Y no así, con minúsculas, como ahora la utilizamos, sino con mayúsculas porque Bicocca es el nombre de un lugar; un pequeño villorrio situado en el Milanesado, nombre arcaico con el que se conocía el Ducado de Milán.
Actualmente Milán, una de las más prósperas e industrializadas ciudades, centro económico y financiero de Italia, ha absorbido la villa de Bicocca y la ha convertido en un barrio de la populosa ciudad, capital de la Lombardía.
Pero por qué Bicocca pasa a significar algo fácil de obtener, es algo que queremos desvelar y para lo que nos tenemos que llevar hasta principios del siglo XVI y más concretamente al año veintidós de ese siglo. Época de turbulencias, la hegemonía del continente se la disputaban, por una parte, la Casa de Austria, con el Emperador Carlos I de España (y V de Alemania) que empezaba a consolidar una posición destacada gracias a los nuevos territorios descubiertos y desde donde empezaban a llegar riquezas insospechadas; de la otra Francisco I de Francia, de la dinastía de los Capetos y de la Casa Valois-Angulema, un príncipe del Renacimiento que elige la salamandra como emblema de su reinado.
Para quien no esté versado en el esoterismo y en el hermetismo, no será significativa la elección, pero es necesario decir que ese anfibio, también conocido como "tritón", es el símbolo de la alquimia, ciencia que en los años a que nos referimos se desarrollaba en sótanos y cavernas, al amor de una lumbre y en agitación de redomas y calderos, buscando la piedra filosofal.
Carlos y Francisco son dos personajes de la historia mundial y en aquel momento las personas más poderosas de Europa; sus ambiciones están enfocadas sobre Italia, a la sazón península descompuesta en reinos pequeños y débiles, que se debaten entre el arte y la guerra, entre el poder temporal de sus mandatarios y el poder eterno del papado. Curiosamente ambos reyes llevan el ordinal primero tras sus nombres.
La vida de ambos estuvo marcada por la permanente confrontación, por la enemistad más acérrima que los llevó en muchas ocasiones al campo de batalla, en donde el lado español se vio altamente privilegiado.
Pero ambos soberanos eran cristianos, católicos, apostólicos y romanos, aunque cada uno un poco a su manera. Coincidían en mucho (su ambición por poseer la península italiana) y discrepaban en casi todo y eso los llevó a su permanente confrontación en la que el Austria llevó la mejor parte. Una de esas partes fue la batalla de Bicocca.
Francia y la República de Venecia, habían formado un ejército combinado con el que hacer frente a las aspiraciones anexionistas que Carlos I tenía en Italia y para contar con mayor ventaja contrataron a un ejército mercenario cuya fama en Europa le hacía creerse la fuerza más poderosa del continente. Este ejército eran los Mercenarios Suizos que había forjado su prestigio en el campo de batalla durante la guerra de los Cien Años.
Los suizos se caracterizaban por una férrea disciplina, por medio de la que imponían severos castigos a desertores o cobardes. Su forma de enfrentarse a la batalla tenía su inspiración en la falange Macedonia que había ideado Filipo II, padre del genial Alejandro Magno y con la que éste consiguió el mayor imperio de la época y un ejemplo de general conquistador. Formaban los Mercenarios en cuadrados de sesenta por sesenta metros, en los que concentraban hasta diez mil hombres provistos de lanzas tan largas como las "sissardas" macedonias que medían seis metros y medio. De esta forma organizados, eran invulnerables a la caballería enemiga que se ensartaba en la punta de las largas picas; con los escudos en ristre y sobre sus cabezas, los defendían de las lluvias de flechas enemigas. Los Mercenarios Suizos no eran amantes de armaduras ni se adaptaron a las armas de fuego, su vulnerabilidad a la artillería enemiga era salvada con movimientos rápidos que impidieran al contrario fijar la puntería.
Sin lugar a dudas era un magnífico cuerpo de ejército que tenía sólo un problema: era caro, muy caro. Sus integrantes querían cobrar su salario con puntualidad y a veces las arcas de los reinos no estaban lo suficientemente llenas para pagarles, lo que sin ninguna duda conseguía devenir en problemas.
En esta ocasión, los Mercenarios Suizos no habían cobrado todo lo que se les había prometido por participar en la guerra contra España y su malestar hacía recelar a franceses y venecianos, que eran comandados por Odet de Foix, vizconde de Lautrec, el cual, en 1521, se había retirado de Milán, permitiendo a las tropas imperiales de Carlos I hacerse con la ciudad.
Pero un año después estaban dispuestos nuevamente al combate, sólo que los Mercenarios exigían una pronta batalla para satisfacer con el saqueo las deudas contraídas. Y en esa trampa cayó Lautrec, que ordenó lo preciso para entrar en combate y así ambos ejércitos se desplegaron cerca de la localidad de Bicocca el día 27 de abril de 1522. Del lado español, una nueva fuerza se había puesto a las órdenes de Próspero Colonna, el general que mandaba el ejército imperial: los arcabuceros. Una sección de infantería con armas de fuego portátiles y una eficacia de tiro más que aceptable, sobre todo si se comparaban con el arco y la flecha o la ballesta, usados hasta entonces.
El arcabuz era un arma larga que se cargaba por la boca y que constituyó el preludio del mosquete y más tarde del fusil, armas más sofisticadas y más efectivas que lo desplazaron definitivamente, pero mientras se usó, fue un arma muy contundente a cincuenta metros, pues atravesaba fácilmente escudos y corazas.
Se sabe, aunque ha permanecido en el olvido, que en esta batalla, tan decisiva como ignota, se empleó por primera vez el nuevo ingenio bélico y desde ese momento, las guerras cambiaron. Pero volvamos a los campos de Bicocca donde, a ambos lados del camino que lleva a Milán, desplegaron los ejércitos, siendo más privilegiado el español, pues mantenía la posición desde antes y así eligió un altozano que ofrecía con su cota de altura un punto a favor.
Los Mercenarios Suizos hicieron su despliegue habitual, moviéndose con rapidez para evitar a la artillería de Colonna, pero cuando se aproximaban al cuerpo a cuerpo, hubieron de subir la leve pendiente sobre la que los tercios españoles esperaban. La marcha más lenta y las descargas cerradas de los arcabuceros hicieron estragos entre los suizos que en poco tiempo dejaron sobre el terreno a tres mil soldados y veintidós capitanes.
Parece que no quisieron recibir más castigo, pues se retiraron del campo de batalla y tres días después volvieron a las montañas suizas, sin mucho afán por continuar sus vidas de soldados mercenarios.
Desde aquella batalla, que supuso un triunfo previo al que definitivamente se daría en la Batalla de Pavía, el cuerpo de arcabuceros jugó un papel esencial en todas las guerras, haciendo un combinado con las lanzas, en lo que se llamó cuadros de "Pica y Disparo", que fue el arma más poderosa hasta que se inventó la bayoneta en las postrimerías del siglo XVII.
Por aquella victoria, incruenta por el lado español, en la que hasta la caballería francesa huyó ante el despliegue de los caballeros españoles al mando de Antonio de Leyva, se acuñó un término que ha llegado hasta nuestros días: "esto es una bicoca", que decimos cuando queremos dar a entender que a cambio de poco recibimos mucho.
Fuente: José María Deira