada logra la gente del San Mateo aguantar durante dos horas el acoso de sus atacantes, refrescados con refuerzos de otros bajeles.
Bazán larga el remolque, mantiene el rumbo para ganar barlovento, y cae sobre la línea de Saint Souline con el San Martín. y siete buques que le siguen, pero aquél se da a la fuga, dejando al descubierto a Brissac y Strozzi. Con esto las naos Juana —capitán Pedro de Gatagarza— y María —Juan de Segura Villaviciosa— se lanzan sobre la capitana y almiranta francesas para aliviar el ataque que realizan contra el San Mateo.
Pero otros bajeles franceses se abarloan a las Juana y María, formándose un grupo de diez o doce buques que pelean en apretada piña con toda clase de armas. Entonces la nao Concepción —Miguel de Oquendo— mete su proa a toda vela entre el San Mateo y la Saint Jean Baptiste, hundiéndole a éste el costado a la vez que descarga toda una andanada de artillería.
Seguidamente se aferra a la almiranta francesa, que hace mortífero fuego contra la nao de Villaviciosa. Mientras, Bazán maniobra para descargar sus armas en ayuda de los más apurados o destruir a los buques enemigos que intentan llegar en socorro de los que combaten enzarzados con las naos españolas. En esta situación, Brissac escapa del campo de batalla dejando sólo a Strozzi, que da la señal de retirada y trata también de desprenderse del San Mateo para huir, pero el San Martín lo aborda por un costado y la nao Catalina —Sebastián de Labastida— por otro, obligándole a rendirse, aun a pesar de haber recibido socorro de personal. La rendición del Saint Jean Baptiste es la señal de desbandada de los buques franceses que no están engarfiados por los españoles.
Otras naos españolas, como las San Vicente, Nuestra Señora de Iciar, Buenaventura, Nuestra Señora de la Peña de Francia y San Miguel, y la portuguesa San Antonio del Buen Viaje, han peleado tam bién duramente con buques franceses: 224 muertos y 553 heridos es el balance de bajas en las filas de Bazán. Las naos María y San Mateo, con 45 y 40 muertos, y 52 y 74 heridos, respectivamente, son las que han salido más mal paradas.
Del lado francés los muertos son entre 1.200 y 1.500 y el número de buques perdidos 10: dos incendiados, cuatro hundidos y otros cuatro se saquearon y abandonaron; entre éstos las naos capitana y almiranta. Considerados fuera de la ley los prisioneros, puesto que actuaron faltos de órdenes de sus soberanos, 80 gentileshombres y 313 soldados son condenados a muerte como piratas y perturbadores de la paz pública (5). Tal dureza en el castigo, aplicado de acuerdo con las órdenes previas del monarca, tan conforme a razón y justicia no se justifica hoy ni siquiera como represalia a la matanza de 507 soldados españoles, italianos e irlandeses, incluidos niños y mujeres, que en 1580 ordenó Lord Grey of Wilton en Irlanda, rendidos a los ingleses bajo promesa de serles respetadas las vidas.
El 9 de agosto se incorpora a Bazán la escuadra de Juan Martínez de Recalde, llegada de España, compuesta por 15 naos y galeones. Reajusta don Alvaro su fuerza despachando cinco naves de la flota a Andalucía y distribuyendo la gente de mar y guerra entre las 40 naos y galeones restantes y la isla de San Miguel, donde deja unos 2.000 hombres. Pero no se decide aún a emprender acción militar alguna contra la isla Tercera, donde el vicealmirante francés Laureau ha logrado reunir 17 buques de la escuadra de Strozzi, hasta la llegada de la flota procedente de América, al mando de Fernando Téllez de Silva, a la que asigna seis de sus buques, a cargo de don Cristóbal de Eraso, para convoyarla hasta Lisboa.
Es entonces cuando Bazán se dirige con su escuadra a la Tercera, más una tormenta, propia del otoño, le impide emprender la expugnación de la isla cuando sus defensores están desmoralizados por la derrota sufrida por sus valedores franceses e ingleses días antes. En estas circunstancias don Alvaro decide regresar a la Península.
