martes, 25 de diciembre de 2012

STALINGRADO. TESTIMONIOS, 70 AÑOS DESPUÉS.....Jo


• Al amanecer del 31 de enero de 1943 la batalla más sangrienta de la Segunda   llegaba a su fin para el principal comandante alemán en Stalingrado. Los soldados rusos estaban apostados a la entrada del sótano de la tienda de departamentos Univermag, en la cual los oficiales alemanes de mayor rango, incluyendo al comandante en jefe Friedrich Paulus, se habían refugiado. Un día antes, Adolfo Hitler había promovido al líder de las tropas alemanas en Stalingrado al rango de mariscal de campo —no tanto como un signo de reconocimiento sino más bien como una orden implícita de acabar con su vida en lugar de permitirse ser capturado. 

El teniente coronel Leonid Vinokur fue el primero en divisar a Paulus: “Estaba recostado en una cama cuando entré, con su abrigo y su gorra. Tenía una barba de tres días y parecía haber perdido el coraje”. El último escondite del comandante del 6º Ejército alemán parecía una letrina. “La mugre y los excrementos humanos y quién sabe qué más llegaban hasta el nivel de la cintura”, deja constancia el mayor Anatoly Zoldatov, y añade: “Apestaba en forma increíble. Había dos baños con letreros que decían: 'No se admiten rusos'”. 

Fue sólo un poco después que los alemanes fueron obligados a entregar las armas. “Fácilmente podrían haberse disparado”, dice el mayor general Ivan Burmakov. Pero Paulus y sus hombres optaron por no hacerlo. “No tenían la intención de morir —eran cobardes—. No tuvieron el coraje para morir”, dice el testigo presencial Burmakov.





UN MOMENTO DECISIVO 

La batalla de Stalingrado marcó un punto decisivo desde el punto de vista psicológico en la guerra nazi alemana de conquista y aniquilación. “Las noticias que llegaban de Stalingrado tuvieron un efecto impactante en el pueblo alemán”, admitió el ministro de propaganda del Reich, Joseph Goebbels, el 4 de febrero de 1943. Tal como el historiador británico Eric Hobsbawm resume la situación: “A partir de Stalingrado, todos sabían que la derrota de Alemania sólo era cuestión de tiempo”. 

Cientos de miles de personas perdieron sus vidas en el duelo de honor entre los dos dictadores, Hitler y Stalin. Unos 60 mil soldados alemanes murieron en el sitio. De los 110 mil prisioneros alemanes capturados en Stalingrado, sólo cinco mil regresaron a su hogar. Por el lado soviético, murieron entre medio millón y un millón de soldados del Ejército Rojo. 

Ahora, casi 70 años después, es posible comprender con una claridad sin precedentes cómo vivieron los vencedores esta fatídica batalla en el río Volga. Estas nuevas perspectivas fueron originalmente trabajo del historiador moscovita Isaak Izrailevich Mints. En 1941, fundó la Comisión para la historia de la guerra patriótica. La idea era que todos en las fuerzas armadas, desde los soldados rasos a los oficiales de alto rango, expresaran sus pensamientos, sentimientos y experiencias como modelo para otros, pero sin adornos. 

En 1943, tres historiadores entrevistaron a más de 20 soldados soviéticos que estuvieron presentes cuando Paulus y sus hombres fueron capturados. Esta es la primera versión del evento desde la perspectiva de los soldados rasos. 

Los investigadores realizaron entrevistas con un total de 215 combatientes en Stalingrado (…) Los testimonios son tan honestos que más tarde los comunistas sólo publicaron una pequeña parte de ellos. Después de 1945, los líderes soviéticos no estaban interesados en el impacto de batallas sangrientas, sino en glorificar a los héroes épicos entre los que Stalin jugaba el rol principal. Los aproximadamente cinco mil protocolos compilados por la comisión de historiadores desaparecieron en los archivos del Departamento de Historia en la Academia Soviética de Ciencias. En 2001, el historiador alemán Jochen Hellbeck, que enseña en la Universidad de Rutgers en New Jersey, escuchó hablar de este tesoro. Siete años después, pudo conseguir más de 10 mil páginas en Moscú.



