No era infrecuente que los ejercitos de cualquier país se amotinaran en numerosas ocasiones, principalmente por retrasos en recibir su soldada; los tercios españoles eran peculiares hasta en la hora de amotinarse. Normalmente, el resto de tropas de otros países, se sublevaban en momentos cruciales antes de entrar encombate, sin embargo, los tercios primero se batían si era menester y después se amotinaban con todas las de ley, no fuera que se pensaran que lo hacían por no combatir y es que cualquier cosa antes que se pusiera en duda su gallardía.
Entre los mucho motines que protagonizaron las tropas de los tercios (en Milán, Sicilia, Haarlem, Amberes…) el ocurrido en Alost, es quizás uno de los más sonados y más representativo de esta especial manera actuar.
En Alost (Aalst en flamenco) se encontraban unos 1.600 soldados del tercio de Valdés, algunas de cuyas unidades llevaban más de dos años y medio sin recibir su paga. Hartos de tener que buscarse la vida robando y rapiñando allá por donde pasaban, deciden levantarse en armas pero como debe de ser, con honor.
Primero dejaron salir a los oficiales de alto rango para no ponerlos en el compromiso de tener que elegir entre la lealtad al rey o la de sus hombres y luego nombraron a un jefe que se encargaría de encabezar las negociaciones y de mantener las cosas dentro de un orden. Este cabecilla tiene poder absoluto, incluso posee la potestad de imponer sentencias de muerte a aquellos que no guarden las debidas formas.
Los amotinados en las negociaciones.
Se encontraban los levantiscos en plenas negociaciones para ver si cobraban algo de una vez, cuando les llega la noticia que en la cercana localidad de Amberes, 20.000 rebeldes herejes han atacado a las tropas españolas allí acantonadas (apenas unos 1.000) y que a duras penas resisten dentro del castillo de la ciudad.
Enterado de las difilcutades de sus compañeros, los amotinados de Aalost no lo dudan. Todos estan de acuerdo en:
“socorrer el castillo y ganar la villa o perder las vidas sobre ello”
Salieron de Alost a las tres de la madrugada y antes del amanacer habían recorrido los 40 km. que les separaba de Amberes. Antes de entrar en la ciudad se detienen y se preparan.
<<Pasaron los amotinados con la demás infantería el puente del castillo, y en la contraescarpa de él hicieron oración todos para asaltar, y al fín de ella, guiándoles un soldado, llamado Juan de Navarrete, natural de Baeza, a quien habían hecho su alférez, que llevaba un estandarte y en él pintado un crucifijo de una parte, y Nuestra Señora de la otra, arremetieron los amotinados con sus capitanes por la calle de San Miguel, y Julián Romero con su gente por la de San Jorge, apellidando [gritando] Santiago, España, al cerrar con las trincheras y reparos de los Estados [rebeldes]>>.
Nota: Como en teoría seguían amotinados y se negaban a luchar bajo la bandera del Tercio, el estandarte que se describe arriba es uno fabricado por ellos mismos.
Entre distintos refuerzos que llegaron además de los de Alost, en Amberes se juntaron un total de 2.200 infantes españoles, 800 alemanes y 500 caballos con los que hacer frente a los 20.000 rebeldes y a pesar de semejante superioridad numérica, el empuje de los tercios consiguió desbaratar la líneas enemigas formadas en su mayoría (14.000) por civiles armados y con poca experiencia de combate.
Los tercios hacen huír a los rebeldes.
Pero lo que podía haber sido una brillante y gloriosa victoria a la larga se tornaría en una ingrata pérdida para los españoles. Unos pocos rebeldes se atrincheraron en el ayuntamiento al que se le prendió fuego. Las llamas se extendieron a las casas vecinas y el voraz incendio, que destroza gran parte de la ciudad, se convierte en el inicio del saco de Amberes o Spaanse Furie (furia española) como lo llamaron los holandeses. Las paupérrimas tropas de los tercios, vieron en Amberes la oportunidad de hacer algo de fortuna y fueron tres días seguidos de desmanes y pillajes en donde las víctimas civiles se contaron por miles.
Quema del ayuntamiento de Amberes
La indignación de las provincias y el Consejo de estado por el saqueo no tuvo límites. El día 8 de noviembre firmaron la pacificación de Gante que exigía la salida de los soldados españoles de los Países Bajos, acuerdo que Don Juan de Austria tuvo que aceptar para no perder totalmente el control de las provincias.
El episodio del saco de Amberes también pasó a engrosar la leyenda negra española.
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