jueves, 23 de agosto de 2012

"EL CASO DEL CADÁVER DESCUARTIZADO". Post Jo....IIIª Parte



Principios de enero de 1929, Sánchez se personó en uno de los Juzgados de Barcelona para presentar una denuncia. El oficial que se dispuso a tomar nota de ella empezó a mirarle con fijeza. Entonces, el hombre sintió que se empequeñecía hasta que dijo:


-"Ya estuve antes, ¿no se acuerda?."
-"Antes, ¿cuando?"
-"A mediados de diciembre" -respondió, con cierta zozobra que le hacía aflautar la voz.
-"¿Si? No sé. ¿Para qué vino?"
-"Por lo de mi amo. Salió en los periódicos, ¿no sabe? Se fue. Desapareció."
El oficial apenas si le hacía caso, aunque fingía atención. No quería reirse de él.
-"Vera...No ha aparecido y me debe tres sueldos. Tres sueldos y ciento cincuenta pesetas que le había prestado."
-"¿Y a dónde ha ido?"
-"No sé. Eso es lo que sé. Yo vivía en su casa, pero ahora trabajo en otro sitio. Para un señor de la aristocracia. Su socio está liquidando el negocio y a mí nadie me paga."
-"¿Quién tiene que pagarle?"
-"El que era mi patrón. El que se fue sin decir nada. Son cuatrocinetas pesetas. ¡Un dineral!"
-"Está bien -dijo al fin el oficial, tomando la pluma-. Haremos una denuncia en toda regla. ¿Se llama usted?"
-"Ricardo Fernandez Sánchez, para servirle."
El hombre levantó las cejas para echarle una ojeada al que tenía delante, y empezo a escribir.

Aquella mañana de sol radiante, dorado, que caía a raudales sobre la amplia mole de hierro de la estación del Mediodía, ponía júbilo en las florecillas primaverales. Era el miercoles uno de mayo de 1929.

Pedro Vincent, mozo de la estación del Mediodía, en Madrid, se aproximó hasta los bultos no reclamados por sus dueños. Se detuvo estudiandolos unos instantes, y pensó que ahora le tocaba abrir uno por uno, como de costumbre y todo, porque, cumplido el plazo, nadie había querido recogerlos.

Resopló y al fin se decidió por un cajón de madera de un metro de largo por medio de ancho, que previamente había sido colocado allí por los mozos al servicio del depósito de mercancías.
Miró la etiqueta y leyó: "Expedición 3.918" Frunció el ceño. Echó las manos a los bordes altos y arrastró un poco el bulto. Al ser movido vio que éste dejaba en el lugar un reguero de líquido. Empezó a alejarlo un poco más del sitio en que estaba.

Volvió a examinar la etiqueta con atención. Apens si se veia nada escrito a causa de la suciedad adquirida en el almacén. Creyó interpretar en los borrosos rasgos la designación "Maquinaria".

-"Ya se habrá roto cualquier pieza y esta chorreando grasa" -murmuró.
Refunfunñando un polco molesto, se dedicó a arrastrar el cajón hasta el centro de la nave, donde había mayor claridad.

-"¿Qué haces, Pedro?" -le gritó el encargado.
-"Esto que debe de estar roto y se le vierte líquido de alguna parte."
-"ten cuidado, no lo destroces más."

El mozo no tuvo en consideración la advertencia. Cogió un marillo y el cortafríos y se dispuso a destapar la caja de madera. Una vez levantada la tapa, se quedó contemplando el contenido que aparecí a su vista.

Había gran cantidad de periódicos, que fue retirando con golpes bruscos. Levantó uno para leerlo por curiosidad, y vio que era de Barcelona, de hacía varios meses.
-"¿Qué es?" -pregunto el encargado, viédole quieto en el examen del periodico.
-"No sé. Soló hay periódicos."

Vovió a la faena de quitar los papeles y debajo encontró una manta. Al levantarla, apareció una capa de algodón hidrófilo en mal estado de conservación.

-"¡Eh! ¡Mira!" -gritó, volviéndose hacia el encargado y teniendo entre los dedos unos trozos de algodón casi putrefacto.

El jefe del almacén se le acercó cachazudo para mirar el contenido de la caja. Metió la punta de su lapiz entre el algodón, y sacó en ella unas hebras.

-"¿Y que es esto?" -preguntó curioso.
-"No sé. Decía maquinaria."
-"¡Tú sí que estás maquinaria! -rezongó socarrón, el encargado. Y gritó dirigiéndose a otros mozos: -¡Eh, Pablo! Venid a ver la maquinaria de este."
-"Pues la caja pesa" -aseguró, como protesta, Pedro.
Un par de compañeros se aproximaron a ellos y se quedaron sonriendo a la vista del hallazgo. Uno afirmó:

-"Eso es alguien que ha querido pasar algodón de matute. El algodón prensado también pesa lo suyo."
Pedro, molesto por las burlas de los compañeros, se agachó furioso y arrancó de golpe la nueva capa de algodón. Entonces surgió un hedor insoportable que hizo retroceder a todos dando voces de protesta.

-"¡Abre las ventanas" -gritó el encargado-. Este tío nos revienta. ¡Acaba ya con eso, diablos!"

El hedor era cada vez más insufrible. Fue como una bomba de gas que de pronto les cortó la respiración y luego les obligó a bufar con rostros ceñudos.

Uno de los mozos abrió las ventanas, y empezó a renovarse el aire. Pedro, tapandose las narices con un pañuelo, regresó hasta la caja. Tras él, azuzados por la curiosidad, fueron los compañeros.

Pedro retiró la nueva capa de algodón con sumo cuidado. De pronto se quedó quieto, nervioso, sintiendo como una especie de temblor que no era producido por el frío. Dio un tirón y soltó la fibra precipitadamente para mirar.

Había una mano y una pierna cortada hasta el muslo. estaban amarillentas, en perfecto estado de conservación.

El mozo tragó saliva y no pronunció palabra. Se limitó a dirigir la vista a su superior y después, parapdeando, a la mano y la pierna amarillentas, color que les daba apariencia de cera, como si pretendiesen engañar a cuatro hombres que estaba contemplándolas enmudecidos.

A las dos de la tarde, el Juzgado se llevó de la estación del Mediodía el macabro envió con todas las precauciones. Lo puso a disposición del forense, y éste, con gran esfuerzo, pese a estar habituado a los grande hedores, fue extrayendo del cajón y colocando sobre una mesa los restos de un cadáver humano.

Se trataba del cuerpo de un hombre en completo estado de descomposición, pese a que se había empleado algún tipo de preparado químico que había retrasado el proceso de aquélla. La pierna se hallaba cortada por la rótula, y había sido colocada en la parte posterior.
Todos los restos habían sido envueltos en sábanas y en tiras de papel de las utilizadas para embalar. Pertenecían a un hombre robusto y velludo, de unos treinta años de edad. Y solo faltaba la cabeza.

La policía se hizo cargo del talón a que hacía referencia el envío de los restos humanos. Aparecía fechado en Barcelona el 10 de diciembre de 1928 y fue registrada su entrada en Madrid el día 12.Había sido facturado por don José Pérez, de la calle Provenza, numero 55. Pesaba 82 kilo, y decía contener maquinaria para don José Gómez de Madrid, a portes debidos.

Finalizara en la proxima entrega....

No hay comentarios:

Publicar un comentario