La leyenda de Preste Juan y su reino capturó la imaginación de Occidente desde el siglo XII hasta el XVII. Durante ese tiempo los europeos lo buscaron con gran ahínco y dedicación en los confines de Asia, India y más tarde, Etiopía. Se dice que era un reino perdido, de devotos cristianos, que había quedado aislado del resto de la cristiandad y rodeado de paganos y sarracenos. Era un reino lleno de maravillas y riquezas, casi un paraíso en la Tierra, dirigido por un hombre sabio, presbítero y rey a la vez, descendiente de uno de los Reyes Magos. La leyenda de Preste Juan aparece a principios del siglo XII. Es en fin, un anecdotario de magias, hechizos, encantamientos y sortilegios, que lindan con lo diabólico, y que vendrían a ser algo así como la contraparte a los milagros realizados ante los mencionados “oasis cristianos”, con ayuda del demonio y por tanto asociados a lo idolátrico, perverso y cruel. Así se tiene que lo maravilloso, de origen precristiano, puede verse como una forma de resistencia cultural a la ideología oficial del cristianismo. Lo milagroso, como una “normalización” de lo sobrenatural, puesto que se realiza mediante la intervención divina que banaliza la maravilla. Y lo mágico, como lo que se debe excluir y combatir, ya que está profundamente ligado a lo demoniaco, lo tenebroso, y peligroso. Todo esto moviéndose en el libro, no con fronteras rígidas, sino como fenómenos mentales que se entrecruzan y mantienen lazos muy permeables entre sí. En la época de Marco Polo, el comercio en Europa seguía un sistema triangular, en el que los productos de lujo procedentes de Oriente (seda, especias) ocupaban un importante lugar.
Éstos, en la conocida como Ruta de la Seda, atravesaban Asia Central y las tierras controladas por los sarracenos, siendo comprados por comerciantes italianos (venecianos, genoveses, pisanos,…), que obtenían grandes beneficios al revenderlos luego por Europa. Es por ello por lo que Venecia y otros puertos italianos ganaron en importancia y comenzaron una política comercial agresiva para explotar estas rutas comerciales. Durante la Baja Edad Media, laRepública de Venecia comenzó a convertirse en una potencia mediterránea. Al control del interior y de la costa de Dalmacia, se unió una extensa actividad mercantil con Oriente, que le llevó a establecer consulados y colonias de comerciantes por todo el Mediterráneo Oriental. Apoyó a los cruzados como manera de contrarrestar al Islam y mantuvo un largo conflicto con Génova por el predominio comercial. Durante la Cuarta Cruzada, por sugerencia veneciana, los cruzados saquearon Constantinopla, decapitando el Imperio bizantino y conquistando numerosos territorios. Aunque el subsiguiente Imperio Latino fue pronto reconquistado por los griegos, Venecia siguió controlando varias islas y ciudades, y siendo una de las principales potencias mercantiles.
El Imperio Mongol fue instituido por Genghis Khan en 1206. Éste, tras largas luchas internas, unificó a las diversas tribus mongolas bajo su mando, involucrándolas en una expansión que les llevaría a conquistar China, Asia Central, Rusia y llegar hasta Irak, Siria y Anatolia. A su muerte le sucedió su hijo Ogodei, quien continuó con esta expansión y consolidó la jerarquía del Gran Khan sobre los diversos reinos mongoles. En tiempos de Marco Polo este Gran Khan era Kublai Khan. El mundo conocido por los europeos no iba mucho más allá del actual Oriente Medio. Las pocas noticias que se tenían de lo que estaba más allá eran generalmente confusas y muy mitificadas. Es de destacar la leyenda del Preste Juan, un mítico rey cristiano que se suponía existía rodeado de infieles en Asia Central. Los intercambios comerciales se encontraban casi siempre mediatizados por persas y árabes. La expansión del imperio mongol les llevó a las mismas puertas de Europa tras atravesar las estepas rusas y amenazar Polonia, aunque pronto se retiraron. Más al sur, sin embargo, los mongoles saquearon Bagdad (Iraq) y sometieron a reinos musulmanes que se habían enfrentado en las cruzadas con los cristianos. Es así como se despierta el interés por los mongoles en Europa. A la curiosidad por esos bárbaros, tenidos hasta entonces como seres casi mitológicos, se le suma en lo político la posibilidad de obtener un aliado contra el enemigo islámico, una forma más ventajosa de negociar con Oriente en lo económico, y un deseo evangelizador, dada la gran tolerancia religiosa de los mongoles. Antes de Marco Polo, varios misioneros, como Giovanni da Pian del Carpine, viajaron como embajadores a Oriente, aunque sin conseguir resultados concretos. Se hace referencia a los contactos entre romanos y el Imperio Chino, pero éste también estableció contacto con los romanos con anterioridad a la Ruta de la Seda.
