El Caney y las Lomas de San Juan. Vendiendo caro el fin de un imperio.
El desastre del 98 marcó el fin del imperio español de ultramar. La intervención de Estados Unidos en ayuda de los rebeldes filipinos y cubanos, decantó la balanza del lado de nuestros enemigos. La metrópolis española estaba demasiado lejos del frente de batalla y no se pudo reaccionar a tiempo para enviar refuerzos que pudieran frenar a los estadounidenses. De todos es conocido que la contienda se decidió en el mar, cuando la moderna flota de USA destrozó a la más antigua, y poco equipada, armada española, que pese a todo, supo sucumbir con honor, porque como dijo Méndez Núñez años antes “más vale honra sin barcos que barcos sin honra”.
Monumento al General Vara del Rey
Lo que no se conoce tan bien, fueron las dificultades que los yanquis encontraron por tierra, en especial en su avance hacia Santiago de Cuba, donde destacamentos de soldados españoles, muchos menos numerosos, les crearon serias dificultades. Hay quien dice que, hasta el punto, de llegar a plantearse la retirada de haber llegado a tiempo los refuerzos españoles antes del combate naval de Santiago de Cuba.
Cierto que la táctica española de concentrar la mayor parte de sus tropas en la capital cubana pudo haber sido equivocada, pues se dejaron posiciones estratégicas muy mal defendidas; pero también es cierto que las tropas españolas estaban bastante mejor entrenadas en la época que las del ejército americano, donde las tropas profesionales eran minoría, nutriéndose en su mayor parte de voluntarios sin ninguna experiencia en combate y que pronto se vieron superados por un clima infernal. A esto hay que sumar, que aunque parezca difícil de creer, y en claro contraste con lo que pasaba en el mar, el equipamiento de los soldados americanos era peor que el español.
En este contexto llegamos a la gloriosa jornada del 1 de julio 1898, donde una vez más, las armas españolas, pese a la derrota, se cubrieron de gloria. Todo empezó en el poblado de El Caney.
El Caney.
El mando americano había elegido este día para lanzar su ataque final por tierra sobre Santiago. Para ello creyó que lo más conveniente era apoderarse de las lomas de San Juan, un punto estratégico que se alzaba sobre la ciudad. Para ello, el general useño Shafter dividió sus fuerzas en tres divisiones, destinando dos al taque principal sobre las lomas y la otra, mandada por Lawton, contra la aparentemente débil posición de El Caney. Allí se encontraba el general español Vara del Rey con apenas 550 hombres entre españoles y cubanos leales, además de 2 cañones de montaña. Enfrente iban a tener casi 7000 soldados americanos, encuadrados en 4 divisiones, además de un millar de cubanos rebeldes y 4 cañones de 81 mm.
Pese al escaso número de combatientes, la posición estaba bien estructurada, con el pequeño fuerte del Viso y rodeada con 6 blocaos. Además se había fortificado todo el poblado, en especial la iglesia y la cárcel, construidas en piedra y las cuales fueron aspilleradas. El ataque americano pretendía fijar a los españoles en esa posición, evitando así que atacaron el flanco americano en las lomas de San Juan. Se calculó que la posición caería en poco más de 2 horas, no sabían cuan equivocados estaban.
El ataque se inicia a las 06:30 de la mañana con fuego de artillería de las cuatro piezas americanas, que no encontraron respuesta pues los dos cañones españoles carecían de munición. Tras media hora de un fuego poco eficaz por la distancia a la que habían colocado las piezas, Lawton envía dos divisiones, 4000 hombres en total, al asalto de la posición. Pero aquí se encuentran la primera sorpresa, cuando los fusileros españoles les frenan con un fuego eficaz. Algunos llegan a la cima de la posición, pero enseguida son expulsados por los bravos españoles. Lawton envía otra división de 1500 hombres, obteniendo un nuevo fracaso. La situación se le complica, pues su superior, Shafter, que también encuentra serias dificultades en las lomas de San Juan, le pide que abandone El Caney y le ayude en el ataque principal. Lawton, herido en su orgullo, se niega, pues no ceja en su empeño de tomar esa posición apenas defendida por medio millar de hombres.
