Batalla de Alcoraz:
El rey D. Sancho Ramírez murió en 1094 ante los muros de Huesca, ciudad que sitiaba, y su hijo y sucesor, Pedro I, continuó el asedio con gran empeño porque así lo había jurado ante su padre, moribundo, y porque importaba mucho al naciente reino de Aragón conquistar el pueblo más importante entre las riberas del Ebro y los Pirineos. El rey moro de Huesca, Abd-er-Rahmán, pidió
socorro a los demás reyes musulmanes y aun a príncipes cristianos rivales del aragonés, y en Zaragoza y Castilla se organizaron numerosas huestes. En aquella capital se reunieron, y al ponerse en marcha ocupaban desde el arrabal de Zaragoza hasta la villa de Zuera, o sea una distancia de más de 4 leguas.
Era tal la superioridad del ejército que iba a socorrer a Huesca respecto del aragonés que la sitiaba, que hay escritor que dice que por cada soldado del rey D. Pedro tenía más de 20 el rey de Zaragoza. El conde D. García de Cabra, que mandaba las tropas castellanas, escribió a D. Pedro para aconsejarle que desistiera de su propósito y levantara el sitio, pues era empresa por demás aventurada hacer frente al poderoso ejército que contra él venía.
No aceptó el consejo ni se intimidó el aragonés; antes al contrario, se preparó resueltamente para el combato. Dividió el ejército en tres partes; la vanguardia, cuyo mando encomendó al infante D. Alonso; el centro, a las órdenes de D. Briocalla, tercero de la ilustre familia de los Luna, y la retaguardia, mandada por el mismo rey, pues ofrecía el mayor peligro si, como era de presumir, salían los sitiadores a proteger a sus aliados. Vinieron a aumentar las fuerzas cristianas 300 montañeses acaudillados por Fortún de Lizana, que traía consigo diez cargas de mazas para que con ellas lucharan los suyos.
Al tener noticia de la aproximación del enemigo, D. Pedro, desde el Real, situado en el Pueyo de Sancho, salió a esperarlo al camino de Zaragoza, y en un inmenso llano, llamado Alcoraz, que está hacia la parte meridional de Huesca, desplegó D. Alonso su caballería y atacó audazmente a los moros, causando la mayor confusión en ellos. Pero acudieron nuevos escuadrones muslimes, adelantaron también el centro y retaguardia aragoneses, y se generalizó la batalla; los maceros de Fortún hacían prodigios de valor y magullaban ferozmente a sus contrarios; una y otra vez intentaban los sitiados salir de la ciudad, siempre rechazados por los soldados de don Pedro, y cuando más arreciaba el combate y el extenso campo estaba cubierto de cadáveres y tinto en sangre, apareció, según piadosa tradición, un apuesto guerrero, montado en blanco corcel, que llevaba a las ancas otro jinete, ambos bien armados, que, acometiendo a los infieles, llevaron la destrucción y el espanto a sus filas.
Al tener noticia de la aproximación del enemigo, D. Pedro, desde el Real, situado en el Pueyo de Sancho, salió a esperarlo al camino de Zaragoza, y en un inmenso llano, llamado Alcoraz, que está hacia la parte meridional de Huesca, desplegó D. Alonso su caballería y atacó audazmente a los moros, causando la mayor confusión en ellos. Pero acudieron nuevos escuadrones muslimes, adelantaron también el centro y retaguardia aragoneses, y se generalizó la batalla; los maceros de Fortún hacían prodigios de valor y magullaban ferozmente a sus contrarios; una y otra vez intentaban los sitiados salir de la ciudad, siempre rechazados por los soldados de don Pedro, y cuando más arreciaba el combate y el extenso campo estaba cubierto de cadáveres y tinto en sangre, apareció, según piadosa tradición, un apuesto guerrero, montado en blanco corcel, que llevaba a las ancas otro jinete, ambos bien armados, que, acometiendo a los infieles, llevaron la destrucción y el espanto a sus filas.
Eran el primero San Jorge, y el segundo un hijo del emperador de Alemania según unos, un caballero de la ilustre familia de los Moncadas según otros. Todo el día duró la batalla, y al caer el sol los musulmanes, cansados y extenuados ya de tan larga y encarnizada pelea y comprendiendo que era inútil toda tentativa para salvar a Huesca, emprendieron la retirada por el camino de Almudévar en dirección a Zaragoza. Mas de 40.000 musulmanes se dice que perecieron en esta sangrienta jornada, y entre los cadáveres se encontraron cuatro cabezas coronadas de otros tantos reyes moros.
El conde castellano D. García quedó prisionero, pero fue puesto en libertad por D. Pedro. La batalla se dio el 25 de noviembre de 1096. Para conmemorarla, el rey acordó adoptar por blasón de su reino la cruz roja de San Jorge sobre campo de plata y en cada uno de sus cuatro cuarteles una cabeza negra de moro ceñida con banda blanca. Dos días después se rindió la ciudad de Huesca.
En los campos en que se dio la batalla se han encontrado con alguna frecuencia, al hacer excavaciones, armas, monedas antiguas y otros efectos que proceden del botín abandonado después de la batalla, pues allí no se ha dado ninguna otra hasta la que sostuvieron en 27 de mayo de 1837 isabelinos y carlistas. También se han hallado huesos humanos y aun esqueletos completos.
En los campos en que se dio la batalla se han encontrado con alguna frecuencia, al hacer excavaciones, armas, monedas antiguas y otros efectos que proceden del botín abandonado después de la batalla, pues allí no se ha dado ninguna otra hasta la que sostuvieron en 27 de mayo de 1837 isabelinos y carlistas. También se han hallado huesos humanos y aun esqueletos completos.
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