Uno de los primeros contactos que tuvo China con Roma fue cuando el emperador Ban Chao hizo una campaña contra los nómadas de Asia Central y envió a uno de sus colaboradores, Ga Yin, que viajó hacia occidente visitando los establecimientos comerciales romanos de la costa oriental del Mar Negro. Por tanto, el contacto entre Roma y China era recíproco, pese a que Roma tenía más información sobre China gracias a la multitud de viajes que se habían hecho hacia aquella zona. Cronistas posteriores a Marco Polo rastrearon sus orígenes hasta la “isla de Curzola” en el Mar Adriático, actualmente Curzola, en Croacia, donde incluso se sigue conservando una vieja casa en la que se dice que nació. Sin embargo, la historiografía moderna tiene serias dudas de este origen, pues el apellido Polo, de origen veneciano, aparece mencionado varias veces en ciudades del norte de Italia. No obstante, hay quienes afirman que su verdadero nombre y apellido eran Marc Pol, apellido que, efectivamente, tuvo su primera aparición en Dalmacia. Esta última afirmación es dada en base a los registros aparecidos en el anuario veneciano Chronicon Iustiniani (1358). El escudo familiar de los Pol contiene tres pájaros de agua, aves que recibían el nombre de “pol” en Dalmacia del Sur, mientras que en Venecia se les llamaban “pola“, palabra de la cual se cree se derivaron los apellidos “Polo” y “Pollo” en Italia. En la familia Polo hubo otros exploradores además de Marco. Su padre Nicolás (o Niccolò en veneciano) y su tío Mateo (o Maffeo, también en veneciano) eran prósperos mercaderes dedicados al comercio con Oriente. Ambos partieron hacia Asia en 1255 y alcanzaron China en 1266, llegando a Khanbaliq o Cambaluc (actual Pekín). Volvieron de China como enviados del Kublai Khan con una carta para el Papa en la que pedía que enviase a gente ilustrada que enseñase en su imperio, para informar a los mongoles sobre su forma de vida.
Mateo y Nicolás Polo partieron en un segundo viaje, con la respuesta del Papa a Kublai Khan, en 1271. Esta vez Nicolás se llevó a su hijo Marco, quien pronto se ganó el favor de Kublai Khan, haciéndole su consejero. Poco después Marco pasó a ser emisario del Khan, quien le daría diversos destinos a lo largo de los años. En sus diecisiete años de servicio al Khan, Marco Polo llegó a conocer las vastas regiones de China y los numerosos logros de la civilización china, muchos de los cuales eran más avanzados que los contemporáneos europeos. Cuando una embajada del rey de Persia le solicita a Kublai Khan una princesa para el rey, los Polo la acompañan, decidiendo regresar a Venecia. A su regreso de China en 1295, escoltando a una princesa china llamada Kokacín, la familia de Marco Polo se estableció en Venecia donde se convirtió en una sensación y atrajo a multitud de oyentes, que a duras penas creían sus historias sobre la lejana China. Su impaciente carácter llevó a Marco Polo a tomar parte en la batalla naval de Curzola (Kórchula) entre Génova y Venecia en 1298. Fue capturado y pasó los pocos meses de su encierro dictando un detallado relato de sus viajes por las entonces desconocidas regiones del Lejano Oriente. Su libro, Il Milione (‘El Millón’, conocido en castellano como Los viajes de Marco Polo o Libro de las Maravillas) fue escrito en provenzal y traducido pronto a muchas lenguas europeas. El original se ha perdido y se conservan varias versiones, con frecuencia contradictorias, de las traducciones. El libro se convirtió de inmediato en un éxito. En su lecho de muerte, su familia pidió a Marco que confesase que había mentido en sus historias. Marco se negó, insistiendo: «¡Sólo he contado la mitad de lo que vi!». Mientras la mayoría de los historiadores creen que Marco Polo efectivamente llegó a China, recientemente algunos han propuesto que no llegó tan lejos, y que simplemente contó la información que oía de otros.