Envía al ataque a su última división que tampoco obtiene ningún éxito. Será entonces cuando tome una brillante decisión que le lleve a la victoria, pues decide adelantar 500 metros sus piezas de artillería, a raíz de lo cual estas sí que empiezan a causar graves daños en el fuerte español. Tras machacar con este fuego a los españoles, una de las brigadas se lanza de nuevo al asalto a las 15:00, encontrando ya muy pocos defensores capaces de plantarles cara y tomándola al fin. Pese a ello, los españoles resistirán dos horas más por las calles del poblado, obligando a los americanos a tener que avanzar casa por casa. Son las 17:00, cuando los supervivientes españoles han agotado los 150 cartuchos por hombre que les correspondían y ven como el enemigo se hace con todo el poblado.
Las bajas españolas son de 38 muertos, 138 heridos y 130 prisioneros. El resto, al mando del teniente coronel Puñet, pudo retirarse a Santiago por un sendero que desconocían los americanos. Entre los muertos estaban el propio Vara del Rey y sus dos hijos, a los que vio morir antes de ser alcanzado por una bala cuando lo retiraban herido en una camilla. Los americanos, que no habían podido cumplir su objetivo de apoyar el ataque en las lomas por ese flanco, habían tenido 81 muertos y 360 heridos, además de otros 150 guerrilleros cubanos.
Para entender lo heroico de este combate, que mejor que el testimonio de un hombre neutral allí presente, el agregado militar en Washington de las embajadas sueca y noruega, el capitán sueco Werster, que dejo estas palabras que han de pasar a la historia:
El 30 de junio por la tarde, el ejército americano se concentró al E. de Santiago para prepararse al ataque.
La brigada Duffield se dirigió por la costa hacia Aguadores.
El núcleo principal de las fuerzas formaba dos agrupaciones: en El Pozo se situaron las divisiones Kent y Wheeler con tres baterías, mientras la división Lawton, con una batería, marchaba hacia él para ocupar posición al E. del Caney.
La brigada Bater constituyó la reserva, situándose al E. de El Pozo.
Frente a ellos, el general Vara del Rey ocupaba El Caney con 500 hombres de Infantería; en Aguadores había 1000; en el centro el general Linares emplazó sus avanzadas, formadas por 1200 hombres, que se situaron en las alturas de San Juan, mientras que los fuertes de la entrada del puerto y los atrincheramientos que defendían Santiago quedaban guarnecidos con 5500 hombres.
El 1 de julio, al punto del día, la división Lawton comienza su movimiento de avance hacia El Caney; la confianza reina en el campo americano, donde el único temor consiste en que el enemigo se escape sin combatir; pero en El Caney, como se verá, están muy lejos de pensar así.
Las casas del pueblo han sido aspilleradas, se han abierto trincheras en un terreno pedregoso, y el juego de unas y otras es rasante sobre un espacio de 600 a 1200 metros; en la punta Nordeste de la posición, el fuerte de El Viso, guarnecido con una compañía, ocupa una colina desde la cual se domina todos los aproches.
Los americanos se proponían envolver la posición española, para lo cual la brigada Chaffee se dirigió desde el Nordeste hacia El Viso; la de Ludlow, desde el Sudoeste hacia la desembocadura del camino que une El Caney con Santiago, mientras que una batería se colocó en posición al E. del pueblo, y la brigada Miles ocupa el S. Ducoureau (?), formando el ala izquierda.
Hacia las seis de la mañana comenzó el fuego de las trincheras españolas; de improviso se descubre sobre ellas una línea de sombreros de paja; inmediatamente el ruido de una descarga, seguido de la desaparición de los sombreros; esta operación se repite cada minuto, observándose una gran regularidad y acción de voluntad firme, lo que no deja de producir una profunda impresión en la línea de exploradores americanos; las balas cruzan el aire, rasando el suelo, hiriendo y matando.
