miércoles, 21 de noviembre de 2012

LA CARGA DEL REGIMIENTO ALCANTARA....Post Jo





La monjita que acompañaba al muchacho, en uno de los primeros días de Enero de 1921, hasta el acuartelamiento del Regimiento de Caballería “Cazadores de Alcántara” Nº 14, era la misma que catorce años atrás se encontraba de guardia junto al torno del hospicio donde era depositado un niño en un cesto de mimbre y con una nota escrita a lápiz donde con cierta dificultad podía leerse: “Este niño no ha sido bautizado, cuiden de él por amor de Dios y hagan que el día de mañana sea un hombre honrado y de provecho”. 

Durante el trayecto, la monja iba recordando esa fria noche de Enero de 1907, cuando, medio adormilada en su guardia, creyó sentir el tintineo de la campanita, producido por el desplazamiento circular del torno al girar sobre sus goznes, así como los pasos presurosos al alejarse, de la persona que había depositado en él la cesta con el niño en su interior. 

Y este era el muchacho, todavía un niño, que educado por la comunidad religiosa del benéfico centro durante sus primeros 14 años, camina hoy a su lado con cierta tristeza reflejada en sus ojos, al tener que abandonar el centro donde se crió, pero con la alegría que le producía el saber que, si todo iba bien, ese mismo día podría vestir el honroso uniforme de la Caballería Española; ya que desde meses atrás y esperando tener cumplida la edad reglamentaria, había venido manifestando su deseo de “sentar plaza” como educando de banda para luego seguir la honrosa carrera de las armas y poder alcanzar con su esfuerzo y estudio los nobles y honrados galones de Suboficial Maestro de Banda del Arma de Caballería. Empleo éste, que ya habían alcanzado varios de sus más antiguos compañeros del hospicio, para honra, satisfacción y estímulo de esta noble, caritativa y benéfica Institución. 

No hubo problema alguno en la filiación del muchacho. El Coronel prometió a la monjita que podía marcharse tranquila, ya que desde ese momento el chico quedaba bajo su protección y al amparo del glorioso Estandarte del Regimiento. Reconocido por el capitán médico y declarado “útil y apto” para el servicio de las armas, el chico fue filiado como “Educando de Banda” voluntario, por un período de cuatro años y “sin opción a premio”. En el mismo acto, el Sr. Coronel ordenó al Suboficial Maestro de Banda del Regimiento que se hiciera cargo del nuevo educando, al que iniciaría en la enseñanza de los toques de clarín y de trompeta reglamentarios en la Caballería y de cuyos progresos le tuviese puntualmente informado. Esto, sin menoscabo de la asistencia del muchacho a las Academias Regimentales para que siguiera progresando en el noble arte de la escritura, la lectura y las cuatro reglas fundamentales de la aritmética. Ordena finalmente el Coronel al Subayudante, que por la sastrería del Cuerpo se le confeccione un uniforme de paseo al nuevo educando adecuado a su edad y estatura. 

Han transcurrido ya seis meses desde aquél día y ahora estamos en el mes de Julio del citado año 1921. El Regimiento de Cazadores de Alcántara se encuentra destacado, en misiones de campaña, en las desérticas llanuras de Annual, Zona Oriental del Protectorado de España en el Norte de África. Durante los días 21 y 22 del citado mes de Julio –días tristísimos para la Patria- se ha producido el derrumbamiento de la Comandancia General de Melilla, y la propia plaza de Soberanía española ha estado a punto de caer bajo las hordas rifeñas, sublevadas contra España por el cabecilla Abd-el-Krim. De la Península, acuden en socorro de la plaza melillense varios batallones de Infantería y con la mayor urgencia se trasladan también hasta Melilla, desde la Zona Occidental del Protectorado, los Regulares de González Tablas y el TERCIO DE EXTRANJEROS al mando de su jefe, el Teniente Coronel Don José Millán Terreros (conocido, en el futuro, como Millán Astray). 

En Annual nuestras tropas han sido masacradas por las cábilas de harqueños declarados en rebeldía, y la desesperación, el pánico y el desaliento han cundido entre nuestros soldados y han llevado a la deserción de la mayor parte de unidades indígenas que servían bajo nuestra bandera. El Comandante General de Melilla, Don Manuel Fernández Silvestre ha muerto, al parecer disparando su pistola contra el enemigo, aunque su cadáver nunca fue encontrado . Esforzándose en impedir esta insólita desbandada han caído con honor los coroneles Manella y Morales, encuadrados ambos a las órdenes directas del Comandante General. La palabra “Desastre”, en esta ocasión, reviste con toda intensidad su cruda acepción terminológica. 