Estos escépticos señalan que, entre otras omisiones, su relato falla al no mencionar la escritura china, los palillos, el té, el vendado de pies ni la Gran Muralla. Pero Marco Polo sólo estuvo en la región norte de China, concretamente en el Palacio del Gran Khan. Durante la dinastía Ming, desde 1368 hasta 1644, fue cuando más se amplió la muralla. Es decir, que en la época del viaje de Marco Polo no estaba la edificación defensiva construida en su totalidad, lo cual explica la ausencia de menciones a ésta. El té entra en contacto con los europeos por primera vez en la India, cuando los portugueses llegan a ella en 1497, ya que en la India el uso del té estaba muy extendido. Es fácil deducir que antes no tuvo importancia en las mesas europeas. Más todavía, debe tenerse presente que las descripciones de Marco Polo se centran en miembros de la élite gobernante mongola, la cual no consumía masivamente el té a diferencia de sus súbditos chinos. Por el contrario, Marco Polo sí hace alusión a las bebidas preparadas a base de leche que son típicamente mongolas. Similar es la cuestión respecto a la práctica de los pies vendados de las niñas, costumbre de la aristocracia china pero no mongola. Se debe advertir, además, que las niñas sujetas a esta práctica permanecían recluidas en sus casas y no a la vista de los extranjeros. No reviste mucha trascendencia que no mencione la escritura china, pues ya muchos europeos la conocían debido a que en ese tiempo ya llegaban viajeros chinos a Europa. No obstante, los archivos chinos de la época no le mencionan, a pesar de que él afirmaba haber servido como emisario especial del Kublai Khan, lo que resulta insólito dado el celo con el que se llevaban los archivos en China en aquel tiempo. Pero otros estudios concluyen que Marco Polo sí es mencionado en archivos chinos con el nombre de “Po-Lo“.
Por otra parte, Marco describe otros aspectos de la vida en el Lejano Oriente con mucho detalle: el papel moneda, el Gran Canal, la estructura del ejército mongol, los tigres y el sistema postal imperial. También se refiere a Japón por su nombre chino, Zipang o Cipango. Se considera normalmente ésta como la primera mención del Japón en la literatura occidental. También se cree que Marco Polo describió un puente donde sucedió el incidente del Puente Marco Polo, una batalla que marcó el comienzo de la invasión japonesa del norte de China en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Aunque los Polo no fueron en forma alguna los primeros europeos en llegar a China por tierra, gracias al libro de Marco su viaje fue el primero en conocerse ampliamente y el mejor documentado hasta entonces. La leyenda cuenta que Marco Polo introdujo en Italia algunos productos de China, entre ellos los helados, la piñata y la pasta, especialmente los espaguetis. Sin embargo, esta leyenda está muy cuestionada. Por ejemplo, hay pruebas de que la pasta era conocida en Grecia e Italia desde la antigüedad. En la España árabe hay referencias escritas acerca de los fideos, llamados entonces aletría, desde el siglo XII. El libro escrito por Marco Polo, a pesar de que muchas de sus aseveraciones, en su época, se pusieron en duda, inspiró a muchos viajeros y exploradores. El mismo Cristóbal Colón tenía una copia en su viaje de 1492.
Era muy común el uso de animales en la Ruta, especialmente el camello y el elefante. Los antiguos del desierto del Sahara ya habían importado animales domesticados de Asia entre el 7500 a. C. y el 4000 a. C. Objetos datados del V milenio a. C., encontrados en la época badariense del Egipto prédinástico, indican relaciones con lugares distantes, como Siria. Desde el comienzo del IV milenio a. C., los antiguos egipcios de Maadi importan cerámica y maderas para la construcción de Canaán. El comercio de lapislázuli proviene de una única fuente conocida en el mundo antiguo, Badahšan, localizada en el noroeste de Afganistán, localidad distante de las grandes culturas, como la Mesopotámica y Egipcia. A partir del III milenio a. C., el comercio de lapislázuli se extendió hasta Harappa y Mohenjo-daro, ambos en el Valle del Indo. La denominación Ruta de la Seda fue adoptada, a mediados del siglo XIX, por el geólogo austriaco barón Ferdinand von Richthofen. El chino Zhang Qian puede considerarse como el primer viajero de la Ruta, cuando le enviaron en misión diplomática a las regiones occidentales durante la dinastía Han (206 a.C.-220). La Ruta de la Seda fue durante siglos el principal medio de difusión de información, ya que servía como canal no solamente para las mercancías sino también para la transmisión del conocimiento y de las ideas entre el este y el oeste. La Ruta de la Seda empezó a servir en el siglo II a.C. para propósitos militares y políticos, más que para el comercio. Con objeto de buscar aliados contra las repetidas invasiones de los Xiongnu, un funcionario de la corte llamado Zhang Qian fue enviado por el emperador Han Wudi a las regiones occidentales de China.
