Jonestown, 18-11-1978. Antes de Bin Laden, el reverendo Jones fijó el récord de asesinato de norteamericanos: 909 personas obligadas a envenenarse.
14/11/2008
El reverendo Jones se había llevado a su rebaño a la jungla de Guyana, recóndito país que casi nadie sabe dónde está, huyendo de preguntas impertinentes, pero no le sirvió. Hasta una pista selvática llegaron dos aviones con un parlamentario, un agente de la CIA y una caterva de periodistas. Los metomentodos venían a turbar la paz idílica de Jonestown, la Ciudad de Jones, una comuna al estilo de las primitivas utopías socialistas. Pero en el mejor rebaño hay ovejas negras, y quince miembros se dejaron tentar por la corrupción de la sociedad capitalista y decidieron volver a Estados Unidos con el congresista. El santo favorito del reverendo Jones era Stalin, de quien había adoptado una de las normas de organización fundamentales: nadie puede abandonar el paraíso comunista y, al que lo intente, se le dispara. Cuando los desertores estaban subiendo a los aviones en la pista de Port Kaituma, llegó un tractor con un remolque lleno de guardias de Jonestown, que los ametrallaron sin piedad. El congresista demócrata por California Leo Ryan, tres periodistas y uno de los fugitivos murieron, mientras que once personas quedaron heridas, incluida una enviada de Ronald Reagan, gobernador de California, y el jefe de la CIA en Guyana.
El Templo del Pueblo
Aquella matanza, sin embargo, sería una minucia en comparación con lo que vino luego. Pero antes de seguir con esta historia de culto a la muerte, para intentar comprenderla es preciso explicar quién era el reverendo Jones, el hombre que fi - jó el récord de asesinar norteamericanos hasta la llegada de Bin Laden. James Warren Jones, conocido por Jim Jones, nació en una comunidad rural de Indiana en 1931. Su familia era white trash (basura blanca), es decir, blancos pobres e incultos. Su padre fue miembro del Ku Klux Klan y perdió su hogar cuando la Gran Depresión, y Jim decía que su madre tenía sangre de india cherokee, aunque parece que era una fantasía. En todo caso, Jim quiso ser lo opuesto que su padre. Frente al ultra racista e ignorante, él se convertiría en un izquierdista, amigo de los negros y preocupado por lograr una educación en cursos nocturnos. Desde niño se enfrentó al ambiente embrutecido de su casa siendo un lector compulsivo. Sus autores favoritos, Marx y Stalin, aunque en extraña compañía con Gandhi y... Hitler. Como se ve, su cabeza nunca estuvo amueblada con orden. A los 20 años era militante comunista. Mal momento para serlo, porque a principios de los 50 se inició la caza de brujas de McCarthy contra los marxistas. Jim Jones descubrió entonces la piedra fi losofal de la agitación política. En las iglesias se podía infl uir sobre los feligreses –y obtener su dinero– hasta límites increíbles. Y cualquiera podía fundar una Iglesia en EE UU. Así nació el reverendo Jones, que fundaría varios cultos hasta llegar a la Iglesia Cristiana Evangélica del Templo del Pueblo. En paralelo había desaparecido el miembro del Partido Comunista Americano, pues Jim se dio de baja en desacuerdo con la crítica del PC a Stalin, que siempre sería un modelo para él. Desvinculado formalmente del comunismo y con la apariencia de un pastor preocupado por las cuestiones sociales, el reverendo Jones atrajo la atención del alcalde de Indianápolis, el demócrata Charles Boswell, que le nombró director de la Comisión de Derechos Humanos de la ciudad. Era 1960, la batalla defi nitiva por la igualdad de derechos de los negros estaba en sus inicios y Jim Jones fue uno de sus héroes. Luchó duro en Indianápolis por la integración de los negros, lo que le valió que los antiguos compañeros de su padre le pintaran cruces gamadas en su iglesia, le colgasen gatos muertos en la puerta e incluso le pusieran una bomba. Pero a la vez se fue haciendo un nombre y convirtiéndose en un gurú espiritual para la progresía norteamericana. Había adoptado tres niños coreanos como una manifestación de su oposición a la política norteamericana en la Guerra de Corea –Kim Il Sung, el dictador norcoreano, era otro de sus modelos– y luego una niña india y un niño negro (el primer caso de un negro adoptado por blancos en Indiana). Tuvo también un hijo blanco, al que bautizó Gandhi, formando así lo que llamó The Rainbow Family, la Familia Arco Iris.
Cianuro en el refresco
Se convirtió en un interlocutor privilegiado de la cúpula del Partido Demócrata (véase recuadro), era apoyado fi rmemente por la prensa negra y tenía la total confi anza de Harvey Milk, el famoso pionero de la lucha por los derechos de los gays. En el Templo del Pueblo impartía la doctrina del socialismo apostólico en sermones como este: “Si has nacido en la América capitalista, en la América racista, en la América fascista, entonces has nacido en el pecado. Pero si has nacido en el socialismo, no has nacido en el pecado”. Willie Brown, el primer alcalde negro de San Francisco, le defi nía admirado como “una mezcla de Martin Luther King Angela Davis, Einstein y Mao Tse-Tung”, pero algunos periodistas estaban ya investigando las cosas raras que pasaban en el Templo del Pueblo. En realidad no eran tan raras, a todos los jefes de secta les da por lo mismo: acostarse con sus seguidoras, cuanto más jóvenes, mejor. Huyendo de esta conspiración y del riesgo de una guerra nuclear, su paranoia le llevó a la jungla de Guyana, donde fundó Jonestown, una comuna donde regía, con la dureza de su admirado Stalin, a un millar de seguidores, en un 70% negros. Pero sabía que los oscuros poderes del capitalismo irían hasta allí a destruirle y organizaba noches blancas, simulacros de suicidio colectivo. El momento de hacerlo de verdad llegó tras el asesinato del congresista. Reunió a sus fi eles y les dijo que el plan de evacuación a la URSS que había previsto no se podía llevar a cabo, que esperaba un ataque de paracaidistas y que si los cogían vivos torturarían a los niños y los convertirían en fascistas. Ante esa perspectiva, más valía realizar “un suicidio revolucionario”. Algunos se resistieron, pero los guardias de Jones los mataron a tiros. La mayoría se sometió al sacrifi cio como corderos. El reverendo tenía una buena reserva de cianuro, que disolvieron en un refresco. Primero, los padres dieron el refresco a sus hijos, 276 niños en una nueva matanza de los inocentes; después siguieron el ritual los matrimonios. A los que se resistían a abrir la boca para beber, les ponían una inyección letal. El propio Jones murió de un tiro en la cabeza, sentado en su trono, aunque según la autopsia había ingerido una cantidad mortal de barbitúricos. En total, la policía encontró 909 cadáveres en el paraíso de Jonestown.
FUENTE: TIEMPO DE HOY
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