Poco tiempo después, toda la brigada Chaffee se encontró desplegada, pero sin poder avanzar un paso, y la de Ludlow se vio también detenida.
Mientras el fuego de la Infantería aumenta progresivamente, la batería americana comienza a disparar. Como los españoles no cuentan en El Caney con un solo cañón, el fuego puede hacerse con la misma tranquilidad que en un campo de maniobras: las piezas pueden hacer daño, sin peligro alguno de recibirlo.
A los pocos momentos loas granadas estallaban por encima de las trincheras, alcanzaban las casas del pueblo y perforaban los muros de El Viso, proyectando los shrapnels su lluvia de plomo sobre la posición; mas, a pesar de todo, en el fuego español se observa igual continuidad e igual violencia.
Delante de El Viso se descubría un oficial paseándose tranquilamente a lo largo de las trincheras: fácil es comprender que el objeto de este peligroso viaje en medio de los proyectiles de que el aire está cruzado no es otro sino animar con el ejemplo a los bravos defensores; se le vio, de cuando en cuando, agitar con la mano su sombrero y se escuchaban sus aclamaciones: "¡Ah, sí! ¡Viva España! ¡Viva el pueblo que cuenta con tales hombres!".
Las masas de Infantería americana se echaban y apretaban contra el suelo hasta el punto de parecer clavadas a él, no pudiendo pensar en moverse a causa de las descargas que la pequeña fuerza española les enviaba a cada instante. Se hizo preciso pedir socorros, y hacia la una avanzó Miles desde Ducoureau, entrando en línea a la derecha de Ludlow, y hacia las tres la cabeza de la brigada de reserva se desplegaba a la derecha de Chaffee; pero en lo alto de las trincheras el chisporroteo de los máuser se escuchaba siempre.
Por fin, a las tres y treinta y seis minutos la brigada Chaffee se lanza al ataque contra El Viso; pero queda al principio detenida al pie de la colina, y no invade el fuerte sino después de un segundo y violento empuje.
Los españoles ceden lentamente el terreno, demostrando con su tenacidad en defenderse lo que muchos militares de autoridad no han querido nunca admitir: que una buena Infantería puede sostenerse largo tiempo bajo el fuego rápido de las armas de repetición. ¡El último soldado americano que cayó fue herido a veintidós pasos de las trincheras!
Aunque la clave de la posición estaba conquistada, la faena continuaba. Yo seguí, con el corazón oprimido por la emoción, todas las peripecias de esta furiosa defensa y de este brusco ataque.
Desde El Viso, una vez ocupado, las tropas americanas comienzan a tirar sobre el pueblo, que es también en este momento el objetivo de la brigada Ludlow; pero la ocupación no se efectuó hasta las cuatro y media, hora en que los últimos españoles abandonaron las casas para recomenzar el fuego desde una colina situada 600 metros al oeste.
¡Admirable obstinación de resistencia, a la que todos contribuyen hasta el último instante!
Detrás de la línea de batalla americana se arrastraban los cobardes chacales de esta guerra: los cubanos.
Desde los bosques de palmeras, situados al E. de El Viso, habían tomado alguna parte en la acción. ¡Allí fui y presencié una escena repugnante: dos hermosos muchachos catalanes estaban tendidos y medio desnudos entre las altas yerbas; sus negros cabellos manchados de sangre; sus ojos abiertos y vidriosos, y debajo de estos pálidos y desfigurados rostros sus gargantas estaban abiertas por esas heridas delgadas y profundas que el machete produce.
Mi misión inactiva y neutral no me permitía sino huir de allí para substraerme a este horrible espectáculo, y así lo hice, dirigiéndome hacia las tropas americanas que en aquel momento daban el asalto a El Viso, y a sus jefes me acerqué rogándoles el envío de centinelas que cuidaran de los heridos españoles que quedaban detrás de las trincheras conquistadas.