UNA NUEVA VERSIÓN DE LOS HECHOS 

Hellbeck publica ahora Die Stalingrad-Protokolle (Los protocolos de Stalingrado), que consiste en entrevistas, incluyendo en algunos casos fotos de los soldados entrevistados, junto a la descripción del ambiente en que se hicieron las entrevistas. A la luz de estos documentos, la historia de la Batalla de Stalingrado no tendría que ser rescrita, pero algunas visiones necesitan ser corregidas. Estos últimos hallazgos echan por tierra completamente el argumento —planteado por los nazis y repetido por Occidente durante la guerra fría— de que los soldados del Ejército Rojo lucharon tan fieramente solo porque de otra forma miembros de la policía secreta les hubieran disparado. 

Sin duda hubo ejecuciones en el frente. El teniente general Vasily Chuikov, comandante supremo del 62º Ejército, contó en persona a los historiadores cómo trató a los “cobardes”: “El 14 de septiembre, le disparé al comandante y comisario de un regimiento, y poco después le di a dos comandantes de brigada y comisarios. Estaban todos impresionados”. 

Aparentemente la extensión de las ejecuciones ha sido sobrestimada. Por ejemplo, el historiador británico Antony Beevor habla de más de 13 mil soldados del Ejército rojo ejecutados solo en Stalingrado. Pero, los documentos descubiertos en los archivos rusos muestran que hacia mediados de octubre de 1942 las ejecuciones habían sido menos de 300. 

Los Protocolos de Stalingrado revelan que la disposición de los soldados soviéticos a hacer sacrificios podría no ser solamente efecto de tales medidas de represión. Los llamados “oficiales políticos” jugaron un rol clave, al asegurar repetidamente a los hombres enrolados que ellos estaban arriesgando sus vidas por la libertad de su pueblo. Se esforzaron por motivar a los soldados y encauzar sus preocupaciones para elevar su moral de lucha. 

Las entrevistas también demuestran que los comunistas devotos sintieron que debían jugar un rol de liderazgo en todos lados. El comisario de brigada Vasilyev dice: “Se veía como una vergüenza si un comunista no era el primero en dirigir a los soldados en la batalla”. En el frente en Stalingrado, el número de miembros del partido que llevaban su tarjeta se elevó entre agosto y octubre de 1942 de 28 mil 500 a 53 mil 500. Los oficiales políticos distribuían volantes en la zona de batalla con el retrato del “héroe del día”, incluyendo grandes fotos de los soldados destacados. Les enviaban retratos de los distinguidos a sus orgullosas familias. 

El concepto era que se trataba de una guerra del pueblo. “El Ejército Rojo era un ejército político”, dice el historiador Hellbeck.





LA CREENCIA EN UN PROPÓSITO SUPERIOR 

Además de ofrecer charlas a los soldados respecto a la situación en tiempos de guerra, los oficiales políticos los comprometían en conversaciones personales. “Por la noche”, dice el teniente Coronel Yakov Dubrovsky, “los combatientes están más inclinados a hablar abiertamente, y pueden bucear en su almas”. El comisario de batallón Pyotr Molchanov añade: “Un soldado está apostado en las trincheras por un mes completo. No ve a nadie además de su vecino, y de pronto el comisario se le acerca, le dice algo, una palabra amistosa, lo acoge. Esto es de una importancia enorme”. 

En los momentos críticos, ocasionalmente los oficiales políticos también distribuían chocolate y mandarinas a los camaradas desmoralizados. Uno de ellos, Izer Ayzenberg, del 38º cuerpo de fusileros, solía recorrer las trincheras con su “maletín de agitación”. Además de folletos y libros, contenía juegos como damas y dominós.La meta era que los soldados no se dejaran llevar más por el miedo, sino que usaran su conciencia política para superar la angustia. 

Por ende, los comunistas veían como un signo de debilidad cuando los soldados alemanes capturados se describían a sí mismos como apolíticos. En su opinión, la verdadera voluntad de vencer solo podía darse en aquellos que creían que servían a un principio superior. Los comunistas veían al Ejército rojo política y moralmente más inquebrantable que la Wehrmacht. 

Pero además de la agitación y la propaganda, fue principalmente el odio de los soldados soviéticos hacia los invasores lo que elevó su moral para luchar contra el 6º Ejército alemán, inicialmente superior. Es más, los alemanes encendieron el odio con su brutal ocupación. Ya con su entrada hacia el Volga, el 6º Ejército hizo su contribución al holocausto. Los civiles estaban aterrorizados. 

“Uno ve a las muchachas jóvenes, a los niños, colgando de los árboles en el parque”, dice el francotirador Vasily Zaytsev, y añade: “Eso tiene un tremendo impacto”. 