Sin embargo en el camino Zhang fue capturado por los Xiongnu y retenido durante diez años. Fugado de la prisión de los Xiongnu, Zhang Qian continuó su viaje al Asia Central. Pero en aquella época, los gobernantes locales estaban satisfechos con su estado y rechazaron aliarse con el imperio Han. Aunque la misión fracasó en su propósito original, la información que Zhang Qian proporcionó a China sobre Asia Central, sirvió para fomentar el comercio entre ambas regiones. La seda, apreciada por persas y romanos, inaugura el comercio a lo largo de la Ruta. Sin embargo en las primeras épocas, la seda no era la principal mercancía de la ruta. La dinastía Han sacó muy poco provecho de ella hasta que los romanos se convirtieron casi en fanáticos de la seda, lo que se tradujo en grandes beneficios. Tanto la apreciaban los romanos que incluso la intercambiaban por su peso en oro. Durante la dinastía Tang, la seda acaparaba el treinta por ciento del comercio en la Ruta. A pesar de la prosperidad que mantenía -o quizá debido a ello- el comercio en la Ruta de la Seda siempre fue muy sensible a los avatares políticos. Un estado estable podría asegurar un comercio tranquilo en la Ruta, mientras que los conflictos lo perjudicaban. Cuando Zhang Qian abrió ese camino, la dinastía de Han y el imperio parto en Persia acababan de alcanzar sus respectivas edades de oro, lo que proporcionó ayudas financieras y el tranquilo desarrollo de esta ruta.
La caída de la dinastía Han, al inicio del siglo III, hizo declinar el comercio en la Ruta. Sin embargo, la subida de la dinastía Tang en el siglo VII lo restableció y a mediados del siglo VIII, la Ruta alcanzó su máximo esplendor. Su prosperidad se debe a muchas razones. Tomando ejemplo del pasado, la dinastía Tang cuidó especialmente la estabilidad interna y el desarrollo económico. Realizó una política favorable al estímulo del comercio entre el este y el oeste, lo que condujo a la ampliación del mercado y al rápido desarrollo del comercio en la Ruta. Al mismo tiempo, con la expansión de varias religiones en esta parte del mundo, numerosos misioneros alcanzaron el este a través de la Ruta. Con la Ruta de la Seda actuando como lo que hoy llamaríamos autopista de la información, el intercambio de ideas alcanzó una mayor intensidad que nunca. Y consecuentemente, la dinastía Tang proporcionó el mayor período de prosperidad a la Ruta de la Seda. La caída de los Tang, al inicio del siglo X, fue un duro golpe para el comercio en la Ruta, que declinó de forma imparable hasta en el siglo XIII, cuando las conquistas de los mongoles condujeron a una época de frecuentes y extensos contactos entre el este y el oeste. Este contacto creciente creó demanda para las mercancías asiáticas en Europa, una demanda que a su vez provocó la búsqueda de una ruta alternativa hacia Asia por mar. El establecimiento de una ruta por mar de Europa a Asia a finales del siglo XV fue el golpe mortal para el comercio por la Ruta terrestre. Con menor coste y peligro, muchas mercancías y materiales que la Ruta de la Seda no podría transportar fueron llevados por la ruta del mar. Por otra parte, para entonces los persas habían dominado el arte de la sericultura y la importación de seda del este se redujo. La otrora próspera Ruta de la Seda estaba en su definitivo declive. Las bulliciosas calles, las ricas ciudades y las sólidas fortalezas quedaron sumergidas en el desierto inacabable, y hoy, solo podemos rememorar aquella espléndida historia en sus innumerables ruinas y tesoros enterrados.
El descubrimiento del navío chino Nanhai I prueba la existencia de una Ruta marina de la seda que se habría originado 200 años antes que la ruta terrestre. Más que un itinerario único, la Ruta de la Seda es una amplísima red de caminos extendidos por Asia y nacidos a partir de antiguas vías comerciales. Fue en 1877 cuando el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen la bautizó con su evocador nombre. Lo hizo concretamente en el primer tomo de su libroChina y en una conferencia titulada Las rutas de la Seda de Asia central. De este modo, von Richthofen acuñaba un término que iba a inspirar la fantasía de sus congéneres y que fue traducido a numerosos idiomas. Incluso los chinos lo adoptaron. Desde entonces, esta ruta de muchas ramificaciones ha estado rodeada de increíbles historias de aventuras; de maravillas y tesoros, como seda, jade, pieles, alfombras, alfarería, cornamentas de ciervos, caballos y piedras preciosas. Y lo que no hay que olvidar que la Ruta de la Sedatambién fue una importante vía de propagación de las grandes religiones. En el 327 a.C., durante su campaña militar hacia la frontera oriental del mundo habitado, Alejandro Magno cruza el río Indo. Ha conquistado Persia, Sogdia (actual Uzbekistán) y Bactria (norte de Afganistán). Un motín de sus tropas le obliga a regresar, pero la cultura griega ha dejado ya huellas imborrables en Oriente. En el 139 a.C., el emisario chino Zhang Qian parte hacia el oeste en busca de aliados contra los Xiongnu. Una y otra vez, los jinetes de este poderoso pueblo estepario penetran en China desde el norte y el oeste y sólo pueden ser aplacados con generosos regalos: seda, joyas y princesas núbiles. La Gran Muralla, comenzada bajo el primer emperador (221 y 210 a.C.), no consigue contenerlos. El emisario Zhang Qian no logra cumplir su misión, pero ofrece al emperador valiosos datos sobre regiones occidentales muy poco conocidas hasta entonces. Los chinos deciden enviar allí nuevos exploradores para entablar contactos comerciales.