Generosos como siempre para los desgraciados, los americanos escucharon mi súplica y ¡curiosa circunstancia! mientras me ocupaba de salvar a mis camaradas españoles, una bala de sus compatriotas en retirada me alcanzó. Pero felizmente sólo llegó a atravesar mi capote.
El ruido del combate no cesó sino cuando el sol estaba a punto de ponerse. Durante cerca de diez horas, 500 bravos españoles resistieron unidos y como encadenados sin ceder un palmo de terreno a otros 6.500 provistos de una batería, y les impidieron tomar parte en el principal combate contra las alturas del monte San Juan.
¡Después de esto, ni una palabra más se escucha en el campo americano sobre la cuestión de la inferioridad de la raza española!
Y esta lucha de El Caney ¿no aparecerá siempre ante todo el mundo como uno de los ejemplos más hermosos de valor humano y de abnegación militar? Quien haya tomado parte en ella ¿no es bien digno de una honorífica recompensa?
¡Contemplad ese pueblo! Las casas están arruinadas por las granadas, las calles cubiertas de muertos y heridos. El General Vara de Rey está allá, muerto; sus oficiales al lado suyo, muertos; en derredor multitud de oficiales y soldados. Todos han llenado su deber, desde el primero hasta el último.
¡Dichoso el país que es tan querido de sus hijos!
¡Dichosos los héroes que han sucumbido en un combate tan glorioso!
¡Con su sangre han escrito en la historia el nombre de El Caney, como uno de los más brillantes episodios guerreros, y con letras de oro deben inscribirse también en las banderas de las tropas que allí combatieron!"
Las Lomas de San Juan.
Como hemos apuntado, el ataque principal se iba a realizar sobre las lomas de San Juan. Allí, de manera incomprensible por lo estratégico de la posición, los españoles solo dejaron una débil doble línea defensiva, prefiriendo concentrar al grueso de las tropas en la capital. La primer línea contaba con una serie de trincheras, alambradas y pozos de tirador defendidas por 521 hombres. A unos 700 metros a la retaguardia se encontraba la segunda, donde el general Linares, estableció su cuartel general y que contaba con 411 hombres. Los españoles tenían 5 piezas de artillería, por 12 de los americanos, más cuatro cañones Gatling. Aquí la proporción de hombres era aún más escandalosa, pues los americanos reunieron para el ataque 15.000 soldados, más 4000 rebeldes cubanos.
Poco después de las 08:00 se inicia el ataque artillero, con el mismo éxito que en El Caney, solo que además aquí los españoles contaban con dos cañones Krupp que alcanzan a los artilleros americanos y a los primeros soldados desplegados frente a la posición. E igual que en El Caney, los americanos se lanzan al asalto, confiados de la poca resistencia que iban a enfrentarles los españoles. Cabe apuntar, que después de meses en que la prensa amarilla de USA había impulsado a su país a la guerra, desprestigiando hasta el insulto a los españoles; los yanquis tenían la creencia de que sus enemigos, los mismos que habían conquistado el mundo cuatro siglos atrás, eran una raza inferior llena de cobardes y pusilánimes. Aquellos soldados les iban a mostrar lo errados que estaban.
Combate de las Lomas de San Juan
Los americanos empiezan a caer ante el fuego de los máuser españoles, mucho mejores que los Remington americanos. Cunde el pánico en sus líneas y hay muchos hombres que se niegan a seguir avanzando ante los certeros disparos de los españoles. De haber contando con más tropas, los españoles hubieran podido aprovechar este momento para dispersar a las desordenadas tropas americanas. En este momento, los useños lanzan un globo para tratar de ver la disposición de las fuerzas españoles. Pero su color amarillo sobre el azul del cielo lo convierte en un blanco fácil para las tropas españolas que lo abaten enseguida, además de disparar a su punto de origen, donde efectivamente se concentran gran número de americanos que sufren el fuego artillero de sus enemigos. Sin embargo, en su corto vuelo, el globo a descubierto un sendero, por el que las apelotonadas fuerzas americanas consiguen avanzar para empezar a envolver a las fuerzas españoles, concentrando sus avance en el punto conocido como Kettle Hill, además de en San Juan. Reinician su avance, pero el fuego combinado de los máuser y los cañones españoles les frena una vez más. Es entonces cuando se pide el refuerzo, no atendido, de las tropas que luchaban en El Caney.
