Los norteamericanos muertos en el
Los participantes de la aventura se habían reunido en el Mazamas el 16 de febrero de 1972 en Portland, Oregon, para organizar la ascensión. El grupo que llegó a principios de 1973 estaba integrado por Carmie Defoe, abogado y jefe de la expedición; Jim Petroske, médico psicólogo; William Eubank, médico; John Shelton, estudiante de geología; Arnold Mc Millen, ganadero; William Zeller, policía experto en rastros dactilares; John Cooper, ingeniero de la NASA y Jeanette Johnson, maestra, la única mujer del conjunto. Los últimos tres eran los únicos que no pertenecían al club y se habían incorporado circunstancialmente para este desafío. Algún tiempo después jugarían un papel importante.
Completaba la lista el guía mendocino Miguel Alfonso, un veterano del Aconcagua, que contaba en su haber con casi 30 ascensiones a cerros de más de 5.000 metros y había llegado 6 veces a la cumbre del Aconcagua, una de ellas por la ruta elegida por los extranjeros: la del glaciar de los Polacos, la segunda dificultad, después de la Pared Sur.
El pico más célebre de América se había tragado ya decenas de vidas, pero en esta expedición, además de sumar nuevas víctimas, iba a abrir un capítulo de misterio. Todo lo que se dijera desde ese momento de lo ocurrido en los días de ascenso tendría más que ver con un relato novelesco que con una crónica. Cada detalle sería motivo para una sospecha.
Apenas llegaron a Mendoza los norteamericanos fueron objeto de atención pública, a través de la prensa. Pararon en el hotel Nutibara y la nota la dio Jeanette Johnson bañándose desnuda en la pileta. Este gesto comenzó a tejer una leyenda a su alrededor. Luego, ella misma sería uno de los misterios mayores de aquella expedición trágica.
En viaje
El 17 de enero partieron rumbo a la montaña. Hicieron diversas actividades para aclimatarse y fueron poniendo a punto sus equipos. Según el testimonio que dio el guía Miguel Alfonso, se habían entrenado durante un año, además de tener experiencia en ascensiones anteriores. También Alfonso destacó la calidad de sus equipos. Según él, nunca se habían visto por acá unos tan buenos. Eran los que usaban la NASA y la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Algunas de las críticas que se hicieron luego estuvieron centradas en la falta de preparación de los expedicionarios y en la carencia de equipos adecuados, lo que era contradictorio con lo explicado por el propio guía.
El 22 de enero partieron rumbo al campamento I, a 5.150 metros de altura, allí dejaron sus equipos y volvieron a dormir al campamento base. El 24 ya habían instalado a 5.800 metros el campamento II. Entre el 25 y el 26 continuaron la ascensión, pero debieron bajar a Defoe, que presentaba signos de una intolerancia a la altura. Estos signos habían aparecido en casi todos los integrantes del grupo. El 26 ya habían instalado el campamento III a 6.200 metros de altura. El sábado 27 hubo un fuerte temporal, por lo que debieron permanecer a la espera de que mejorara el tiempo.
Estados alterados
Al día siguiente emprendieron camino hacia el vivac I, ubicado en el glaciar de los Polacos. A poco de iniciar la marcha se había deteriorado mucho la salud del médico Jim Petroske, quien incluso se había puesto muy agresivo como consecuencia de la altura. Alfonso decidió bajar a Petroske para ponerlo a salvo. Este es otro de los momentos cuestionados a posteriori. El argumento es que la expedición no debería haber seguido sin su guía.
En la operación para poner a salvo a Petroske, Alfonso tuvo que dejar caer su mochila, para poder dar más seguridad a su compañero de ruta. Descendieron hasta el campamento II, pero el viento había destrozado las carpas, por lo que debieron pasar la noche a la intemperie, hundidos en la nieve con sus bolsas de dormir.
El 29 de enero los dos montañistas llegaron al campamento base a las 18. A los pocos minutos Alfonso pudo ver con prismáticos la llegada de tres personas hasta cerca de la cumbre y los vio regresar hasta el vivac I. Lo ocurrido cerca de la cumbre ya era un secreto reservado sólo a los cuatro escaladores que habían quedado en lo más alto: Zeller, Mc Millen, Cooper y la Johnson.
