Un episodio no muy conocido de Julio César tuvo lugar cuando en su juventud fue secuestrado por una de las tantas bandas de piratas que asolaban el mar mediterráneo de la época. En aquella época era común que se burlaran de los ciudadanos romanos debido a que ser ciudadano romano significaba tener un estado social más elevado que el resto del mundo. Algunas de las burlas consistían fingir disculparse por el error cometido, decirles que eran libre de bajar por una escalera y poner rumbo a Roma pero sin barco o echarlos al mar en caso de que se negaran.
Julio César desde muy pequeño tuvo una gran ambición de tal manera que sus actos siempre estuvieron pensados y dedicados al logro de sus objetivos. En este caso a acrecentar su prestigio y fama. |
Julio César es secuestrado
Cierto día Julio César se encontraba en una nave que fue abordada por los piratas sin encontrar resistencia debido a la experiencia en el pillaje que poseían los piratas. Al hacer proceder a identificar y fijar la tarifa por cada prisionero en la embarcación, el jefe de los piratas decidió que pediría por Julio César 20 talentos. No esperaba lo que oiría a continuación:
El carisma de Julio César
- Os habéis equivocado conmigo. Mi categoría es mucho mayor de la que me habéis otorgado. No quiero perjudicaros. Mi precio no son veinte talentos sino cincuenta, que es lo que os darán por mi persona.
Los piratas sorprendidos al oir semejante respuesta, estallaron en carcajadas, pero César insistió:
- No permite mi orgullo ser catalogado tan bajo.
- De acuerdo -sonrió el jefe de los piratas-, puesto que tal es tu deseo, pediremos por ti cincuenta talentos, pero como me eres muy simpático, aunque tus amigos no den por ti más que los veinte talentos, también quedarás en libertad.
Para desgracia de los piratas que lo secuestraron, el futuro emperador del imperio romano, Julio César, cumplió la promesa que les hizo poco después de ser secuestrado. |
La promesa de Julio César
- Como guste, pero -añadió César con voz de trueno-, te advierto que más adelante os colgaré a todos de los palos de esta misma nave.
Julio César durante el secuestro
Luego de esto, Julio César envió cartas a sus amigos para que juntaran el rescate y permaneció en compañía de los piratas por 38 días, teniendo un comportamiento muy peculiar, según cuenta Suetonio:
"Pese a lo difícil de la situación, César se instaló entre los piratas como si fuese un invitado, y casi un amo. Los piratas, asombrados ante aquella gallardía y aquella casi temeridad, acabaron por profesarle cierto afecto, acrecentado por la edad del prisionero.
Estuvo entre los piratas treinta y ocho días, durante los cuales efectuó varios experimentos, como , por ejemplo reunirlos a su alrededor obligándoles a estar callados. Entonces, les dirigía la palabra para ver qué impresión le causaban sus discursos. Y sobre todo, le producían a él mismo. Los piratas, gente torpe e inculta, no solían entenderle y entonces los increbapa furioso"
Julio César lleva a cabo su venganza
Luego de ser liberado, Julio César se movió rápidamente a Mileto donde reclutó hombres y armas para reforzar varios barcos y sin perder un segundo se dirigió a la isla de Farmacusa donde supuso que todavía se encontraban los piratas, a los que agarró desprevenidos y consiguió apresarlos. A continuación se dirigió a Junio, quien era el representante de la autoridad y figura encargada de inflingir el castigo para ellos. Junio no se interesó en el castigo sino en el dinero de los piratas, que fue dado por Julio César sin antes tomar una parte para sí. Julio César insistía en que Junio castigara a los piratas pero éste ni se inmutaba y al ver pasar los días, Julio César fue él mismo a Pérgamo, sacó a los piratas de la cárcel, les dió el último discurso de su vida y los colgó de los palos de su nave, tal como les había prometido a los incrédulos corsarios. El episodio de Julio César con los piratas le dio más fama y reputación en Roma, donde la noticia había encontrado buena acogida, de mano de las muchas liberalidades que concedía.
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