Alrededor del año del nacimiento de Cristo, grandes cantidades de seda china son exportadas hacia el oeste asiático. De ahí que Zhang Qian sea considerado por los chinos como el “padre de la ruta de la Seda”. Siglo I después de Cristo. “La seda sólo sirve para que nuestras mujeres muestren en público lo mismo que enseñan a los adúlteros en la alcoba”. El pensador cordobés Séneca expresa así su indignación ante un nuevo tejido que pueblos lejanos están introduciendo en Roma a cambio de enormes sumas de dinero. Se sabe poco de su origen. No es transportada por una sola caravana, sino que pasa de unas manos a otras, como en una carrera de relevos. Con cada intermediario sube el precio y aumenta el número de monstruos que acechan en la ruta. Crecen las leyendas sobre cómo salió el tejido de su región de origen. Dicen que una princesa china sacó gusanos de seda fuera del país bajo su alto peinado. Desde la Temprana Edad Media, la seda también se elabora en el oeste de Asia. El 629 d.C., el monje chino Xuanzang emprende la ruta de la Seda hacia India, donde quiere estudiar las escrituras sagradas del budismo. Su camino sigue, en sentido contrario, la vía por la que esta fe se propagó a partir del siglo I. Cuando vuelve a Dunhuang después de 16 años de estudios en India, lleva en su equipaje más de 600 manuscritos. Parte de tan valiosa carga la regala a una biblioteca en las Cuevas de los Mil Budas, conjunto de 492 grutas cerca de la mencionada ciudad china, antes de volver a casa. Como otros oasis en la Ruta de la Seda, Dunhuang experimenta un auge cultural. Aquí se encuentran budistas, maniqueos, zoroastrianos, cristianos y judíos, y pronto llegan mercaderes musulmanes. Mahoma ha fundado en el siglo VII una nueva religión en la lejana Medina. Ejércitos árabes toman Bujara y Samarcanda, y en el 751 d.C. vencen a los chinos en el río Talas, actual Kazajastán. Otros pueblos de Asia central adoptan la nueva religión, dando la espalda a la “idolatría” budista.
En 1275, Marco Polo afirma haber llegado a la corte del monarca mongol Kublai Kan. Desde Asia Central, los mongoles han conquistado amplios territorios creando el reino más vasto de la historia. Kublai, nieto de Gengis Kan, ha sometido el sur de China y ha trasladado su residencia a Janbaliq (Beijing). Bajo su gobierno, el Imperio empieza a desmoronarse. Pero esto no perjudica la estabilidad que ha llegado a Asia con la Pax Mongolica: las caravanas avanzan por la Ruta de la Seda con gran rapidez y seguridad. Una densa red de albergues abastece a los viajeros con provisiones y caballos, como relata Marco Polo, que viajó por el Imperio en calidad de emisario especial del Gran Kan. Cuando vuelve a casa por vía marítima 17 años después, cae prisionero durante una batalla. En la cárcel narra su viaje a un preso. En su Descripción del mundo, bastantes detalles parecen basarse en rumores, ser fruto de exageraciones o adornos añadidos por los traductores. No obstante, o quizá precisamente por ello, los relatos de Marco Polo se convierten en uno de los libros más leídos del Medievo. Alrededor de 1370. El caudillo Tamerlán entra en Samarcanda y la elige como ciudad principal de su sultanato. Timur el Cojo, como los persas lo apodan debido a una minusvalía, se considera el heredero islámico de Gengis Kan. Feroz guerrero, conquista casi todo el mundo musulmán. Sus jinetes saquean, torturan y apilan las calaveras en pirámides. A los artistas, Tamerlán les perdona la vida. Los lleva a Samarcanda para que conviertan la villa en una de las ciudades más esplendorosas de Asia. Su imperio, sin embargo, se desmorona igual de rápido que lo conquistó. A bordo de decenas de juncos, el almirante chino Zheng He navega por las costas de India y la península Arábiga hasta África. Las expediciones imperiales hacen que florezca el comercio marítimo chino: un golpe duro para la Ruta de la Seda. Ya desde la caída de los mongoles en China, en 1367, el tráfico de largo recorrido se ha ido trasladando a la ruta de la Seda por mar. La creciente inseguridad en los caminos de caravanas, y quizá también la propagación de la peste, amilanan a muchos mercaderes. En 1498, el portugués Vasco da Gama da la puntilla a la Ruta de la Seda al descubrir la vía marítima entre Europa e India.