Según relató Alfonso en los días siguientes a la expedición, el 30 de enero subió a un cerro a la mañana y estuvo mirando con prismáticos lo que sucedía. Estuvo allí hasta las 19. Después del mediodía vio cómo dos de los andinistas bajaban con lentitud y juntos y el tercero lo hacía solo y más rápido. Esto lo llevó a pensar que algo preocupante estaba sucediendo, sobre todo cuando se enteró de que uno de los escaladores había bajado el día anterior al campamento III.
El 1º de febrero Defoe pidió ser trasladado a Mendoza pues tenía un cuadro agudo de mal de altura. Alfonso, junto a otro de los que había desistido de subir, John Shelton, decidió ir a buscar a los cuatro escaladores que estaban en el campamento III, ante la inminencia de mal tiempo. Luego de marchar durante 5 horas encontraron en medio de un temporal, en absoluto estado de delirio, a Mc Millen y Zeller. Uno estaba ciego y el otro casi ciego, además de que ambos deliraban por sus alucinaciones. De lo que contaron los hombres se desprendía que Johnson y Cooper habían muerto.
Los sobrevivientes comenzaron el regreso y al llegar a Punta de Vacas, Alfonso fue detenido e incomunicado, pero luego recuperó la libertad. Se abría un capítulo de esta historia conjetural y en el que la imaginación iba a dar lugar a las más variadas historias.
Arráncame la vida
Los sobrevivientes de la expedición destacaron la entereza de Alfonso para socorrerlos en los momentos difíciles. Todos volvieron a Mendoza. Contaron que había tenido visiones en las que se les aparecían árboles y espejos de agua, además de una carretera en construcción, en la que había maquinarias y topadoras.
Zeller y Mc Millen relataron que John Cooper desistió en primer término y se volvió. Habían formado dos cordadas. Una con Cooper y Zeller y la otra con Mc Millen y Johnson. Luego de la primera deserción, los otros tres siguieron a la cumbre y llegaron a estar a unos 60 metros. Extenuados, se volvieron. Zeller y Jeanette Johnson volvía juntos y sufrieron varias caídas. En una de ellas, la mujer le dijo que se quedaría a morir allí y Zeller la ayudó a seguir. Jeanette tuvo otra caída y arrastró a Zeller, quien contó apenas llegado, en medio de su delirio: "Caímos. La soga se soltó y perdí la piqueta. Me recobré como pude y me acerqué a Jeanette. Le pregunté cómo estaba. Me dijo que bien, que siguiera, que me alcanzaría pronto. Comprobé que no tenía fracturas y seguí adelante. En el camino encontré a Cooper (que se había vuelto el día anterior). Estaba sentado. Casi en cuclillas, con su cabeza entre las manos. Quizá se haya sentado al sentirse agotado. No sé más, quiero dormir, dormir..."
El 6 de febrero los norteamericanos se fueron de Mendoza, William Eubank había regresado a los Estados Unidos antes de que la expedición partiera. Arnold Mc Millen, William Zeller, John Shelton, Jim Petroske y Carmie Defoe, descriptos por una publicación de la época diciendo "no eran hombres, ni deportistas... Eran aparecidos. Quemados, balbuceando...", partieron del Plumerillo.
En la montaña quedaron los cuerpos de John Cooper y Jeanette Johnson, testigos del drama y llaves del misterio.
El cuerpo del delito
Durante ese año Alfonso recibió una carta de los padres de Cooper, pidiéndole que rescatara el cuerpo de su hijo. El guía se preparó y subió en noviembre de 1973 en busca de los cadáveres. Participaron de la expedición, además, Osvaldo Brandi, Rodolfo Grispo, Gerardo Graña, Marcelo Curria, Germán Bustos Herrera y el escritor y fotógrafo de National Geographic Society, Loren Mc Intire, que venía a hacer una nota sobre el caso para la internacionalmente conocida revista geográfica.
Encontraron sólo el cadáver de Cooper, en medio de serias dificultades climáticas. A pesar de que se suponía que estaba cerca, no pudieron dar con el de Jeanette Johnson. La tarea más dificultosa fue bajar el cuerpo hasta los 4.000 metros para posibilitar el rescate. El cadáver estaba momificado y fue acondicionado por Alfonso para que no se descompusiera. Además del cadáver, se pudo recuperar la mochila con el equipo de Cooper y con su diario personal. Allí se pudo constatar que su relación con Jeanette Johnson era mala y que la mujer estaba obsesionada con llegar a la cumbre. Jeanette había pedido, en caso de morir que quería ser enterrada en la montaña.
