El Hombre, joven, bien formado, bien trajeado y de grata apariencia, caminaba por la calle Orteu en el anochecer, era algo frío, de los primeros días de diciembre de 1928. Iba tranquilo, sin apenas encontrar transeúntes en el recorrido que le separaba de la casa de sus amigos.
Se detuvo ante un edificio de poca altura. Abrió la puerta de entrada tras unas vueltas de llave, y, sin cuidarse del exterior, avanzó a oscuras un instante. Sólo estaba alumbrado por la escasa claridad que llegaba por el hueco abierto. Encendió la luz eléctrica y regresó a cerrar.
Al iluminarse la estancia quedó visible un pequeño taller con una gran mesa central sobre la que se hallaban en correcta apariencia cajas de cartón, de las utilizadas para llenar bombones y esparcidos por el tablero, algodon, papel de colores, tijeras y frascos de goma.
El hombre pasó ante la mesa sin prestarle atención alguna, y se dirigió hacia unas escaleras que había al fondo del local. Allí empezó a subir, y luego apagó la luz al penetrar en el piso-vivienda que había sobre el taller.
-"¿Eres tú?-" preguntó una voz de hombre, un tanto atiplada, desde la otra habitación.
-"Si. ¿Esta la cena?:"
-"¡Ah! Pero ¿ya has llegadó?".
Apareció un joven de aspecto debil y delgado. Al caminar cojeaba un poco, y lo disimulaba adoptando un movimiento amanerado.
-"Déjame en paz-masculló el otro-. Y sirveme la cena".
-" Lo que tú quieres es tener criado sin pagar, y encima maltratarme."
-"Eres mi criado, ¿no? Pues haz lo que te pido."
-"Eso crees tú -Le dijo el aludido, retirándose prudentemente hacia una de las paredes, con gesto afectado-. Vienes de verla y después..."
-"A ti ¿que te importa?."
-"No, si ya se que no me importa. Pero te advierto que ya estoy harto."
Parecia temeroso y a la vez bastante excitado. Añadio:
- "He decidido dejarte."
El hombre miró durante unos segundos a su criado y, luego sin hacerle mucho caso, se dirigió hacia la cocina, dispuesto a cenar.
-"Ya lo tengo todo preparado - continuó el joven, siguiédole con recelo y asomandóse, apoyado, sobre el quicio de la puerta-. No creas que no lo he pensado."
-"Dejame en paz. Tú no te irás. Ya lo he dicho".
-"Has ido a verla y ahora te irás de nuevo. ¿Crees que puedo soportarlo? Pues no, no y no.
El hombre comía sin mostrarse muy inquieto, pero con cierto nerviosismo. Dijo al fin:
-"Estuve en casa de los Ravenol."
-"¡Cuentos!."
-"Tengo que arreglar lo de las deudas del negocio. Además, no tengo por qué darte explicaciones."
-"¡Cuentos! Pero, yo voy a vender mi finca y me iré. Ya lo tengo decidido."- insistió.
El comensal se quedó observándole. Luego dejó de comer y se puso en pie. Al salir se aproxió al joven y le dijo en la cara:
-"¡Imbecil! ¡Marica! ¿A donde vas a irte?".
El ciado se encogió, asustado, mirandole con una especie de extravío, como si temiera que le diese un zarpazo. Después, como saltando de su acecho, le gritó:
-"tendré dinero y no te volveré a hacer caso."
El hombre había acabado de ponerse el abriGO. volvió un poco la cabeza para contemplarle sonriente, antes de comentar:
-"Vuelvo con los alemanes. Puedes acostarte si quieres."
-"Un día te mataré. ¡Te mataré! Te lo juro" -clamó, excitado por una rabia interna.
El joven después se precipitó hacia las escaleras por donde había desaparecido el hombre, y al final, viendo que no le respondían, regresó hasta la mesa de la cocina. Allí propinó un golpe con la mano abierta. Se quedó donde estuviera el hombre, y se quedo amodorrado.
Fuera, en la calle, hacía más fresco. La noche era muy oscura, y las tres farolas de gas que iluminaban el recorrido sólo servían para ofrecer un aspecto más desapacible y solitario a las calles...
Continuara
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