A 12 de marzo de 1907, después de una arriesgada travesía por el desierto deTakla Makan, el arqueólogo Marc Aurel Stein llega a Dunhuang. A comienzos del siglo XX, diversos exploradores viajan por la región, entre ellos espías de Rusia y Gran Bretaña, las dos potencias coloniales que luchan por el predominio de Asia central en lo que llaman el Gran Juego. Aurel Stein, nacido en Hungría, va a la caza de tesoros artísticos budistas. Sus fabulosos hallazgos son recompensados en Inglaterra, donde le conceden incluso un título nobiliario. Para los chinos, sin embargo, Stein y otros exploradores como él, que llegan a arrancar paredes enteras de los templos para llevarse las pinturas, son sencillamente ladrones. En octubre de 1924, los rusos trazan unas fronteras arbitrarias por las regiones orientales del mar Caspio, creando las nuevas repúblicas soviéticas de Kirguizistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. La agricultura es nacionalizada, en las escuelas y la administración se impone la lengua rusa y los nómadas han de hacerse sedentarios. Ante el miedo de un movimiento panislámico o el resurgir de viejas etnias, Moscú fomenta nuevas identidades nacionales a lo largo de las fronteras lingüísticas. De hecho, cuando las repúblicas se independizan en 1991, se mantienen las fronteras trazadas por los soviéticos. A 6 de julio de 2006, en las cumbres del Himalaya, entre India y China, se vuelve a abrir al tráfico el paso de Nathu-La, antaño parada de uno de los ramales de la Ruta de la Seda. Durante siglos, los antiguos caminos comerciales han estado cortados, pero desde la caída de la Unión Soviética, muchos se esfuerzan por resucitarlas. También la Unión Europea, que en el marco del proyecto Transport Corridor Europe Caucasus Asia ha invertido desde 1993 más de 150 millones de euros en el saneamiento de carreteras e infraestructuras. El transporte de mercancías por la “nueva ruta de la Seda” promete así ser más rápido que la ruta por mar. La mítica vía parece que experimentará un nuevo auge.
A pesar de que el Barón von Richthofen bautizara, en 1870, a esta red comercial importantísima como (en alemán) Seidenstrasse, o Ruta de la Seda, es importante aclarar que la seda no era el único bien que se comerciaba a lo largo y ancho de la misma. China importaba, principalmente, oro, plata, piedras preciosas, marfil, cristal, perfumes, tintes y otros textiles provenientes de Europa y de los reinos por donde transitaba la ruta y de otros aledaños que tenían sus propias rutas comerciales que engarzaban, en algún punto, con la misma Ruta de la Seda. El Imperio del Centro (China) exportaba mayormente seda, pieles, cerámica, porcelana, especias, jade, bronce, laca y hierro. No era común que los comerciantes atravesaran la Ruta de la Seda en todo su largo y ancho. Los mercaderes intentaban buscar el mejor precio a través de los mercados de su propio territorio o aventurándose en las fronteras de otros países, donde vendían sus mercancías, y los compradores, a su vez, extendían los bienes por su propio reino, o llevándolos a las fronteras de los más próximos en busca de mejores beneficios. Este canje, obedeciendo a leyes de mercado, hacía llegar las mercancías y bienes desde Chang’an (actual Xi’an) hasta Antioquía, en Siria, y de allí hasta Constantinopla, donde esperaban los navíos venecianos que llevarían esta inmensa cantidad de bienes y riqueza, no sólo proveniente de China, sino también de todos los países asiáticos y medio-orientales. El eje Roma-Chang’an marcaba el principio y el final de una gran cadena de intercambios, cuyos eslabones enlazaban a territorios que hoy corresponden a Turquía con Siria, a Irak con Persia, al Cáucaso con las fronteras de la India y China; y cuyos centros comerciales, en los que se realizaban las últimas y las primeras transacciones, dependiendo si se avanzaba hacia Changan o hacia el Caspio, eran las ciudades próximas al valle de Fergana (Bukhara, Khiva y Samarkanda) o las situadas en el inhóspito desierto de Takla-Makan, cuyos oasis eran bien conocidos por los conductores de las caravanas; especialmente los de las ciudades de Tashkurgán, Kashgar, Yarkand y Hotan (o Jotán) en las que, por imperativos del clima, estaban obligadas a detenerse durante un período de tiempo siempre incierto hasta alcanzar el límite oeste de la verdadera China de entonces: la Puerta de Loulan.