El General de Brigada de Caballería Don Felipe Navarro y Ceballos-Escalera, 2º Jefe de la Comandancia General, asume el mando y concentra las dispersas tropas en Dar Drius, para intentar desde allí la retirada a las sucesivas posiciones de El Batel y Tistutin (donde comienza el ferrocarril minero que facilitará la evacuación de heridos y enfermos hasta Melilla), para enlazar posteriormente con Monte Arruit y esperar allí, en posición defensiva, la llegada de refuerzos urgentemente solicitados. 

A las tres de la tarde del día 23 de Julio, el General Navarro ordena la retirada hacia la posición de“El Batel”, si bien preocupado sobremanera por el bajo estado moral de las tropas con el consiguiente detrimento de la disciplina. De la protección de la columna encarga al Regimiento de Caballería “ALCÁNTARA” Nº 14, que tras la muerte heroica de su coronel Don Francisco Manella Corrales, ha tomado el mando el Teniente Coronel Don Fernando Primo de Rivera y Orbaneja, ilustre jefe del Arma de Caballería, Profesor de Equitación Militar y hermano menor del Teniente General de sus mismos apellidos. 

Don Fernando sabe que la papeleta que le ha encargado el general es de difícil solución. En una palabra, el cumplimiento de la misión implica que el Regimiento se ha de sacrificar, si preciso fuere, en beneficio del resto de sus compañeros de armas. En el Regimiento, a nadie se le oculta la gravedad de la misión encomendada. 

Puesta en marcha la columna, escoltada por los escuadrones del “Alcántara”, nuestras tropas avanzan sin novedad, si bien y a poco de comenzar el avance ya tiene el Regimiento que dar su primera carga, pues un pequeño convoy, con los heridos mas graves, estaba siendo atacado por los harqueños. El teniente coronel manda cargar a uno de sus escuadrones, haciendo replegarse al enemigo y consiguiendo que el convoy se abra paso y llegue sin novedad a Melilla. 

Sobre las cuatro de la tarde, y tras una hora de marcha , la columna logra alcanzar el cauce del Rio Igán, que en este mes de Julio baja completamente seco. Allí han tendido los moros una emboscada a la columna y de improviso el fuego rifeño se hace patente desde los montes y laderas cercanas. El enemigo, muy superior en número y crecido por la victoria sobre nuestras tropas en Abarrán, Igueriben y Annual, ataca decidido sobre nuestros desmoralizados efectivos. 

El Teniente Coronel Primo de Rivera sabe que ha llegado la hora del sacrificio. El Regimiento entero sucumbirá, si es necesario, para que la columna pueda progresar hasta alcanzar “El Batel”. Reagrupado el Regimiento, el teniente coronel manda que los escuadrones formen en “línea de a cuatro” para acto seguido, con su voz fuerte y bien timbrada, arengar a sus soldados: 

“Ha llegado para nosotros la hora del sacrificio. Que cada cual cumpla con su deber. Si no lo hacéis, vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres españolas dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos”. 

El joven educando de nuestra historia que habíamos dejado recién filiado el día de su ingreso en el Regimiento, pese a su juventud y al corto tiempo que lleva en el mismo, actúa ya como “trompeta o clarín de órdenes”, y ocupa su puesto en formación “a dos largos de caballo y a la izquierda” del que monta el jefe, esperando con el clarín pegado a los labios la orden de este para dar los toque reglamentarios. Intuyendo que hoy va a ser un día de gloria para el Regimiento, ha adornado su clarín de mando con vestiduras de gala, figurando en su anverso bellamente bordadas las armas de la Caballería y en el reverso, sobre fondo blanco la Cruz flordelisada de la Orden de Alcántara, bordada en verde, que da nombre al Regimiento. 





El Teniente Coronel lo mira fijamente y compadecido quizás por su extrema juventud, le ordena retirarse a retaguardia junto al resto de la banda, pues no lo necesita, le dice, toda vez que mandará el Regimiento “a la voz”. El joven trompetilla hace como que obedece y simula retirarse, pero en su mente resuena aún con fuerza la fórmula de su reciente juramento al Estandarte, en lo que dice de “Obedecer y respetar siempre a vuestros jefes, no abandonarles nunca...”. Y si había jurado esto ¿cómo iba él a “abandonar” a su Teniente Coronel en estos momentos de peligro?. Jamás lo haría, sino podía combatir como educando lo haría como soldado, pues ya dejó de ser un niño el día que vistió el honroso uniforme de la Caballería.

Puesto el Regimiento al paso, el Teniente Coronel desenvaina y a la voz ordena a sus escuadrones: “¡Saquen... Sables!”, y los sables de los jinetes del “Alcántara” brillan refulgentes cual rayos cegadores al salir de sus vainas, mientras golpean con sus espuelas los ijares de sus caballos para pasar “al trote” y alcanzar poco después el galope. De nuevo suena potente la voz del Teniente Coronel Primo de Rivera ordenando: “¡Para cargar!”. Y acto seguido da la voz ejecutiva: “¡Carguen! ¡VIVA ESPAÑA!”.