El mayor Pyotr Zayonchovsky cuenta de una posición que los alemanes habían abandonado. Cuando llegó al lugar, descubrió el cuerpo de un camarada muerto “cuya piel y uñas de la mano derecha habían sido completamente arrancadas. Los ojos habían sido quemados y tenía una herida en su sien izquierda hecha por un pedazo de hierro al rojo vivo. La mitad derecha de su rostro había sido rociado con un líquido inflamable y encendido”.




INFIERNO EN AMBOS LADOS 

Antes de la guerra, muchos rusos habían admirado a los alemanes como una nación de cultura, y los respetaban por el talento de su ingeniería. Algunos de los entrevistadores dicen que quedaron impactados por los alemanes que encontraron durante la guerra. 

El mayor Zayonchovsky describe la naturaleza de “los alemanes” de la siguiente manera: “La mentalidad de ladrón se ha vuelto como una segunda naturaleza, para ellos, tienen que robar —lo vayan a usar o no”—. 

Un oficial en la agencia de inteligencia, que interrogó a prisioneros alemanes, expresó su sorpresa de que los ataques a civiles y los robos “se habían vuelto parte tan integral de la vida cotidiana de los soldados alemanes que los prisioneros de guerra nos contaban sobre esto sin ningún escrúpulo”. 

De acuerdo al capitán Nikolay Aksyonov, uno podía sentir “cómo cada soldado y cada comandante estaba ansioso de matar tantos alemanes como fuera posible”. 

El francotirador Anatoly Chechov recuerda en su entrevista cómo mató al primer alemán. “Me sentí terrible. Había matado a un ser humano. Pero entonces pensé en nuestra gente y comencé a dispararles sin piedad. Me volví un bárbaro, los mato. Los odio”. Al momento de la entrevista, él había matado a 40 alemanes —la mayor parte de ellos con un tiro en la cabeza. 

Es de público conocimiento que Stalingrado fue un infierno para los soldados de ambos lados. Pero gracias a estos testimonios, ahora tenemos una idea vívidamente clara de cómo era estar en el combate casa a casa y de nunca acabar para el cual los soldados no habían sido entrenados. Cómo las cenizas, el polvo y el humo les quitaron toda orientación. Cómo las detonaciones individuales fueron ahogadas por el constante estrépito de la batalla. Cómo lucharon por días para tomar edificios, en los que en algunos casos los soviéticos se habían apostado en un piso, mientras los alemanes se habían atrincherado en otro. 

“En estos combates callejeros, las granadas de mano, las ametralladoras, las bayonetas, los cuchillos y las espadas son usadas”, dice el teniente general Chuikov. “Ellos se enfrentan el uno al otro y se golpean. Los alemanes no pueden hacerlo”. Sin embargo, la Wehrmacht se las arregló al principio para tomar la ciudad, con excepción de una delgada franja junto al Volga. 

Entonces el Ejército Rojo rodeó a los alemanes, quienes sólo eran capaces de recibir exiguas provisiones desde el aire. Los soldados alemanes sufrían de hambre y no tenían uniformes abrigados para el amargo frío del invierno. El comandante Paulus exhortó a sus tropas a no rendirse: “Resistan, el Führer nos hará mierda”, era el eslogan del día. La Operación tormenta de invierno, que buscaba romper el cerco, terminó en un fracaso. El 6 de enero, el general soviético Konstantin Rokossovsky ofreció a Paulus una rendición honrosa. A las órdenes de Hitler, el comandante alemán rechazó la oferta. 

Cuatro días más tarde, el Ejército rojo comenzó a avanzar y apretar el cerco sobre la ciudad. Después de 10 días, los alemanes escasamente tenían algo de comida y municiones. Cuando Paulus y sus hombres se permitieron ser tomados prisioneros a fines de enero, en vez de cometer suicidio o luchar hasta morir, Hitler se enfureció. 




“LA TIERRA RESPIRABA FUEGO” 

El precio también fue alto para los ganadores de la batalla. Vasily Zaytsev, por ejemplo —sin duda el mejor francotirador del Ejército Rojo en Stalingrado— se adjudicó haber matado a 242 alemanes, pero hizo el siguiente comentario aleccionador: “Siempre lo recuerdas, y la memoria tiene un impacto poderoso”, dijo un año después de la batalla. “Ahora, tengo los nervios de punta y constantemente tiemblo”. 

Su camarada Aksyonov añade: “Esos cinco meses en Stalingrado fueron el equivalente a cinco años de nuestras vidas”. Le parecía que “la tierra en Stalingrado respiró fuego por días”. 

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