Kashgar (la actual Kashi), punto de encuentro de las caravanas procedentes de la India, Afganistán, Tayikistán y Kirguisistán, era el otro extremo de la Ruta de la Seda en el territorio chino y, por tanto, el primer encuentro directo para las mercancías, las ideas y las religiones entre China, Occidente y el sur de Asia. La ciudad de Yarkand, visitada por Marco Polo en dos ocasiones (en 1271 y en 1275), sigue siendo uno de los enclaves comerciales más importantes de la región autónoma de Xinjiang y uno de los centros musulmanes de mayor importancia en la República Popular China. Por la Ruta de la Seda no circulaban solamente mercaderes con bienes de todos los reinos, sino también asaltadores, ladrones y pilluelos, por lo que los caminos no eran totalmente seguros. Así, lo peor que les podía pasar, era que por aquellos desfiladeros y glaciares se despeñara un camello, perdieran al animal y a su preciada carga, y además su estiércol, que utilizaban como combustible. Y aún era peor si el camello perdido transportaba comestibles. Casi en el 80 % de la Ruta no hay árboles; sólo hielo, nieve y glaciares. Algunas caravanas no llegaron nunca a su destino. Unas eran asaltadas por bandas feroces de asesinos, que para hacerse con las mercancías no dudaban en matar, y otras veces, morían los caravaneros víctimas de accidentes o enfermedades. En cada localidad que paraban para descansar, debían proveerse de comida para un mes, por lo menos. No es de extrañar, que Plinio el Viejo dijese que la seda china era muy cara (“gastos inmensos”). La Ruta de la Seda también fue una vía por la que el Budismo se extendió por toda Asia. Misioneros budistas de la India llevaron las enseñanzas del Buda desde la India a Taxila, de Taxila al Tíbet, del Tibet a Dunhuang, donde penetró en China. Los conocimientos más avanzados de la época, propios de las Universidades Budistas de Nalanda, Vikramasila, Odantapuri, Vilabhi y Ratnagiri, entre otras, circularon asimismo de un país a otro junto con los peregrinos, monjes, maestros y discípulos que viajaban en busca de conocimientos o a llevar sabiduría a los monasterios del Tibet, de Dunghuang o al complejo de monasterios en las Grutas de Mogao, en China. Igualmente, monjes de todos los países iban de peregrinaje a la India en misiones para encontrar manuscritos y textos budistas originales para traducirlos a las lenguas vernáculas de sus propias regiones y traer conocimientos nuevos en los campos de la filosofía budista, la medicina o la astronomía.
Paralelamente a los monjes budistas, también recorrieron esta ruta hacia el siglo V los monjes y misioneros cristianos nestorianos, quienes fundaron varias misiones en el trayecto, logrando un especial éxito entre los mongoles Khitan, e incluso una misión en la capital occidental de la China, la ya citada Xi’an, y los misioneros maniqueos que convirtieron a los turcos uigures de Turfán. Más tarde, con el apogeo del Islam bajo la Dinastía Omeya (661-750), que quería controlar las más importantes líneas comerciales a China, tomó la mitad occidental de la Ruta de la Seda, y esta se vio interrumpida, ahogando el comercio de otras naciones con precios elevados y altas tasas. Este fue el principio del fin. El aspecto más importante del entramado comercial de esta ruta es el papel de intermediarios que ejercían los comerciantes islámicos. Éstos, conscientes de los beneficios económicos que dejaba este trasiego comercial, no permitieron la entrada de comerciantes europeos o asiáticos en la ruta, convirtiéndose en los elementos que hacían funcionar el sistema. Las caravanas procedentes de Siria y Mesopotamia cruzaban todo el continente asiático para adquirir -a bajo precio- los productos que después venderían -a precios desorbitados- a los comerciantes o intermediarios europeos. Para ello, las caravanas hacían uso de una red de albergues llamados caravansarayspara pernoctar, protegerse y proveerse. Para el mundo islámico, la Ruta supuso una excelente fuente de ingresos que se convirtió en la base de su economía. Para Europa, una sangría económica irrenunciable, ya que los productos eran insustituibles. Como respuesta a este hecho, Europa se lanzo a buscar nuevas rutas marítimas, originando la era de los descubrimientos.