Como un alud impetuoso la masa de jinetes arremete contra los harqueños recibiendo al descrestar un nutrido fuego de fusilería, que hace aumentar el galope hasta convertirse en un huracán desenfrenado. El combate adquiere una fiereza descomunal. Las cargas se suceden, pero el enemigo es muy superior en número y además domina perfectamente el medio y conoce palmo a palmo el terreno en que combate. Las bajas en los escuadrones empiezan a ser muy numerosas. Nuestro trompetilla de órdenes, con el clarín colgado a la espalda, clava las espuelas a su caballo y combatiendo como soldado, su sable, al que su débil brazo le cuesta trabajo sostener, se abate terrible buscando una y otra vez el cuerpo del enemigo. Pero ahora, un golpe seco en el pecho seguido de un fuerte dolor junto al corazón, le hacen tambalearse en el caballo al haber sido alcanzado por una bala rifeña . Derribado al fin, la vista se le nubla y a su mente acude la imagen de una bella mujer que le sonríe y le llama con cariño a su lado. La dama que así se le presenta en su mente febril no es otra que su madre a quien nunca conoció. Después la oscuridad, el vacío, la nada. El joven educando había dejado de existir. De su cuello aún pende su clarín engalanado, salpicado ahora por la sangre tan generosamente derramada.

A estas alturas del combate, el Regimiento ha sufrido un gran quebranto (también las bajas de los rifeños son muy numerosas). Exhaustos jinetes y caballos por las cargas que llevan dadas, el tormento de la sed se hace insoportable. Una oscura costra formada por el polvo y el sudor surcaba el curtido rostro de los jinetes de Alcántara, denotando bien a las claras las varias horas de feroz refriega soportadas bajo el ardiente sol africano. El desánimo parece que empieza a cundir entre los soldados. Y es en estos momentos de suprema angustia, cuando el Teniente Coronel Primo de Rivera, erguido majestuosamente sobre su caballo “Vendimiar”, un magnífico ejemplar español “pura sangre”, que el ilustre jefe maneja con singular maestría, arenga de nuevo a sus soldados y les pide un postrer sacrificio: el Regimiento va a dar su última carga (la octava); si bien, y dado el grado de extenuación de jinetes y caballos, se va a producir un hecho histórico en los anales de la Caballería. El Regimiento, altamente disminuido por el gran número de bajas, va a dar esta última carga con los caballos ¡al paso!.

En la extrema retaguardia se encuentra formada a caballo la banda Regimental integrada por 13 jovencísimos “Educandos de Trompeta” – de los que ya hay que deducir la baja del trompetilla de nuestra historia tan gloriosamente caído- , y al mando del Suboficial Maestro de Banda del Regimiento. Se encuentran también formados en retaguardia los tres Oficiales Veterinarios junto al Capellán y al Teniente Médico. Enfrascado el “pater” en reconfortar espiritualmente a los soldados moribundos, y esforzándose el médico en curar a los heridos y aliviar sus sufrimientos; todo ello bajo el fuego enemigo y con los precarios medios clínicos de que dispone.

Enardecidos por la vibrante arenga de su Teniente Coronel, los escuadrones de “Alcántara” vuelven de nuevo sobre los moros, pero – como se ha dicho- a estas alturas del combate, las fuerzas van faltando y los caballos apenas si responden a las espuelas de sus jinetes. Carga por última vez “al paso” el Regimiento, adentrándose con brío entre las zarzas y parapetos de los rifeños y bajo una lluvia de encendidas balas. Muchos de los jinetes caen derribados en tierra y aún se defienden, sable en mano, del enemigo que les rodea.

Atentos a la arenga del Jefe del Regimiento, y expectantes ante el cariz que está tomando la desigual pelea, los tres Alféreces Veterinarios (Veterinarios Terceros en la denominación oficial) saben que ha llegado también para ellos la hora del sacrificio. Pese a ser “Oficiales Facultativos” (sin mando de armas) tienen profundamente arraigado el sentimiento de que, por encima de todo, son Oficiales del Regimiento de “Alcántara”, que en esta tarde del 23 de Julio, y en estos momentos de gravísimo peligro para su Regimiento, van a intentar conciliar lo aprendido en sus respectivas Facultades de Veterinaria con la asignatura sublime del amor a España, representada en la defensa del glorioso Estandarte del Regimiento; y así, transformados en un momento en Oficiales de Caballería, intentan cubrir las numerosas bajas de sus compañeros del Arma, cargando con brío contra las posiciones rifeñas.