La mujer era reservada y risueña. Circuló la versión de que había vivido un desaire amoroso que la había hecho venir a la expedición en un estado emocional especial. Al parecer su amado la había dejado y ella se había quedado en la puerta de su casa durante dos días, hasta que fue retirada a la fuerza por la policía. Esta situación llevó a que se hablara, incluso, de una tendencia suicida en Jeanette.
En alguna de las crónicas periodísticas de la época se dijo que Cooper llevaba más de 1.000 dólares que no aparecieron, pero la versión parece formar parte de los aspectos novelescos del caso. En la revisión que hicieron Alfonso y Brandi del cuerpo del ingeniero de la NASA encontraron que una de las manos tapaba una herida en el abdomen, que a Brandi le pareció de bala, por lo circular. Las pericias posteriores, realizadas después del rescate definitivo con un helicóptero, determinaron que se trataba de una herida hecha con un objeto cortante. Las presunciones indicaban que había sido hecha con la piqueta, que no pudo ser hallada. Otras versiones dijeron que se trataba de arma blanca. También causó sorpresa que a Cooper le faltara uno de sus grampones, elemento indispensable para transitar en el hielo.
Estos descubrimientos potenciaron las historias alrededor del caso. Ninguna deja de ser supuesta, nunca se sabrá a ciencia cierta qué fue lo que pasó. Uno de los elementos que causó más dudas fue la posición del cadáver de Cooper, que no coincidía con la descripción hecha por Zeller. Este había declarado que estaba sentado con las manos tomándose la cabeza, cuando en realidad tenía una mano oprimiéndose la herida del abdomen y la otra estirada a lo largo del cuerpo. Pero Zeller estaba en medio de un delirio, por lo que su testimonio debe ser tomado con pinzas.
Para ese entonces ya se había abierto un expediente en el Segundo Juzgado de Instrucción a cargo de Miguel Calandria Agüero. Las investigaciones se estancaron hasta dos años después.
Piedra libre
En febrero de 1975 un grupo de Centro Andino Buenos Aires, formado por Guillermo Vieiro, Ernesto Colombero y Alberto Colombero dio circunstancialmente con el cadáver de Jeanette Johnson, cerca de donde había sido hallado Cooper.
La mujer tenía algunas señas de violencia en su cabeza, atribuidas a las caídas. También le faltaba un grampón y tenía una soga de seguridad puesta de modo muy precario. Estos elementos sirvieron para que continuaran las sospechas.
Otro de los puntos cuestionados fue que en el lugar donde hallaron el cadáver era poco probable una caída que ocasionara lesiones como las encontradas, debido a que prácticamente no había pendiente. También la falta de un grampón, como en el caso de Cooper, dio lugar a nuevas conjeturas.
Queda hoy una sensación de misterio alrededor del caso. Para siempre quedó la aureola del crimen perfecto, que no iba a poder ser resuelto nunca.
Revista Primera Fila, 1994
Me acuerdo de esa asaña y recuerdo muy bien a Rodolfo Grispo y Osvaldo Brandi. Fue una historia muy importante en sus vidas. Que seguro no han olvidado y tampoco olvidaran. Mendoza año 1973 eramos muy jóvenes todos y la montaña nuestro refugio.
ResponderEliminarMe acuerdo de esa asaña y recuerdo muy bien a Rodolfo Grispo y Osvaldo Brandi. Fue una historia muy importante en sus vidas. Que seguro no han olvidado y tampoco olvidaran. Mendoza año 1973 eramos muy jóvenes todos y la montaña nuestro refugio.
ResponderEliminarHermosa historia. Un misterio.pero abran echo sima.?? En el majestuoso Aconcagua.
ResponderEliminarBien se habla de detalles en el cuerpo de ella, pero no del brazo faltante.
ResponderEliminarNo es un detalle menor o si.
Bien se habla de detalles en el cuerpo de ella, pero no del brazo faltante.
ResponderEliminarNo es un detalle menor o si.