Una nueva situación política en China, protagonizada por las dinastías Tang, Song y Yuan desde el siglo VII hasta mediados del siglo XIV, y una nueva realidad económica y cultural en Occidente, hicieron posible el restablecimiento de nuevas relaciones entre los dos mundos gracias a que, junto a las mercancías, empezaron a intercambiarse también las ideas, los conocimientos artísticos, los idiomas y las religiones. Desde entonces, las Rutas de la Sedadejaron de ser caminos exclusivos de los comerciantes y de los militares, y empezaron a ser transitados cada vez con más frecuencia por intelectuales y por monjes de las principales religiones del mundo, que supieron también, como si fueran ávidos comerciantes del espíritu, intercambiarse entre ellos las enseñanzas de Buda, Confucio, Jesucristo y Mahoma. Oriente y Occidente comenzaban así a necesitarse el uno al otro, a pesar de que el enemigo acechaba siempre desde el norte; en esta ocasión, desde Mongolia. Y aunque la intensidad del comercio aumentaba incesantemente desde el siglo VIII, también crecían en igual o mayor proporción los asaltos, los saqueos, las confiscaciones y los asesinatos masivos perpetrados por las hordas nómadas del norte. Tribus que, después de ser unificadas por Genghis Khan a principios del siglo XIII, demostraron que eran invencibles. Hacia el siglo XV, con el auge de la navegación y las nuevas rutas marítimas comerciales, así como el apogeo de los Imperios árabe, Imperio mongol y turco (selyúcidas y otomanos, ambos por igual en períodos distintos de tiempo) fue languideciendo lentamente la importancia de la Ruta de la Seda como principal arteria comercial entre Oriente y Occidente, y algunas de las más florecientes e imponentes ciudades a lo largo de su recorrido fueron perdiendo importancia e influencia y, olvidados por el mundo exterior, se convirtieron en una vaga sombra de lo que fueron.
En esa época se destacan los viajes de los europeos Giovanni da Pian del Carpine y Marco Polo. Marco Polo no fue el primer europeo en recorrer la ruta, pues al menos Mateo Polo y Nicoló Polo (tío y padre de Marco, respectivamente) habían realizado un viaje similar antes de invitar a Marco Polo a tomar parte en la segunda expedición al khanato de China. La celebridad de este viajero no se debe a su novedad, sino a la descripción del viaje y las maravillas narradas en su libro “Il Milione” (El millón), más conocido como Los viajes de Marco Polo o Libro de las maravillas. Varios misioneros viajaron con anterioridad a Marco Polo. En 1245, Giovanni de Pian Carpine, acompañado por Esteban de Bohemia, viajaron hasta el Volga y llegaron a entrevistarse con Genghis Khan. Cuando llegaron a Karakorum presentaron al nuevo Khan la carta que les había dado el Papa para que se convirtieran al cristianismo e hicieran frente común ante el Islam. También, en 1254, Rubruquis, junto con Bartolomé de Cremona, fueron al centro de Asia por orden del rey de Francia, San Luis IX, con la misión de convertir a los mongoles. Llegaron hasta Karakorum en 1254. Durante el Renacimiento, otros europeos viajaron con posterioridad a Marco Polo al Imperio chino, a la corte del Hijo del Cielo. Jorge Pires llegó en 1513 a las islas Lintín y Ferno Pires (mercader) hizo la primera factoría comercial europea en el estuario de Zhujiang. La Compañía de Jesús, en cambio, fue para evangelizar y ganarse el favor del monarca y las clases privilegiadas. El primer enviado fue el célebre Mateo Ricci en 1583. Existen discrepancias entre los historiadores sobre cuál fue realmente el punto de origen de la peste medieval, aunque la mayoría coincide en aceptar que pudo partir de la región de Yunnan, en el sudeste de China, transmitida a través de las caravanas asiáticas que recorrían el Imperio mongol en parte de la Ruta de la Seda. En 1387, millones de personas estaban muriendo en China, la India y en gran parte de las tierras del Islam.
A Europa llegaban rumores sobre una terrible enfermedad acompañados de descripciones apocalípticas sobre el origen de la epidemia, como lluvias de ranas y serpientes, tormentas con fuertes granizadas y rayos y finalmente un humo hediondo y truenos espantosos. Ese mismo año, el mal debió de entrar en contacto con los europeos en el puerto de Caffa –hoy Teodosia–, entonces colonia de Génova en el Mar Negro, hacia donde acudían las numerosas caravanas. Poco después, la ciudad fue asediada por el khan tártaro Djani Beck, quien se vio obligado a levantar el sitio cuando una misteriosa plaga –la temible peste negra– comenzó a matar sin miramientos a sus tropas. Al general se le ocurrió entonces la brillante y terrible idea de lanzar al interior de la ciudad mediante catapultas los cadáveres pestilentes de centenares de sus soldados, treta mediante la cual pretendía “envenenar a los cristianos” y, como si de una pionera guerra bacteriológica se tratara, logró que la muerte negra penetrara en Caffa. Después, doce galeras ocupadas por genoveses que habían contraído la enfermedad arribaron al puerto de Mesina (Italia) en octubre de 1387 y propagaron la peste de forma increíblemente rápida, mientras otros barcos, también infectados, llegaban desde Oriente a Génova y Venecia. Cuando las autoridades genovesas reaccionaron ya era demasiado tarde. Nada ni nadie podía detener ya a la peste.
FUENTE: oldcivilizations
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