Esa tarde, el Cuerpo de Veterinaria Militar se cubrió de gloria merced al valor y al arrojo de tres de sus mas modestos representantes: Los Alféreces DON JUAN MONTERO MONTERO, DON VIDAL PLATÓN BUENO Y DON EDUARDO CABALLERO MORALES, ofrendando estos dos últimos su vida a la Patria al morir heroicamente en la acción de tan señalado día (tan sólo unos días mas tarde, y en la heroica defensa de Zeluán, encontraron también gloriosa muerte los Oficiales Veterinarios Don Enrique Ortiz de Landázuri, Don Luis del Valle Cuevas y Don Tomás López Sánchez; ¡GLORIA Y HONOR PARA ELLOS¡).

Al fin los esfuerzos de Primo de Rivera y el brío y el tesón puesto de manifiesto por los bravos soldados y oficiales de “ALCÁNTARA” se ven culminados con el éxito. Duramente quebrantados los rifeños por el férreo castigo infligido por nuestros soldados que en impetuosa carga han irrumpido de nuevo entre sus filas, les obliga a ceder ante el terreno replegándose.

Cumplida la misión, cuando ya las sombras de la noche se han hecho patentes sobre el límpido cielo africano, los escuadrones se van incorporando poco a poco hacia la posición de “El Batel” -muchos de los extenuados soldados marchan a pie, llevando de la brida a su no menos extenuado caballo- donde ya la columna del General Navarro había logrado alcanzar la posición a costa, eso sí, de la casi total destrucción de sus hermanos de Caballería.

Entre los que marchan a pie, y mezclado con sus soldados, figura el Teniente Coronel Primo de Rivera, a quien han matado a su corcel “Vendimiar” y ha rehusado aceptar las ofertas de cederle el suyo los soldados que aún lo conservan.

Al anochecer de aquel fatídico 23 de Julio de 1921 “ALCÁNTARA” había dejado de ser un Regimiento, pero el Libro de la Historia le abriría desde entonces una de sus mas brillantes páginas.

De los 691 hombres que formaban el Regimiento al toque de diana, al pasar la reglamentaria lista de Retreta en la noche de ese día 23 de Julio, 541 habían muerto en combate, 5 habían sido heridos (los moros remataron con feroz crueldad a muchos soldados heridos), y 78 quedaron prisioneros de los harqueños. TOTAL: 624 bajas. Sólo 67 jinetes extenuados consiguieron alcanzar la posición de El Batel. Entre los muertos, los 13 jovencísimos trompetas que formaban la banda, y entre ellos, como se ha relatado, el joven educando de nuestra historia.

Epílogo Emotivo.- No tardó el Teniente Coronel Primo de Rivera en acudir al encuentro de sus soldados caídos sobre las ardientes arenas marroquíes. Milagrosamente ileso (aunque una bala rifeña, como se ha visto, le mató a su caballo) en los combates del día 23 de Julio, sin embargo, tan sólo unos días más tarde y cuando se encontraba sobre el parapeto colaborando activamente en la defensa de la posición de “Monte Arruit”, una granada de cañón le destrozaba un brazo que un cirujano militar tuvo que amputarle sin anestesia ni material adecuado (parece ser que utilizó para la amputación una navaja de barbero y un hacha de carnicero) pero, declarada la gangrena, entregó su alma a Dios en la mañana del día 5 de Agosto de 1921. 





Recuperado su cadáver durante la reconquista llevado a cabo por las tropas españolas, fue trasladado a Madrid y recibido en la estación de Atocha con las máximos honores militares, presidiendo el duelo S.M. El Rey Don Alfonso XIII que, muy emocionado, puso sobre el féretro del heroico Teniente Coronel la Cruz Laureada de San Fernando, máxima condecoración al valor en España. Ordenó además S.M. que el nombre glorioso de Don Fernando Primo de Rivera y Orbaneja, figurase en lo sucesivo y a perpetuidad a la cabeza del Escalafón de los Tenientes Coroneles del Arma de Caballería.

Y a buen seguro, que al verle llegar por los confines del Cielo, el centinela celestial daría la voz de ordenanza: ”¡Guardia, a formar; el Teniente Coronel!”. Y allí, sobre la celeste bóveda sonarían con fuerza los dos puntos de trompeta,- reglamentarios para recibir a un Teniente Coronel con la guardia formada- tocados con toda la fuerza de sus pulmones etéreos, por aquél educando, casi niño, que mucho antes que para soldado había estudiado para héroe, y que ahora sonreía feliz al haber vuelto a encontrarse con su Teniente Coronel.








FUENTE: 
LA MUERTE HEROICA DE UN EDUCANDO DE BANDA 
Artículo publicado en 16/9/2007, y escrito en Junio de 2006 
DEDICATORIA: A los gloriosos jinetes del Regimiento de Caballería “ALCÁNTARA” Nº14 (Veterinarios y Educandos incluidos), que en la tarde del 23 de Julio de 1921, ofrendaron su vida a la Patria, al cumplirse el LXXXV Aniversario de su heroico y sublime 

sacrificio. 

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