Los combates siguen y será clave la toma de Kettle Hill por parte de la división de Caballería americana, que cae tras una intensa resistencia, pero que ahora obligara a los españoles a distraer fuerzas de la defensa principal en San Juan. A esto se suma que los españoles se quedan sin munición para sus cañones y los americanos colocan a 500 metros tres ametralladoras gatling que barren el frente español con su nutrido fuego. Por si fuera poco, el silencio de la artillería española, permite a la americana, frenada hasta entonces, apoyar el avance de sus hombres. En estos momentos los españoles tienen dos frentes abiertos y les está cayendo todo lo que tienen los americanos, sin contar con apenas munición con la que defenderse. Los españoles retroceden de las trincheras a los blocaos y de aquí a la segunda línea defensiva, donde solo llegan 8 hombres. Cuando los americanos van conquistando las posiciones solo encuentran cadáveres como enemigos a su avance. Los españoles llegan a sacar incluso a los heridos de los hospitales cercanos para poder mantener la defensa. A las 16:00 los americanos se hacen con la loma que es un auténtico cementerio.
En el momento más crítico, llegan unas tropas de refuerzo que han desembarcado de la flota del almirante Cervera. Lanzan un sorprendente contraataque, que pese a no lograr recuperar ninguna posición –y costarle la vida a su jefe, el Capitán de Navío Bustamante, que obtendrá la Laureada-, mete el miedo en el cuerpo a los americanos, que además siguen esperando que lleguen los refuerzos de El Caney. Han tomado las lomas, pero a un alto precio, 205 muertos y 1180 heridos, un 10% de las tropas destinadas en Cuba, además de 200 cubanos rebeldes. Por su parte, los españoles han tenido 165 muertos, 376 heridos y 121 prisioneros. Lo que acaba de destrozar la moral americana es el darse cuenta de que pese al valor estratégico, allí los españoles solo habían destinado una pequeña parte de sus tropas y que pese a ello los han frenado durante toda la jornada y han acabado con la decima parte de sus tropas. Debido a esto deciden asegurar sus posiciones y no atacar Santiago, donde está prácticamente todo el ejército español de la isla.
El futuro presidente Roosevelt, que comandó la división de caballería que tomo Kettle Hill y por lo que muchos años después de su muerte recibió la medalla del Congreso –máxima condecoración de USA y único presidente que la posee-, pidió al senador Cabot que convenciera al presidente de que le mandará todos los regimientos y piezas artilleras disponibles, pues la situación era critica y el desastre militar estaba cercano.
El general Shafter, jefe de todo el contingente, el 3 de julio, le envía un telegrama al secretario de guerra, donde le informa que piensa retroceder 5 millas, pues pese a atener la ciudad cercada por el norte y el este, su línea es muy débil.
Es muy importante ver que si en ese momento las fuerzas españolas hubieran contraatacado desde la capital a buen seguro habrían desecho a todo el ejército de tierra americano causando el desastre que temía Roosevelt, pero fue entonces cuando la escuadra española realizó la incompresible salida del puerto de Santiago, donde estaba bien protegida, a plena luz del día y fue destrozada por la armada de USA, precipitando así el fin de una guerra que se había puesto muy complicada para las fuerzas americanas.
Una vez más, unos políticos incompetentes tiraban por tierra el trabajo y la lucha de los mejores soldados que la tierra ha tenido sobre su suelo.
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