Se ha achacado a don Alvaro de Bazán falta de diligencia en lo que hoy se llama explotación del éxito por no haber atacado de inmediato el reducto rebelde de la Tercera, prefiriendo asegurar primero la llegada de la flota de Indias. Pero se ha de tener en cuenta que la falta de barcazas de desembarco para poner en tierra un contingente de hombres de guerra suficiente para establecer una cabeza de playa, y lo avanzado de la estación meteorológica no debieron propiciar el empleo de buques impropios para el barqueo de la gente a playas sometidas a gran oleaje. Felipe II confiaba en que Bazán tomara acción contra la isla Tercera, según manifiesta en carta fechada el 19 de agosto , en la que le agradece la victoria conseguida contra la escuadra franco-inglesa, si bien concede prioridad a la seguridad de la flota de Indias:
-"Y he dado y doy por ella muchas gracias á nuestro Señor y á vos, y, como siempre he confiado de vuestra persona, buena industria, diligencia, celo y voluntad que tenéis á mi servicio, como lo habéis mostrado muy bien en esto y n todo lo demás que habéis puesto la mano; y confío que cada cija me han de venir otras buenas nuevasde vuestra mano, como también sabéis el poco que se saca de las victorias no seguidas. Tengo por cierto que habréis atendido á ejecutar esto antes que los enemigos pierdan el miedo y á los nuestros se les entibie el brío, y así creo que en habiendo refrescado la gente en San Miguel y aderezado con vuestra buena diligencia en pocos días los navíos que lo habían menester, habréis acudido á la Tercera, pues en este medio llegaría él armada del Andalucía, que partió del cabo de San Vicente á los 27 de julio pasado, con que se os habrá engrosado, y habréis podido con ella mostraros sobre la Tercera, acrecentar la confusión en que después de la derrota quedarían unos y otros, y los franceses indignados del daño recibido por causa de Don Antonio, y de cómo los desamparó al tiempo de la necesidad, y los de la isla, desengañados de estribar en la defensa de gente que no la tuvo para sí que son todas estas cosas que quizás os habrán podido dar ocasión de tentar el negocio por vía de fuerza o con cierto; y estoy seguro que vos no habréis perdido ninguna ocasión que pudiese ser á propósito, en especial si hubiéredes tenido aviso de que era pasada la ficta de Nueva España, y llegada acá como se os ha enviado á decir por dos carabelas, ó hubiéredes entendido que el enemigo no podía tenerles al paso fuerzas bastantes para hacerle daño, yendo tan desbaratado; pero si el haber acudido á poner en salvo la flota, como cosa tan importante, no habiendo tenido aviso de su pasada, ó el haberse tardado más el adovío de los navíos de lo que se pensó, ó otra causa os hubiese impedido el tentar lo dicho antes de recibir este despacho, por lo que importa á mi servicio acabar, siendo posible, todo este año, y quedar sin este embarazo para el que viene, os encargo mucho que si no hobiéredes ido hacia la isla del Cuervo, ó si no á la vuelta de allí, si el tiempo os diere lugar, tentéis lo de la Tercera ofreciendo primero á los franceses embarcación y seguridad en que se vayan con sus armas y ropa á su casa, si no quisieren pagarlo como los demás, y esto á trueque de que entreguen la isla, pues sería -muy posible que no les deje de ver esta comodidad, por una parte, y por otra ver el castigo que se hizo en los que se prendieron en la batalla."
Cualquiera que fuese la causa que impidió a don Alvaro desembar car su gente en la isla Tercera es lo cierto que la suerte de las Azores queda decidida a favor de Felipe II, aunque habrá de esperar hasta la época de buen tiempo del año siguiente —1583— para liquidar el foco rebelde que capitanea el prior de Ocrato.
Los febriles preparativos que se promueven en la Corte francesa para vengar la derrota sufrida hacen albergar grandes esperanzas al pretendiente, pero las ayudas solicitadas por Catalina de Médicis a los países escandinavos, a las ciudades hanseáticas y Dinamarca quedan sin respuesta y el rey francés se limitará a movilizar una fuerza que dista mucho de ser la que en un principio pensó la reina madre.
La victoria del 26 de julio de 1582 no cosechó el objetivo inmediato de incorporar en ese año a la Corona portuguesa el archipiélago de las Azores, pero sin ella habría quedado interrogante su dominio futuro. Un dominio que, asegurado en 1583, permitirá utilizar las islas como base de recalada y aprovisionamiento de las flotas españolas de la Carrera de Indias y de las escuadras que afianzaran su defensa y la del Imperio.
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